Feijóo recurre al trabalenguas de Rajoy para convencer a los españoles

24 de Julio de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Núñez Feijóo en una imagen de archivo.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha puesto a cavilar a medio país con sus últimas disertaciones y circunloquios sobre lo que debe ser España, unas palabras algo oscuras que han recordado al mejor Rajoy de aquellos trabalenguas imposibles. Durante el Congreso Provincial del PP de Barcelona, no solo se ha dedicado a repartir estopa contra el Gobierno con su habitual sarta de falsedades y medias verdades, sino que ha lanzado una serie de afirmaciones sobre la esencia de lo español que no ha entendido nadie.

“Necesitamos a Cataluña. En primer lugar, los catalanes. En segundo lugar, todos aquellos que respetamos esta tierra. Y en tercer lugar, todos los españoles que somos catalanes con independencia de dónde vivamos, igual que los catalanes son gallegos y andaluces, vivan donde vivan. Somos el partido de la unión, el partido del constitucionalismo”. ¿Catalanes gallegos? ¿Andaluces catalanes? ¿Pero qué diantres es todo este revoltijo identitario? En un momento de su alegato, los asistentes no pudieron por menos que recordar aquella gran sentencia que Rajoy dejó para la posteridad (“me gustan los catalanes, los catalanes hacen cosas”) y otras tantas ocurrencias que el expresidente del Gobierno caído en moción de censura legó para la antología del Club de la Comedia.

Lo de este fin de semana de Feijóo, sus divagaciones sobre la quintaesencia de la nación española, no tienen nada que desmerecer a aquellas perlas marianistas que fueron la mejor carnaza para memes y chistes de todo tipo en las redes sociales. Es cierto que Rajoy era un cómico mucho más eficaz que Núñez Feijóo porque jugaba no solo con lo que decía (el fondo) sino con cómo lo decía (la forma). El frenillo y el tic en el ojo cada vez que soltaba alguna mentirijilla completaban un personaje total para la farsa y el vodevil. Tenía un don innato para la mascarada. Tenía madera. Era un crack. Desde ese punto de vista, Feijóo es más austero, más frío y contenido, da más el pego de hombre serio y formal. Sin embargo, por dentro también lleva un cachondo mental que ni Gila.

En las últimas horas, los análisis pedestres del nuevo presidente popular han corrido como la pólvora en Twitter, suscitando centenares de comentarios y pitorreos de todo tipo, todos ellos en la misma línea: los embrollos dialécticos de Feijóo van a dejar a los de Rajoy a la altura del betún. A esta hora, muchos se preguntan cómo puede ser que el hombre que aspira a gobernar España algún día sea capaz de elaborar unas ideas tan de Barrio Sésamo, tan de andar por casa, tan absurdas como la escena de una película de los hermanos Marx. Feijóo cualquier día se sube a la tribuna de oradores de las Cortes, endosa a los españoles una parrafada sobre “la parte contratante de la primera parte”, en la mejor tradición grouchomarxista, y nos deja patas arriba. Sin duda, ha nacido una estrella del sainete y la opereta.

El gran estadista, el milagrero que llegaba para arreglar España con sus recetillas neoliberales de siempre, es todo un showman, como también lo fue Rajoy, que petó los escenarios de la política española con aquella lengua de trapo propia de Mariano Ozores. Llegados a este punto, debemos preguntarnos qué pasa en Galicia, qué tiene aquella tierra bendita (hoy envuelta en llamas y en incendios provocados por especuladores de todo tipo) que siempre acaba alumbrando un salvapatrias de retórica hueca y vacía, uno de esos seductores de piquito de oro que a lo lago de la historia se presentaron a sí mismos como la solución mágica a los males de España.

Ahora comprobamos que como estadista no vale mucho Feijóo, aunque de humor surrealista y absurdo anda sobrado. Al nuevo líder popular, igual que hicimos en su día con Rajoy, hay que tratarlo no ya como un Churchill orensano, sino como un digno representante de nuestra mejor escuela cómica: la del doble sentido, el sarcasmo y la subversión lingüística. A nuestro añorado Jardiel le debemos frases lúcidas, míticas, como aquello de que “el que no se atreve a ser inteligente, se hace político” o “el hombre que se ríe de todo es que todo lo desprecia”. Con su discurso de chancletas veraniegas y bermudas sobre el espíritu nacional español, Feijóo confirma que ha llegado para entretener al personal con ditirambos imposibles, divertidos retruécanos que no entiende nadie, perogrullos, guasas y retrancas. Una formidable y fantástica empanada gallega.

En este país habíamos escuchado disparates de todo tipo, pero eso de que un señor de Soria o de Albacete se siente tan catalán como otro de Reus o Lleida no podemos decir que no sea algo nuevo u original. Feijóo, ese personaje corto en estadismo pero largo y astuto para la comedia y el enredo de las palabras, promete dar grandes tardes de gloria en los tristes ruedos políticos hispánicos. Así como Ayuso es una tremenda actriz capaz de engatusar al personal con un par de cañas y unas tapas, también Feijóo es un intérprete magistral del Actors Studio genovés y va camino de encandilar a las masas con su cuñadista discurso pseudoorteguiano de tres al cuarto sobre la esencia patriótica. No obstante, esa diarrea mental –la españolidad de los catalanes y la catalanidad de los madrileños–, es puro artificio, frases vacuas y sin sentido, ya que lo que verdaderamente le interesa a él es colocarnos su peligrosísimo manual ultraliberal. “No es serio que el Gobierno vuelva a subir los impuestos”, asegura impertérrito. Más allá de entretener al público con piruetas intelectuales, ahí es donde quiere llegar el candidato Feijóo: al desmantelamiento total del Estado de bienestar, a la privatización a calzón quitado de todo. A falta de programa creíble, se dedica a disertar bizantinamente sobre una España que no existe, a despistar al personal con un sudoku identitario y a practicar un melifluo juego de palabras sobre gallegos catalanes y castellanos vascos que no hay un dios que lo entienda. Mientras tanto, va preparando la España de los recortes. Qué pillín el gallego.

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