El juez Peinado habla en clave por teléfono porque cree que Moncloa le espía

Un artículo de prensa lo retrata como un magistrado que iba para cura y un hombre "frío, cauteloso y parco en palabras"

13 de Enero de 2025
Actualizado el 14 de enero
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El juez Peinado, que investiga a Begoña Gómez, en una imagen de archivo. Foto: La Sexta
Peinado en una imagen de archivo. Foto: La Sexta

El juez Peinado se ha convertido en una celebrity en el mundo reaccionario de este país. Lo que antes se daba en llamar “un juez estrella”. Asociaciones provida y grupos ultrarreligiosos, nostálgicos y requetés, toda la derecha política y social, lo idolatran fielmente, lo ven como a un héroe, un magistrado bravo y valiente que lucha contra los elementos para sacarle los trapos sucios a la familia monclovita. Entre ese ejército hater está también, cómo no, la caverna mediática, es decir, el conglomerado de periódicos, televisiones y radios que trabajan en la cruenta campaña para derrocar a Pedro Sánchez por cualquier medio.

Este fin de semana hemos tenido noticia de un curioso reportaje de La Razón en el que se desgrana la vida y milagros del juez que trata de empapelar a Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, aunque todavía, y va ya para un año, no ha conseguido reunir una sola prueba concluyente para enviar a Soto del Real a la primera dama por haberse corrompido en la organización de un máster para la Universidad Complutense de Madrid. Bajo el titular de Peinado: el juez que iba para cura y acabó siendo la cruz de los Sánchez, el rotativo madrileño se acerca al perfil psicológico y a la personalidad del hombre que tiene acorralada a la pareja presidencial, y de paso hace un recorrido por la biografía del polémico instructor, a quien no pocos juristas de este país señalan como aficionado a las investigaciones prospectivas, una técnica judicial prohibida por las leyes y la jurisprudencia y que en pocas palabras podría identificarse como “la guerra sucia jurídica” contra el enemigo político.

En el citado artículo, publicado bajo el epígrafe de Egos, gente y poder (nunca el título de una sección periodística fue más apropiado o afortunado), La Razón retrata a Peinado como “hombre cauteloso, reservado, parco en la palabra y en los gestos. Incluso algunos de los más cercanos dicen que es difícil arrancarle varias frases seguidas”. Además, se asegura que “la exhibición de poder la lleva en tono monosilábico, y por norma le gusta mantener entre sí mismo y los demás, un espacio defensivo de aire frío”. Esta descripción de hombre gélido y duro produce algo de miedo, para qué nos vamos a engañar. Como también resulta inquietante que, desde que Peinado saltó a la fama con el caso Begoña, “no se fía de nadie y habla en clave con sus amigos hasta por teléfono”, siempre según el citado diario. Sin duda, el togado debe creer que los espías sanchistas van detrás de él y se anda con pies de plomo.

Cuenta el periódico “razonable” que el irredento magistrado lleva más de tres décadas en la carrera judicial, pero antes ejerció como secretario de ayuntamiento. “La comisión permanente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) le ha autorizado a continuar trabajando hasta enero de 2026. Entonces tendrá 72 años, el máximo de edad permitido, pero él ha pedido seguir batallando”. El artículo prosigue con la exhaustiva radiografía emocional del personaje: “Los que le conocen cuentan que, pese a su apariencia de calma, Peinado es capaz de súbitos furores, que con el tiempo ha aprendido a controlar”. ¿Son esos arreones, ramalazos o furores propios de un legionario antes de entrar en batalla los que le llevan a sacar el látigo contra Begoña Gómez saltándose a la torera los informes de la Guardia Civil que no ven delito por ninguna parte? Podría ser una explicación, ya que pocos en la carrera judicial entienden que se le haya metido entre ceja y ceja –casi como una obsesión irrefrenable alimentada por sindicatos pseudosfascistas como Manos Limpias–, empapelar a la primera dama tras examinarle hasta el último pelo de la cabeza.

Prosigue el interesante artículo dominical con las aficiones intelectuales del magistrado. “Es amante de la literatura y la filosofía. Entre sus libros de cabecera se encuentran los firmados por Ortega y Gasset”. ¿Qué obras, entre la ingente y vasta obra del genio de la filosofía española, pueden haber influido más en la forja del carácter del juez de hierro, habría que preguntarse? ¿Vieja y nueva política, ya que por momentos da la impresión de que su señoría está tratando de volver a lo más rancio y añejo del pasado español? ¿El tema de nuestro tiempo, puesto que da la sensación de que para él no hay más tema que Begoña, Begoña y Begoña? ¿O quizá Misión de la Universidad, por aquello de que está poniendo patas arriba la Complutense en busca de indicios de que algo se hizo mal? Desde luego, Viva la República no debió dejarle tanta huella como La rebelión de las masas si tenemos en cuenta que está encabezando una revuelta de cayetanos que ni la Vicalvarada.

Los compañeros de La Razón aseguran que Peinado, devoto del Cristo de Medinaceli, iba para cura, seguramente de los empeñados en la Santa Cruzada contra el maligno marxista, un rasgo que explicaría esas maneras casi inquisitoriales de entender el Código Penal como martillo de herejes y rojos. Muy taurino –los digitales ultras camuflados bajo el traje de luces de la tauromaquia dedican loas y panegíricos a mayor gloria del diestro de Plaza Castilla, como si se tratarse de un Manolote del ruedo judicial–, Peinado suele madrugar para ir a Mercamadrid a comprar verdura fresca, o sea que le gusta la fruta, como a Ayuso. Separado (su exesposa trabaja en el Ayuntamiento de Madrid) tiene dos hijos: Patricia, concejala del Partido Popular (oh casualidad), y otro vástago ya en la carrera militar. Al parecer, los excónyuges comparten una vivienda, que han dividido, tal como narra La Razón. Un puzle psicológico que nos ayuda a entender un poco más cómo es el hombre que, desde su pequeña atalaya judicial madrileña, se ha propuesto darle un golpe de gracia a la historia de España.

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