Las últimas declaraciones de Oriol Junqueras, reclamando al PSOE que cumpla los acuerdos firmados y calificando de “decepcionante” el pacto de financiación, vuelven a mostrar la deriva de un dirigente que ha hecho del agravio y de la presión constante su principal herramienta política. Pese a reconocer que no desea un gobierno del PP y Vox, Junqueras vuelve a instalarse en una posición de exigencia sin horizonte colectivo.
El lenguaje de la advertencia
En su entrevista en La Vanguardia, el presidente de ERC repite un esquema conocido: avisos, condiciones y amenazas veladas. “ERC no tiene ningún interés en que haya un Gobierno del PP y Vox. Al mismo tiempo, defiende los intereses de Cataluña”, ha señalado, exigiendo que “el PSOE cumpla con sus acuerdos y que sea ambicioso”.
Sin embargo, lo que se esconde tras esas palabras es un modo de entender la política en el que todo se supedita a su papel como garante de la ortodoxia soberanista, aunque ello suponga frenar los avances comunes. Las críticas se extienden a la ministra de Hacienda, a quien reprocha que el principio de ordinalidad aparezca en el preámbulo y no en el texto normativo del nuevo modelo de financiación.
Junqueras, una vez más, traduce un proceso técnico complejo en un terreno de agravio, como si cada negociación solo pudiera interpretarse desde la lógica de la confrontación. El acuerdo alcanzado en la Comisión Bilateral el 14 de julio, que debería ser un punto de partida, se convierte así en un motivo más para levantar un muro.
De la reivindicación al bloqueo
El dirigente republicano no oculta su malestar porque la Agencia Tributaria de Cataluña no haya obtenido todo el margen competencial que deseaba y porque no hay “concreciones” sobre la recaudación del IRPF. Pero lo hace en un tono que trasciende la crítica: anuncia una proposición de ley y plantea mayorías “variadas y contradictorias”, como si todo dependiera de una partida permanente de resistencia, incluso frente a los socios con los que comparte gobierno en Cataluña.
En la misma entrevista descarta la propuesta de Gabriel Rufián para articular un frente plurinacional, subrayando que esa idea solo es viable en las elecciones europeas. Lo que podría haber sido una reflexión estratégica se convierte en un recordatorio de que en ERC las decisiones las toma un núcleo cerrado, blindado frente a cualquier alianza que no pase por sus propios términos.
Junqueras, que en otro tiempo representó un intento de diálogo y de normalización política, parece hoy más centrado en reafirmar su peso interno que en ofrecer salidas colectivas. Sus palabras, más que tender puentes, levantan nuevas exigencias en una política catalana que lleva años atrapada en el bucle del reproche.
El futuro de Cataluña no puede seguir siendo rehén de una agenda personal marcada por el ultimátum. La política requiere algo más que advertencias constantes: necesita propuestas que unan y que miren más allá del cálculo partidista.