El Partido Popular ha recrudecido su sucia campaña de desprestigio personal y familiar contra Pedro Sánchez. Esa interpelación directa de Feijóo al presidente del Gobierno (“¿Pero de qué prostíbulos ha vivido usted?”), vertida durante el debate por corrupción en el Congreso de los Diputados, fue un Rubicón sin retorno que el jefe de la oposición decidió atravesar, bien por las presiones del sector ultra de su partido y de Vox, bien llevado por la frustración de no poder derribar al Ejecutivo de coalición antes de irse de vacaciones a su pazo gallego, tal como él esperaba.
Con esa sórdida pregunta, que quedará para la historia de la infamia del parlamentarismo español, Feijóo atravesaba todas las líneas rojas. No solo rompió una ley no escrita de fair play, mediante la cual los asuntos de la bragueta quedaban fuera del juego político, sino que decidió entrar de lleno en el ataque directo a las familias, algo que también había quedado al margen en este medio siglo de democracia. Los padres de la Constitución dejaron claro que el sistema político español no iba a ser una copia del modelo de Estados Unidos, donde los escándalos sexuales tienen un papel primordial en las elecciones. En USA una infidelidad empeora más encuestas que un programa político mal redactado, pero aquí, en nuestro país, esas tácticas mafiosas no han tenido cabida. Al menos hasta hoy. A lo largo de todos estos años, ha habido algún que otro intento aislado por importar el modelo anglosajón apto para hundirle la vida a alguien con un asunto de la ingle. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con el famoso vídeo de Pedro J. Ramírez, difundido por la cloaca de Felipe González, que terminó convirtiéndose en un bumerán contra sus promotores, llevados a juicio y condenados tras recibir el rechazo unánime y la repulsión de la clase política, de la Justicia y de la opinión pública. Por lo visto, también en eso hemos dado un paso más en la involución. Este país ha pasado de ser un pequeño reducto de la libertad sexual (donde cada cual hacía lo que le venía en gana con sus asuntos privados) a un cuarto oscuro enfermizo que desprende un fuerte hedor a hipocresía, a morbo rancio y a maldad.
Con el cambio de rumbo estratégico, con el que Feijóo da el fatal giro puritano o calvinista, consuma su trumpización, es decir, su ingreso oficial en la extrema derecha. Verlo allí subido, en la tribuna de oradores de las Cortes, sagrado templo de la democracia, comportándose como un clon de Milei, o peor, como un vulgar tertuliano del Sálvame –ese nefasto programa donde el salseo y lo zafio, lo burdo y lo chabacano se acaba convirtiendo en discurso– producía vergüenza ajena. Si el medio es el mensaje, como decía Marshall McLuhan, Feijóo se ha convertido ya en un programa de cotilleos con patas. Y eso que iba para gran estadista.
Mariano Rajoy pasó a la historia como el señor de los hilillos del Prestige; este va a pasar como el señor de las basurillas, un síndrome de Diógenes que acumula toda la cochambre. El líder popular está demostrando una gran torpeza: tiene un dosier explosivo como el caso Koldo en sus manos y a su entera disposición y anda rebuscando en las camas ajenas, como un mal paparazi. En realidad, la deriva reaccionaria que ha emprendido el eterno aspirante a la Moncloa tiene mucho que ver con la deshumanización del adversario político, una técnica de dominación, de control del poder y de manipulación de masas bien conocida. La deshumanización del otro, del diferente, de quien no forma parte de la manada patriótica, siempre es el origen mismo o punto de arranque del Estado totalitario. Pero vayamos al tema, o sea al caso de las saunas.
Los negocios de Sabiniano Gómez, padre de la esposa de Sánchez, atañen y afectan exclusivamente al interesado (quien por cierto ha fallecido y no tendrá el derecho a defenderse de la caza de brujas). Si nadie debe pagar por los pecados o delitos del progenitor, mucho menos del suegro. Pero lo más importante de todo es de dónde proviene esa información. Y, una vez más, todos los caminos conducen a las cloacas, gran cáncer del bipartidismo que ha regido y rige, en sus últimos estertores, este país. Conviene no olvidar que el asunto de las saunas se remonta a agosto de 2014, con los famosos audios del comisario Villarejo, un agente al servicio de la Policía Patriótica puesta en marcha por el Ministerio del Interior en tiempos de Rajoy. En concreto, las conversaciones captadas entre Francisco Martínez, número 2 del ministro Jorge Fernández Díaz, y el polémico policía infiltrado hoy en prisión. En ese diálogo propio de sicarios dispuestos a arruinar vidas ajenas, que estremece por el nivel de crueldad, se dice que Sabiniano Gómez regenta las saunas como prostíbulos, no solo para personas heterosexuales, también para inmigrantes dedicados al chaperismo. Ambos concluyen que ese dato “es mortal” y que puede “matar políticamente” al líder socialista. Ni una escena de El Padrino.
Fue en ese instante cuando la cloaca del PP empezó a marcar el rumbo, la estrategia a seguir para derribar al PSOE, un plan que se ha mantenido en el tiempo hasta hoy, más de diez años después. Ni que decir tiene que la charla interceptada por Villarejo fue convenientemente aireada por la prensa de la caverna, siempre dispuesta a devorar la carroña que dejan las bestias. El partido socialista presentó una denuncia para que se investigasen los audios por revelación de secretos y tres magistrados de la Audiencia Nacional sentenciaron, en junio de 2024, que no había nada irregular en la actividad empresarial del suegro del presidente. Es más, el ponente, precisamente un conservador como Francisco Vieira, no solo descartó delito alguno, sino que dejó escrito en negro sobre blanco que la “actividad privada” de las saunas era “lícita” y calificó de “deplorable” la información partidista para dañar a un adversario político, algo que a sus señorías les merecía “todo el reproche moral”. Asunto zanjado.
El bulo tendría que haber quedado ahí, pero el PP lo saca de la alcantarilla, todo lleno de mugre, e insiste con una batería de preguntas parlamentarias con escasa prueba, más allá de los siempre socorridos recortes de prensa, que ya tienen más valor que el Código Penal. Los populares hablan de prostíbulos, de sexo no consentido, de trato carnal con inmigrantes jóvenes. Y todo ello basado en rumores. Deberían pensarse un poco la mierda que remueven, porque quizá ellos no estén tan libres de pecado como para tirar la primera piedra. De hecho, están tan metidos en la cloaca, tan de porquería hasta el cuello, que se refocilan como una piara satisfecha y feliz.