Tras días de clamoroso silencio, Alberto Núñez Feijóo ha optado por hablar del escándalo que sacude a su partido: la imputación de Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda, por presuntas actuaciones delictivas en favor del oligopolio gasista. Lo ha hecho —cómo no— en La Voz de Galicia, diario al que favoreció generosamente durante su etapa como presidente de la Xunta. Allí ensaya una defensa tibia y autocomplaciente, alejada del rigor exigible ante un nuevo episodio de corrupción en el Partido Popular. Lejos de asumir responsabilidades o depurar mínimamente su entorno, Feijóo se aferra a una retórica autoexculpatoria y a afirmaciones que, bajo un análisis serio, no resisten el más leve contraste con la realidad.
Tras días de clamoroso silencio, Alberto Núñez Feijóo ha optado por hablar del escándalo que sacude a su partido: la imputación de Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda, por presuntas actuaciones delictivas en favor del oligopolio gasista. Lo ha hecho —cómo no— en La Voz de Galicia, diario al que favoreció generosamente durante su etapa como presidente de la Xunta. Allí ensaya una defensa tibia y autocomplaciente, alejada del rigor exigible ante un nuevo episodio de corrupción en el Partido Popular. Lejos de asumir responsabilidades o depurar mínimamente su entorno, Feijóo se aferra a una retórica autoexculpatoria y a afirmaciones que, bajo un análisis serio, no resisten el más leve contraste con la realidad.
Una entrevista cómoda y medida
Feijóo ha elegido cuidadosamente el lugar para romper su mutismo. La entrevista publicada en La Voz de Galicia, un medio al que, según datos oficiales, su gobierno destinó decenas de millones de euros en contratos publicitarios y convenios, le brinda un espacio sin fisuras críticas para ofrecer su versión. En ella se proclama inmaculado:
“Las personas que yo he nombrado durante 30 años en mis puestos, desde el Servicio de Salud hasta el último, de presidente de la Xunta de Galicia, yo no he nombrado a nadie que esté metido en un supuesto de corrupción”.
La afirmación pretende blindar su figura personal de la herencia corrupta del partido, pero resulta tan evasiva como peligrosa. Porque Feijóo, como máximo dirigente del PP y heredero directo de sus estructuras orgánicas, no puede presentarse como una isla moral en un archipiélago podrido.
El caso Nadal: más que un testigo lejano
Uno de los momentos clave de la entrevista llega cuando se le pregunta por Alberto Nadal, exsecretario de Estado con Montoro y hoy jefe del área económica del PP. Feijóo lo defiende sin matices:
“A la persona a la que usted se refiere es que ni estaba ni tenía ninguna responsabilidad en los hechos que están siendo investigados”.
Y añade que si alguna vez alguien cercano le genera dudas, actuará:
“Si hubiese alguna persona sospechosa de algo y que la explicación que me da no me convence, dejaría de trabajar con él”.
Pero la explicación que ahora dice haber recibido de Nadal se basa en una coartada burocrática: cuando ocurrieron los hechos bajo sospecha, Nadal estaba en el Ministerio de Industria, no en Hacienda. Esa separación de carteras es irrelevante si se entiende el funcionamiento del poder económico dentro del PP en aquellos años: un bloque compacto al servicio de intereses cruzados entre energía, fiscalidad y regulación.
¿Quién es Alberto Nadal?
Hermano del también exministro Álvaro Nadal, Alberto fue secretario de Estado de Energía entre 2012 y 2016 y más tarde secretario de Estado de Presupuestos y Gastos con Montoro. Es decir, tuvo poder tanto en la política energética como en la distribución presupuestaria del Estado. Su vínculo con Montoro no es episódico: es estructural. Su posición en la cúpula del Ministerio de Hacienda lo convierte, cuanto menos, en una figura que debía conocer ,y posiblemente participar, en las decisiones que hoy están bajo investigación judicial.
Retórica vacía y la falsa equidistancia frente a la corrupción
Feijóo insiste en que no existen “dos varas de medir para la corrupción”, y que el trato debe ser igual “afecte a quien afecte las sospechas”.
“Mi criterio acerca de la corrupción es muy claro y no cambia con independencia de a quién afecte. Yo no hablaré ni de persecución de los jueces ni de pseudomedios”.
Frases que suenan a manual de comunicación política, pero que en la práctica quedan vacías. No hay una sola palabra de condena explícita hacia Montoro. No hay compromiso alguno de apartar a personas relacionadas —aunque tangencialmente— con la estructura que permitió las prácticas bajo sospecha. Ni una mención a mecanismos internos de control o depuración dentro del partido.
Un partido sin propósito regenerador
La única propuesta visible de Feijóo es dejar la responsabilidad en manos de la justicia. Nada sobre rendición de cuentas, ni reformas internas, ni exigencias éticas mínimas. La corrupción, para él, no tiene rostro ni partido, aunque los hechos indiquen lo contrario. Al igual que Rajoy hablaba de “esa persona de la que usted me habla”, Feijóo intenta encapsular los escándalos como episodios aislados, descontextualizados, ajenos a su liderazgo.
El problema es que la realidad los desmiente: el PP vuelve a estar en el centro de una causa grave, y su máximo responsable opta por mirar hacia otro lado, justificarse con frases de manual y proteger, sin pruebas contundentes, a quienes orbitan cerca de los escándalos.