La estrategia de las derechas para derribar al Gobierno sigue, paso a paso, el plan preconcebido: el PP arrinconando a Sánchez en las instituciones; Vox movilizando a su Brunete agraria y colapsando las carreteras hasta tomar Madrid. Lo que Franco hizo por la fuerza de las armas para destruir la República lo está haciendo el bloque reaccionario desde dentro del sistema. O sea, todo muy limpio y muy democrático.
En Génova están eufóricos tras los resultados de las elecciones gallegas. Ni ellos mismos confiaban en una victoria tan rotunda y aplastante. Abascal no es nadie en Galicia y el PSOE queda relegado a la intrascendencia en aquella comunidad autónoma, tal como ya ha ocurrido en otras regiones. Es cierto que la apisonadora popular avanza a toda máquina, ganando batalla a batalla en cada frente territorial. Pero haría mal Feijóo en lanzar las campanas al vuelo por un triunfo que, aunque inapelable, no significa que el Gobierno esté a punto de caer. Galicia es Galicia, y allí siempre gana la derecha, el cacique y el narco. Hoy mismo, durante la sesión de control al Gobierno, el PP ha echado una palada más de tierra sobre el tocado ministro Marlaska, un fiambre político tras el asesinato de los dos guardias civiles arrollados por una planeadora en Barbate. Al magistrado, contras las cuerdas, no le ha quedado otra que revolverse, enseñar el colmillo y sacar a pasear aquella famosa fotografía de Feijóo navegando en el yate del capo Marcial Dorado. “Este ministerio metió en prisión al narco que iba en ese barco”, ha recordado su señoría recurriendo al patadón y tentetieso. Su alegato, ya muy sobado, no ayudará al PSOE a remontar en las encuestas.
A esta hora, el Gobierno es la viva imagen del desfallecido ministro Planas quien, tras semanas de tensiones con los agricultores, ha sufrido un soponcio cuando participaba en una cara a cara con la oposición en el Congreso de los Diputados. Ese desvanecimiento, ese síncope que le ha llevado a desplomarse en su escaño, es la metáfora perfecta del momento de tensión por el que está atravesando el gabinete Sánchez. Tras segundos de murmullos y preocupación en el hemiciclo, el ministro se repuso con bravura y gallardía, retomando su discurso. Al término de la sesión de control, bromeaba con los periodistas alegando que su salud es perfecta y que su indisposición es consecuencia del exceso de “actividad”. Una confesión que le honra. No nos gustaría estar en su pellejo. Con los piquetes de la Plataforma 6F enfrentándose a la Guardia Civil, con los antidisturbios y los agricultores a palos en medio de la carretera y con los tractores del bando nacional avanzando por los frentes del Ebro y Guadalajara, cualquiera con un mínimo de sensibilidad estaría más que preocupado y con insomnio. Nuestros mejores deseos de recuperación para el señor Planas, que ha pasado por la enfermería del Congreso para someterse a un chequeo.
A esta hora, sería absurdo no reconocer que el PSOE, la izquierda española y por ende el Gobierno han salido noqueados de los comicios gallegos. El vértigo de Planas es el vértigo de Moncloa. Y Feijóo ha pasado otra vez al ataque. “El resultado del plebiscito es 40 a 9”, dijo regodeándose en el tanteo con escasa elegancia y entre las ovaciones y risotadas arrogantes de la bancada azul. “¿Qué va a inventar hoy para no hablar de los resultados en Galicia?”, insistió. A Sánchez no le quedó otra que enrocarse y aguantar el chaparrón. Está en plena ofensiva ultra y toca abrigarse y esperar a que escampe. “Tengo claro que usted hubiera aprobado una amnistía, unos indultos y lo que hiciera falta para ser presidente”, se defendió el premier socialista. Entretanto, Junts se sumaba a la pinza letal. Míriam Nogueras, esa indepe de pasarela, tiene un don especial: es capaz de gritar Visca Catalunya lliure (desde el estrado del Congreso y como una revolucionaria de pacotilla) y al mismo tiempo ofrecerle su muleta a la extrema derecha española todo en el mismo párrafo.
¿Hacia dónde camina Junts promoviendo otra vez la independencia en el Parlament catalán junto a la CUP?, cabría preguntarse. A ninguna parte, al mismo callejón sin salida en el que se encuentra Carles Puigdemont. Reactivar la segunda fase del procés sería un suicidio y la ruptura de facto de las negociaciones sobre la ley de amnistía, lo que dejaría a miles de catalanes en la estacada, en cueros y sin el perdón que ansían como agua de mayo. De una forma o de otra, la tozudez intransigente del pujolismo radicalizado solo está sirviendo para darle munición al PP y a Vox en su plan de demolición del sanchismo. En buena medida, lo que ha ocurrido en Galicia este fin de semana es culpa del hombre de Waterloo echado al monte. Puigdemont ha humillado tanto al Gobierno, lo ha vejado tanto, lo ha hecho arrodillarse tan denigrantemente a cuenta de la amnistía, que ha terminado por provocar el repudio y el hastío en buena parte de la ciudadanía. Aunque los analistas de la izquierda se resistan a reconocerlo, muchos gallegos moderados que votan indistintamente PP o PSOE, según el momento y la coyuntura, han dicho no a la humillación, y los que se han ido al BNG, desertando del PSOE, lo han hecho por pura coherencia. Si el independentismo juega legítimamente y como uno más, ¿por qué no probar ese experimento con gaseosa?
Puigdemont dijo que Sánchez “mearía sangre” y la hematuria es profusa, copiosa e incontenible. Nogueras y los suyos ya no engañan a nadie. Se han instalado en el “cuanto peor mejor”, siguiendo la escuela fundada por Mariano Rajoy,y por momentos parece que están deseando pactar ya con los populares, en vista de que con ellos se entienden mejor que con los socialistas. A fin de cuentas, la derecha es derecha, ya sea españolista o indepe, y ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Es evidente que el Gobierno traslada la imagen de rendición y de derrota, mientras que Feijóo está disfrutando su minuto de gloria. En realidad, nada es mérito suyo. Firmó una campaña electoral desastrosa, poniendo en riesgo la victoria de su partido, y si ha terminado revalidando el poder de la Xunta ha sido únicamente porque las meigas han salido en su rescate. Que no venda la piel del oso antes de cazarlo porque el ayusismo lo sigue teniendo en el punto de mira. Aún quedan más de tres años para las elecciones y, en la política de hoy, un día es un mundo.