El 2 de abril de 2022, durante el XX Congreso Nacional Extraordinario celebrado en Sevilla, Alberto Núñez Feijóo fue proclamado presidente del PP con el 98,35 por ciento de los votos. Se cerraba así el casadismo, una etapa más bien discreta del partido marcada por el bloqueo sistemático y la crispación constante con el Gobierno de Pedro Sánchez. A Pablo Casado se lo había llevado por delante una violenta conjura como nunca antes se había visto en la derecha española. Su pulso con Isabel Díaz Ayuso, a la que llegó a acusar públicamente de corrupción por haber favorecido a su hermano en la compra de mascarillas durante lo peor de la pandemia, le costó la jefatura de Génova 13. Feijóo, su sustituto, llegaba a la presidencia del Partido Popular con la vitola de hombre moderado, dialogante y racional muy alejado de los montajes y ocurrencias del siempre obstruccionista y sectario Casado. Ahora bien, ¿estamos ante un gran estadista, ante un hombre con desarrollado sentido común e inmenso talento para la política, tal como quieren pintarlo algunos propagandistas de la prensa afín, o simplemente ante un personaje muy bien construido y rellenado por los spin doctors de Génova 13? O dicho de otra manera: ¿es Núñez Feijóo el hombre que necesita España?
De momento, el dirigente escogido por el PP para recuperar el poder sigue siendo una gran incógnita, pero poco a poco vamos sabiendo más cosas sobre su compleja personalidad. Algunas pinceladas de su biografía y de su etapa como presidente de la comunidad autónoma de Galicia han pasado ya a la historia, como aquella comprometida fotografía publicada por el periódico El País en la que un joven Feijóo disfrutaba de un día de vacaciones en el yate del condenado por narcotráfico Marcial Dorado. Corría el verano de 1995 y poco sospechaba entonces el político gallego que aquella instantánea le acompañaría para siempre. Tras la publicación del reportaje, el líder del PP regional tuvo que salir a la palestra para negar su relación con el contrabandista, una coartada que quedó desmontada cuando el propio narco, en una entrevista con el periodista Jordi Évole, confirmó que mantuvo una estrecha relación de amistad con el dirigente conservador. Feijóo jamás se planteó dimitir por aquello, tal como le exigió la oposición.
Pero más allá de sus sombras personales, lo cierto es que la gestión de Feijóo al frente de Galicia no ha estado exenta de polémicas. Muchos son los que le siguen afeando que durante años haya desmantelado el Estado de bienestar con fuertes recortes a los servicios públicos como la Sanidad y la Educación. Lo cual no extraña, ya que en lo económico Feijóo siempre se ha comportado como un ultraliberal que santifica el libre mercado y que siente una alergia irrefrenable ante cualquier tipo de intervencionismo estatal. Así, durante su mandato se cerró una de cada diez escuelas públicas, más de 140 en toda la comunidad autónoma, y se redujo la dotación educativa en 100 millones de euros. Al mismo tiempo, los hospitales y centros de salud autonómicos sufrían los rigores de la falta de inversión mientras que las privatizaciones han hecho estragos en el sistema de Seguridad Social. Tras 13 años al frente de la Xunta, el sector privado ganó terreno en el Servicio Gallego de Salud (SERGAS) mediante conciertos público-privados, recortes de camas y externalización de servicios médicos de todo tipo. Así, “entre 2009 y 2015, el presupuesto para Sanidad se desplomó un 18,8 por ciento. Tras esos años de caída, coincidentes con la crisis económica, en 2018 se volvió a recuperar el nivel presupuestario de 2009, aunque la parte principal del montante se destina al gasto farmacéutico y a conciertos con la privada. De 2016 a 2017, el gasto privado del SERGAS aumentó un 10 por ciento”, según un informe del diario Público. Galicia se situó en la novena posición en cuanto a gasto por paciente (1.701,52 euros) pese a que por inversión recibida del Estado es la quinta de España. Obviamente, lo que le llegaba a Feijóo de Madrid no iba precisamente destinado a mantener la maltrecha Sanidad pública. Tales políticas provocaron protestas ciudadanas, como la llevada a cabo por la plataforma SOS Sanidade Pública: “Se introdujeron recortes aprovechando las jubilaciones anticipadas, al no reponerlos se perdieron plazas. Se cerraron centros de salud en el entorno rural y después se redujo el presupuesto de la Atención Primaria, que aquí está en torno al 11 por ciento”.
Pero más allá de la maleta política que Feijóo se ha llevado en su apresurado viaje de Galicia a Madrid para hacerse con las riendas del convulso PP, la primera pregunta que se hace todo el mundo es si estamos realmente ante un moderado a la europea o ante un clásico representante de esa derecha española taurina y carpetovetónica. A día de hoy tenemos datos suficientes para asegurar que no hay demasiada diferencia, en lo ideológico, entre el gobernante gallego y su supuestamente más derechista, aznariano y voxizado antecesor Pablo Casado. Es cierto que Núñez Feijóo ejerce de hombre educado (no se le ve subiendo a la tribuna de oradores de las Cortes para escupir insultos, sapos y culebras, con la vena del cuello hinchada y los ojos inyectados en sangre, a la cara de Pedro Sánchez). Él va de político templado y elegante, alguien que nunca se mancha los zapatos de barro haciendo bueno aquello de que el estilo es el mensaje. Sin embargo, en el fondo, en el contenido y en las ideas, Feijóo y Casado son tan parecidos como dos gotas de agua, tanto que podríamos decir ya, sin temor a equivocarnos, que el feijoísmo no existe y que el PP sigue practicando el casadismo por otros medios.
