Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a convertir la sospecha en herramienta política y el ventilador en programa electoral. Desde el palco de un torneo infantil, acusó al Gobierno de estar "rodeado de podredumbre" y exigió elecciones anticipadas por los “indicios” que afectan al entorno del presidente. Pero en su intervención no hubo ni una sola propuesta. Solo barro, ruido y una promesa implícita: que lo suyo será diferente, aunque no sepamos cómo ni para qué.
La imagen no podía ser más simbólica: niños jugando al fútbol y Feijóo hablando de corrupción. Mientras rodaba el balón en el torneo infantil 'Ciudad de Torrejón', el líder del Partido Popular disparaba titulares como quien lanza penaltis sin portería. "Algo huele a podrido", dijo, apuntando sin matices al Gobierno de Pedro Sánchez, al que acusa de estar “rodeado de podredumbre”. ¿Pruebas? Un informe de la UCO. ¿Decisiones judiciales? Ninguna. ¿Soluciones? Tampoco.
Feijóo exige que Sánchez dimita porque su esposa, Begoña Gómez, aparece mencionada en una investigación. Lo afirma con rotundidad, sin resolución judicial ni imputación de por medio. Como si bastara un sumario en curso para dinamitar un gobierno y validar sus ansias electorales. Su discurso se parece cada vez más a una tertulia de sobremesa: indignación fácil, frases lapidarias y cero profundidad. La política convertida en ruido.
Habla de “atmósfera irrespirable”, de “conductas delictivas”, de “contrataciones por placer”, y lo hace con la autoridad de quien se presenta como ejemplo de limpieza. Pero la hemeroteca está ahí: el PP sabe mucho de atmósferas contaminadas y tramas judiciales, aunque su líder prefiera fingir que nació ayer. Cada vez que Feijóo clama por decencia, el pasado reciente de su partido se sienta incómodo en la segunda fila.
Lo más preocupante no es la denuncia , siempre necesaria ante cualquier posible irregularidad, sino la utilización sistemática de la sospecha como herramienta política. Feijóo ha asumido que el camino hacia el poder no se pavimenta con propuestas, sino con desgaste. No necesita convencer de que tiene un proyecto: le basta con que el adversario parezca tóxico. Es la antipolítica de la que él mismo reniega, pero que practica con esmero.
Asegura que el Gobierno “no gobierna”, que “no tiene presupuestos, ni plan de vivienda, ni plan de defensa”. Pero tampoco él los tiene. Ni plan, ni relato, ni horizonte claro. Solo un verbo: derogar. Solo una obsesión: que se vayan. Solo una meta: volver. ¿A qué?: Eso aún no lo ha explicado.