El socialismo bizcochón

07 de Mayo de 2024
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Segundo día de reflexión de Pedro Sánchez. Quedan tres. El presidente, recluido en Moncloa y en compañía de un reducido grupo de confianza, el núcleo duro, deshoja la margarita. Me voy o me quedo. Pasado el momento del shock, de la inédita noticia de un presidente del Gobierno a punto de la dimisión para defender el honor mancillado de su esposa y su familia, seguimos instalados en la incertidumbre. Quien diga que puede predecir lo que va a pasar en este país a partir del lunes, miente. Nadie sabe lo que está ocurriendo de puertas para adentro en la casa presidencial. Los barones socialistas hablan por teléfono, aún sorprendidos y noqueados; los periodistas intercambian impresiones en tertulias inútiles que solo tienen un objetivo: rellenar espacio y tiempo hasta que llegue el momento histórico y trascendental; y en las redes sociales, una caldera a la máxima presión que puede estallar en cualquier momento, se promueven campañas bajo el lema No te vayas, Pedro. Fuera de las cloacas de Internet, en la calle, mutismo absoluto. España está en suspenso.

A esta hora, el destino de la nación se encuentra en la cabeza de un solo hombre que se debate entre sus obligaciones de Estado y su lado emocional totalmente confuso, revuelto. El mundo no existe sino a través de la mente humana, y en ese idealismo filosófico se mueve estos días convulsos el presidente del Gobierno. En apenas un minuto, se le ha evaporado la realidad objetiva, como dijo Heinseberg. Todo ha dejado de tener sentido: la política a la que ha dedicado su vida, el compromiso social firmemente arraigado, las ideas en las que tanto creía.

Llamemos a las cosas por su nombre, el presidente está de bajón, tocado, un claro caso de salud mental, algo que puede ocurrirnos a todos. La falsa querella de Manos Limpias contra Begoña Gómez, la esposa a la que le ha declarado públicamente su “profundo amor”, le ha golpeado fuerte, en lo más íntimo y hondo de su ser. Fue como recibir una humillante bofetada mientras sonaban las estruendosas carcajadas de sus adversarios amplificadas por la fachosfera. Y también la gota que colmaba el vaso tras años de bulos, mentiras e insultos; tras años de descarnada y brutal estrategia de deshumanización practicada por la derecha política y mediática. Traidor, felón, ilegítimo, ridículo, incapaz, ególatra, narcisista y okupa son solo algunas de las lindezas que le ha dedicado la jauría ultra, esa que entiende la democracia como una maquiavélica y permanente cacería al hombre en la que todo vale. Hay que ser muy duro, o muy inconsciente, o muy frío o fresco, o todo ello a la vez, para soportar esa forma de hacer política que ha impuesto el trumpismo neofascista en esta decadente posmodernidad que nos ha tocado vivir. Hay que ser muy resiliente y muy poderoso psicológicamente para que esa operación de acoso y derribo no termine por quebrarle a uno. Por la mañana, la hidra digital de la que habla el ministro Planas –o sea Federico y Carlos removiendo el odio de la sociedad–, pone la diana en el linchado; por la tarde, Feijóo y su cuadrilla de rejoneadores convierte el Parlamento en un coso taurino para darle la siguiente estocada al rojo morlaco herido de muerte. Y luego presumen de que son ellos quienes defienden el Estado de derecho.

Ver cómo el lawfare judicial, la máquina del fango ultra, se ceba con su esposa, ha nublado la mente de Sánchez, o quizá, quién sabe, es ahora cuando empieza a verlo todo mucho más claro. El caso es que algo ha hecho clic en su cabeza, confirmando que no es ese Superman de mentón prominente y sonrisa confiada empeñado en rescatar palestinos del genocidio. Es humano, es mortal, tiene un talón de Aquiles como todo el mundo. Ahora se está viendo que Míster Handsome no era un maniquí ni un robot, como lo han retratado sus perversos caricaturistas. Era una persona. Y eso, lejos de ser una deshonra, una tara o una humillante debilidad, engrandece al personaje. Más vale ser un sensible que un desalmado, es decir, uno de esos hombres y mujeres representantes del estilo macho ibérico que no paran de repetir que a la política se viene llorado de casa. Si el presidente ha montado un “espectáculo de adolescentes” solo porque se ha declarado un hombre enamorado y abatido, como todo hijo de vecino, bendita adolescencia. Bendito sea este socialismo bizcochón que vuelve a poner el acento en los necesarios valores humanos de la política.  

El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente, decía Ortega y Gasset. Lo más probable es que el presidente se nos haya extraviado para siempre por los peligrosos caminos de la política y que presente la dimisión el próximo lunes. Pero nos deja un destello de ética kantiana e imperativo categórico, un resplandor de aquella vieja Ilustración que ya no se lleva en el siglo de la posverdad. No pretendemos decir aquí que la democracia no necesite de una oposición fuerte, incluso ácida, mordaz y corrosiva cuando es menester. Pero no es lo mismo tirar de sarcasmo, de retranca y afilado florete dialéctico que convertir la política en una cruenta selva africana donde unos caníbales se devoran a otros salvajemente. En un oscuro callejón tomado por pandilleros que se navajean a muerte con el bulo, el montaje y la encerrona tramposa. La democracia pide unas reglas de juego, de comportamiento, de respeto mutuo. Lo contrario es moverse en el terreno de los regímenes totalitarios, donde prácticas siniestras como la cloaca, el lodazal, el complot y la conjura sustituyen al obligado fair play.

Si Almodóvar llora ante la imagen de un amante herido que no es pasajero, sino fiel, es que el drama funciona. Lo que no ha podido lograr una pandemia, dos guerras y una crisis galopante (acabar con el sanchismo) lo ha conseguido la suciedad de la política, reflejo de la maldad humana. Ahora bien, siendo impecable su carta abierta a la ciudadanía, su testamento político aplazado cinco días, el mensaje que nos envía contiene un borrón, un error imperdonable: su pregunta sobre si merece la pena todo esto. Por supuesto que merece la pena, señor presidente. En España, el que resiste, gana, ya lo dijo Cela. Si todos nos vamos a casa cuando vienen mal dadas, si firmamos la claudicación y arrojamos la toalla, dejamos que las hordas sin civilizar campen a sus anchas. Continuar luchando cuando ya todo parece perdido es lo único que le queda a un auténtico demócrata. Si Sánchez se va, nos condena a todos a la derrota. Y ya solo quedarán las risotadas burlonas de las hienas en medio de la noche.   

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