En lo que más se asemejan ambos personajes analizados es, sin duda, en el catastrofismo. Uno y otro recurren al mismo discurso apocalíptico sobre España cada vez que toca darle estopa a Sánchez (que es casi cada día y por sistema). En eso ninguno ha inventado nada nuevo, ya que fue Aznar quien puso de moda el truco de negar la evidencia, deformando los hechos hasta adaptarlos al discurso que más convenga en ese momento. Cuando Casado hablaba sobre la situación del país daban ganas de meterse en casa y no salir, tal era el terror que pretendía infundir a los pobres españoles, según él, masacrados por el sanchismo. En las últimas semanas, Feijóo también ha recurrido al manido recurso del retrato en negro del país, tenebrismo sin complejos, y ha llegado a decir cosas como que España ha caído en el “desgobierno” casi anárquico de Sánchez. En realidad, ese análisis simplista es absolutamente exagerado, desproporcionado y fuera de toda lógica. Cualquiera que tenga un par de ojos sanos para ver puede comprobar por sí mismo que, pese a la crisis provocada por la pandemia y la guerra en Ucrania, las basuras se siguen retirando de las calles, los autobuses y trenes siguen funcionando, todavía hay hospitales donde atienden a los enfermos gratuitamente (mal que le pese a la privatizadora Isabel Díaz Ayuso) y los españoles sobreviven más o menos como siempre, o sea ajustándose el cinturón como cuando gobernaba Mariano Rajoy (ya entonces las pasaban tanto o más canutas que hoy con el malvado socialista en el poder). El Armagedón que profetiza Feijóo no se ha producido en ningún momento y al paso que vamos, España será destruida por un misil de Putin antes que por la inflación desbocada o la subida de impuestos a la banca y las eléctricas estipulada por el Gobierno de coalición.
El último ataque de casadismo lo ha sufrido Feijóo hace solo unos días, cuando culpó al presidente del Gobierno de que “cada español tenga un pufo de 6.000 euros en deuda pública”. De esta manera, el líder del PP se refería al elevado déficit que acarrea nuestro país, cosa lógica por otra parte después de una pandemia y de una guerra en Europa. Ese fue un momento antológico en la todavía corta vida de Feijóo como máximo líder del PP, ya que el hombre que siendo presidente de Galicia llegó a triplicar la deuda pública de su región (pasando de 3.900 millones de euros en 2009 a 11.300 en 2022), se ponía ahora exquisito con las cuentas oficiales del Estado.
Todos los países occidentales se han endeudado sencillamente porque han tenido que gastar más en sanidad y protección social (en la línea de lo que han pedido organismos como el Fondo Monetario Internacional, nada sospechoso de bolchevismo). Pero de ahí a transmitir la idea de que cada español debe una fortuna al Estado va todo un mundo. El déficit es algo que se va heredando de generación en generación sin que nadie consiga atajar el crecimiento desbocado de las cuentas públicas. Cuando Aznar dejó la Moncloa, España debía el equivalente al 47 por ciento del PIB. Con Zapatero subió al 70 por ciento y con Rajoy superó el 98. Pero Feijóo va dando lecciones de austeridad y contención del gasto cuando Galicia, la comunidad autónoma que él ha gobernado durante más de trece años, ha quedado “empufada”, como diría él mismo, para varias décadas. En efecto, la Xunta gallega cerró 2021 con un total de 11.715 millones de deuda pública, lo que supuso 177 millones más que el año anterior, según informes del Banco de España. Esos son los datos oficiales. Así funciona el presidente del PP, como una máquina de propaganda y manipulación mucho más rápida y eficaz que la empleada por su antecesor en el cargo. Él pretende proyectar el perfil de estadista serio y honrado, pero a fin de cuentas es un formidable manipulador de los números, del lenguaje, de la realidad.
A Feijóo le aflora el catastrofismo cada vez que habla de economía. Así, cuando aborda el asunto del empleo y el crecimiento económico también le puede el pesimismo y su intento de pintar una España completamente arruinada. Una vez más, su obsesión de dibujar un país en situación calamitosa se desmonta con las estadísticas. El paro está registrando los mejores datos desde 2008 y en cuanto a la creación de riqueza, España crecerá varios puntos este año, lo que permite un resquicio a la esperanza de cara a la salida de la crisis. Sin duda, el Gobierno de coalición ha hecho un trabajo económico más que decente en medio de una coyuntura internacional diabólica. Tal es así que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se está planteando una nueva subida del salario mínimo interprofesional, una medida que mejoraría la calidad de vida de millones de familias y que para el agorero Feijóo pondría en grave riesgo la estabilidad presupuestaria.
En lo único que tiene razón el mandatario conservador es en que el Gobierno de coalición se ha convertido en un “obstáculo más”, pero un obstáculo para él en su ambición de llegar al poder, porque de momento el país no implosiona. Al presidente popular le gustaría que se derrumbara España y que así pareciese que ellos llegan para levantarla, tal como dijo en su día Cristóbal Montoro. Por desgracia para el gallego, nuestra economía está muy lejos de entrar en esa fase y todavía no se ven españoles con cartilla de racionamiento bajo el brazo. Lo que tocaría en un momento crítico como este, que exige medidas contra la inflación y de ahorro energético propias de una economía de guerra, sería que Feijóo se remangara y arrimara el hombro. Pero tampoco. Como buen hombre de derechas no suda la camiseta si otros lo hacen por él. Hasta en eso es calcado al demagogo Casado.