El grave error de José Luis Ábalos

27 de Febrero de 2024
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José Luis Ábalos

Al final, José Luis Ábalos se ha atrincherado en el Grupo Mixto, rebelándose contra Pedro Sánchez. Ya lo dijo en cierta ocasión el exministro: “Yo vine a la política para quedarme y no me echa nadie”. Más claro agua. Asistimos a lo peor de esta democracia decadente y cada vez más degradada. Servidores públicos que tratan de convertir lo que debería ser una función temporal y transitoria en un carguete vitalicio. Dirigentes que no tienen claro que la política, por definición, siempre debe ser algo efímero, un ejercicio vocacional, altruista, y no un lucrativo modus vivendi perpetuo y para siempre. Por desgracia, quienes así lo entienden suelen ser la excepción, y lo normal es que prolifere el otro tipo de personaje antagónico: el que se considera un funcionario con plaza en propiedad y derecho a jubilarse en el escaño, el que se siente miembro de una casta de intocables, el que se ve como un tótem que perdura a la manera franquista, cuarenta años o más, mande quien mande y esté quien esté en el poder. Señores, para eso no inventó Pericles la democracia.

Ábalos ha emprendido un viaje sin retorno al corazón de las tinieblas, solo que al final del trayecto no está el misterioso jefe de la explotación de marfil Kurtz, sino él mismo con su circunstancia de la que ya nunca podrá escapar. Ya se dará cuenta. Ahora está confuso y desorientado, herido y algo rencoroso, sonado y noqueado (el gancho de derechas que le ha propinado Sánchez no es para menos). Pero dentro de un tiempo, cuando las aguas se hayan calmado y empiece a verlo todo más claro, entenderá el grave error que ha cometido. Es cierto que ha tenido que enfrentarse a una decisión difícil, la encrucijada más diabólica de su vida, y que a nadie le gustaría estar en su pellejo. Ninguna de las dos opciones –entregar el acta de diputado o amarrarse al escaño como ese marinero que se ata al palo mayor en medio de la tormenta– era buena para él. En ningún momento ha podido seguir aquel viejo aforismo que proclama que entre dos males es mejor no elegir ninguno. Ábalos tenía que escoger sí o sí, optar, no le quedaba otra, en buena medida porque se encontraba atrapado entre dos fuegos cruzados y “amigos”: el que de un lado disparaba su asesor, el aizcolari Koldo, y el que por otra parte le llegaba de Pedro Sánchez, firme e inflexible al exigirle el acta de diputado.

Ahora bien, parece que, con ser malas las dos cartas que le daban a jugar, sin duda se ha decantado por la peor. Ante situaciones dramáticas de la vida, la experiencia nos dice que siempre es más conveniente comportarse de la forma más racional posible, cabeza fría, dejando a un lado el sentimentalismo romántico, el idealismo y lo emocional que solo conduce a la melancolía. Desde ese punto de vista, lo que menos daño le hacía a Ábalos era presentar la higiénica dimisión, entregar la credencial y dedicarse a defender su buen nombre. Es cierto que no está acusado de nada y que ningún juez le está pidiendo cuentas por las presuntas comisiones cobradas por la red de Koldo a cuenta de las famosas mascarillas en tiempos de pandemia. Ahí tiene más razón que un santo el defenestrado socialista. Pero se antoja más que probable que en algún momento, pronto quizá, el exministro tenga que pasarse por el juzgado para explicar algún que otro tema hoy poco claro. Precisamente ayer publicaba El Mundo que altos cargos de Puertos del Estado, de Adif y del Ministerio de Transportes han declarado que la orden de contratar con la trama corrupta de Koldo vino directamente del propio “entorno del ministro”. Todas esas cosas tendrán que ser sustanciadas en el momento procesal oportuno, así que lo más lógico hubiese sido cogerse una baja de la política, contratar los servicios de un abogado y empezar a trazar cortafuegos o líneas de defensa por lo que pueda pasar.

Lo que queremos decir, lo que estamos diciendo, es que lo mejor para José Luis Ábalos era emular a António Costa, primer ministro de Portugal, quien no perdió un solo minuto a la hora de dimitir por un feo asunto de tráfico de influencias, corrupción y prevaricación en negocios energéticos relacionados con el litio y el hidrógeno. Durante la investigación, los sospechosos mencionaron su nombre, involucrándolo en la trama. Sin embargo, finalmente se demostró que el António Costa que aparecía en el sumario no era en realidad el político António Costa, de modo que salió absuelto tras aclararse el burdo error. Aún suenan los estruendosos aplausos que sus compañeros le dedicaron cuando, en la reciente Feria Internacional de Lisboa, dijo de forma triunfante: “Pueden haberme derribado, pero no derrotado”. Y acto seguido comparó a la derecha con el “diablo” y no sin razón, ya que la encerrona que le preparó la cloaca conservadora estuvo a punto de arruinarle la vida. ¿Qué quiere decir esto? Que el liderazgo moral de Costa no solo quedó intacto, sino que salió reforzado.

Ábalos ha perdido una gran oportunidad de seguir los pasos de uno de los grandes referentes del socialismo europeo. Al pasarse al Grupo Mixto como un tránsfuga más solo demuestra ganas de revancha contra el presidente que lo ha dejado caer, deseo de conservar su jugoso sueldo de diputado y urgencia por blindar su aforamiento de cara a una posible imputación judicial que ya solo podrá hacer el Supremo previo suplicatorio. Es decir, la imagen que está trasladando a la opinión pública queda por los suelos, ya que van a tomarlo por un señor que no hace nada en el Congreso, salvo cobrar la nómina que le pagan los españoles a final de mes, dejar pasar el tiempo y echar un vistazo a los periódicos matutinos, nerviosamente, por si salen más noticias sobre él y el tal Koldo. Otro flaco favor a la decadente democracia gangrenada por la desafección del pueblo que le deberemos al bueno de José Luis.

Casi seguro que él, a esta hora, no es consciente todavía de que va a proyectar sobre la ciudadanía la sombra de un hombre acorralado, la de un boxeador contra las cuerdas atenazado por el miedo que corre y huye para refugiarse en un rincón del ring, o sea el gallinero de las Cortes. En definitiva, la imagen de alguien que, si no es culpable, empieza a parecerlo, ya que en el Grupo Mixto siempre acaba lo peor de cada casa. Precisamente todo lo contrario a lo que trataba de demostrar cuando optó por seguir en la brecha contra viento y marea y enfrentándose al partido.   

Si Ábalos es o no un corrupto solo el tiempo, y los jueces, lo dirán. Pero de momento, esa enloquecida huida hacia adelante (más bien hacia ninguna parte) es propia del hombre nervioso, desesperado por lo que se le viene encima y desbordado. Una cosa muy alejada de alguien tranquilo en su inocencia que se muestra seguro y generoso sabedor de que la verdad acabará resplandeciendo más pronto que tarde.

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