Hace tres años, Pedro Sánchez pidió a Podemos que se sumara a la decisión de destinar el 2% del PIB a gasto en defensa para 2029, según el compromiso de los países de la OTAN. “Es un acuerdo de país”, dijo entonces el líder socialista, que además avisó a sus socios morados de que la democracia se defiende aumentando “sus capacidades de disuasión”. No coló. Hoy, cuando Trump y Putin firman un tratado de no agresión para liquidar la Unión Europea (dejando vía libre a que el Kremlin meta sus tanques hasta Tarifa), Podemos sigue manteniendo la misma posición política que en 2022, lo cual demuestra que algunas cabezas duras nunca cambian.
Con el amigo americano convertido en enemigo de primer orden de la UE, a los europeos no nos va a quedar otra que aumentar el gasto en armamento para proteger nuestro flanco oriental, que vuelve a ser tan vulnerable como cuando el Ejército Rojo se paseaba como Pedro por su casa por los países de la órbita soviética. Von der Leyen, Macron y Scholz (también Sánchez) han entendido que, o le enseñamos los dientes a Putin, o estamos muertos. Putler (el acrónimo entre Putin y Hitler que triunfa en las redes sociales) sabe que, con Estados Unidos replegado, aislado y enfrentado a la UE, es solo cuestión de tiempo que dé la orden de mover sus tanques hacia Polonia, Moldavia o las Repúblicas Bálticas, haciendo realidad su política de conquista y de hechos consumados, como ya ocurrió con Crimea y el Dombás, territorios arrebatados a los ucranianos.
La única manera de detener al sátrapa de Moscú es plantearle una línea defensiva lo suficientemente disuasoria como para enfriar sus ambiciones expansionistas. Y esa fortaleza pasa, inevitablemente, por la creación de un Ejército europeo. ¿Cuánto nos costaría la broma? No menos de 750.000 millones de euros. Una fiesta que sin duda pagarán los ciudadanos con duros recortes al Estado de bienestar. Lamentablemente, estamos contra la espada y la pared, sin apenas margen de decisión. Si Trump se ha sacado de la manga el eslogan ganador MAGA (Make America Great Again), con el que ha llegado a la Casa Blanca sin programa político para el país, el presidente ruso no quiere ser menos y ya piensa en términos de MUGA (Make URSS Great Again), de modo que hemos pasado del derecho internacional a la ley de la selva y del más fuerte.
Soplan vientos belicistas en todo el mundo y ya se sabe lo que dijo Julio César: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Sin embargo, tenemos una izquierda ilusa e infantil, terca e inmovilista, que nunca aprende ni evoluciona en sus postulados. Siguen instalados en el antiguo lema “más mantequilla y menos tanques”, en el Pacto de Varsovia y en el 68, nostálgicos no precisamente de la revolución del mayo francés, sino de la invasión soviética de Checoslovaquia. Podemos y Vox son los dos partidos que más difícil lo van a tener para explicar a sus respectivos electorados en qué bando jugarán tras el golpe de Trump al puzle del orden internacional. Morados y verdes van a tener que hacer malabarismos políticos para resituarse sin pagar el desgaste de la contradicción y la incoherencia. De Abascal y sus efusivos peloteos y abrazos al mangante neoyorquino mientras los agricultores españoles tiemblan por los aranceles trumpistas ya hemos hablado en anteriores ediciones. Hoy toca preguntarse en qué bando están los podemitas. ¿Con Putin, quizá con China, otra autocracia que no respeta los derechos humanos?
Iglesias, Errejón y Monedero (por cierto estos dos últimos presuntos feministas salpicados por asuntos de baboseo con mujeres) siempre han sentido, por sistema (más bien por antisistema), una especie de alergia incurable a todo lo que huela a Tío Sam, posicionándose fielmente junto a Rusia, aunque Rusia hace tiempo que ya no es un régimen comunista (si es que alguna vez lo fue), sino una mafia de oligarcas con flotilla de yates en la Costa del Sol, jugoso negocio de criptomonedas y honda vinculación con lo más reaccionario de la Iglesia del patriarca Cirilo. Esa izquierdita de parvulario, esa progresía inmadura y utópica, siempre ha despotricado del imperio USA, aunque luego coma en restaurantes yanquis, compre ropa yanqui y vea series yanquis, como todo hijo de vecino. Haría bien Podemos en desmarcarse de una vez por todas del putinismo ruso, un movimiento autoritario que, por si no se ha dado cuenta el ocupado lector de esta columna, está muy lejos ya del marxismo, de Lenin y de la fraternidad obrera internacional. Hace tiempo que Rusia pasó de la lucha de clases a los ricos con clase, pero ellos, el monolítico mundo podemita, sigue ahí, embarrancado en un pasado que, por otra parte, nunca existió, ya que el bolchevismo empezó como gran esperanza de la famélica legión y terminó en casta, en dictadura de burócratas y en el gulag de Siberia. La URSS no fue más que un piso estrecho y hacinado a compartir entre muchas familias y unos cuantos soplones al servicio del Comisariado Político, eso lo sabemos por Doctor Zhivago, el novelón de Pasternak.
Cuando Putin atravesó el Rubicón ucraniano, imitando la guerra relámpago de Hitler, Podemos tuvo una oportunidad de oro para reprogramar su GPS ideológico, incluyendo en su programa electoral la ruptura de todo tipo de relaciones con Moscú. Pero les sigue pudiendo el mono antiotanista, el cuelgue, el chute de la nostalgia. Sufren el síndrome de Estocolmo desde que los generales del sóviet se hicieron cargo del Ejército republicano porque los Miaja, Líster y el Campesino no sabían cómo ganar la guerra. Es cierto que algunos y algunas, como dicen ellos, han hecho esa aparente catarsis y que las Montero y Belarra han moderado en cierta manera sus discursos prorrusos (no les quedaba otra ante los crímenes contra la humanidad cometidos por el Kremlin en Ucrania), pero todos sabemos que en la sede de Podemos, en un rincón, sigue estando presente la bandera roja con la hoz y el martillo. Lo poco que queda ya del proyecto podemita que se deje de sentimentalismos baratos y neutralismos imposibles que no van a ninguna parte. En apenas una semana, el mundo ha cambiado más que en el último medio siglo. El trumpismo arrasa como una convulsión y ellos anclados en 1945. O nos ponemos las pilas con más Europa, o nos comen.