Javier Milei, el ultra que ha generado una crisis diplomática sin precedentes entre España y Argentina, se ha definido a sí mismo como un “anarcocapitalista”. Ahora bien, más allá de la etiqueta, un invento de la vacía retórica política de nuestros días, cabría preguntarse si es posible refundir el capitalismo con el anarquismo o estamos ante algo metafísicamente imposible. Y la respuesta no puede ser otra que, en buena medida, el anarcocapitalismo que dice haber inventado Milei es una contradictio in terminis, cuando no un oxímoron o surrealista chifladura.
Se mire por donde se mire, el libertario anarco no cuadra con el capitalista. Es como el agua y el aceite. Mirando atrás en la historia, tratando de encontrar algún antecedente ideológico/histórico que pueda explicar este delirante movimiento reaccionario que no hay por dónde cogerlo, habría que remontarse al siglo XIX y a los antiguos filósofos individualistas como John Locke, Benjamin Tucker y Lysander Spooner. Podría entenderse que estos plantaron las semillas que han germinado después en el anarcocapitalismo contemporáneo, pero tampoco. Aquellos viejos ideólogos de la libertad buscaban un noble humanismo y estos de ahora son egoístas, nihilistas, narcisos. Unos y otros solo se parecen en la poblada barba de granjero desaliñado y poco más. Pero vayamos por partes.
Locke, padre del liberalismo clásico y pionero del empirismo, a quien los anarcocapitalistas de hoy admiran por haber afirmado que la soberanía de la propiedad privada entra en contradicción con la soberanía del Estado, sería el más destacado representante de la escuela. Sin embargo, analizando su obra, vemos que los trumpistas de hoy han manipulado vilmente su obra, ya que, si bien es cierto que el pensador inglés arremetió contra la injerencia del Estado en la vida de las personas, también dijo aquello de que el Estado tiene la obligación de proteger tres derechos naturales: la vida, la libertad y sí, también la propiedad privada, aunque esta siempre debe tener un límite, el de los derechos humanos. Milei, cuando aplica la motosierra para podar el Estado de bienestar, va contraLocke, de ahí la impostura.
En cuanto a Tucker, otro pensador citado por el anarcocapitalista de nuevo cuño, tampoco nos sirve para explicar la ola reaccionaria que nos invade. Según Tucker, cada individuo debe disfrutar del máximo de libertad compatible con una libertad igual para los otros, o sea una sociedad igualitaria, en la que la gente de Milei no cree porque piensan que la justicia social es una máxima comunista. En realidad, Tucker estaba contra el monopolio, al que tenía una alergia aguda. Incluso llegó a proponer la posibilidad de crear agencias de gobierno financiadas por medio de “impuestos voluntarios”. Si esto no es intervencionismo estatal, que baje Dios y lo vea.
En cuanto a Spooner, filósofo anarquista de la corriente individualista yanqui, otro idolatrado por toda esta gente de la derecha extremista contemporánea, el hombre se centró en luchar por la libertad de los esclavos negros (todo lo contrario que los reaccionarios del Ku Klux Klan, los antisistema del momento) y aunque es cierto que se declaró enemigo del Estado, de su control sobre la libertad, de sus monopolios y de sus élites perniciosas, a menudo se le suele situar más cerca del libertarismo de izquierdas que de la derecha, puesto que fue el más crítico con los privilegios de la casta y el más anticapitalista de los individualistas del siglo XIX. De hecho, su retrato recuerda bastante al de Karl Marx.
Así que toda esa verborrea inventada por Milei no tiene parangón en la historia. El anarquismo es una filosofía política y social que propugna la abolición del Estado entendido como gobierno y, por extensión, de toda autoridad, jerarquía o control social que se imponga al individuo, por considerarlos indeseables, innecesarios y nocivos. Sébastien Faure, filósofo anarquista francés, dijo en su día: “Cualquiera que niegue la autoridad y luche contra ella es un anarquista”. Es decir, estamos ante una corriente de pensamiento que no admite ni a Dios, ni al Estado, ni a la patria, ni al dinero. “Sin amo ni soberano”, tal como dijo Proudhon. Muerto el poder, todo poder, una sociedad mejor. No es el caso de los anarcos de derechas de hoy, todos meapilas de misa de doce, patriotas y con buenas cuentas en el banco.
Por su parte, el capitalismo, como sistema económico y social basado en la propiedad privada de los medios de producción, es lo contrario al anarquismo: puro orden, mecanicismo determinista, armonía alrededor del dólar, dueño y señor del cosmos, gran dios o Leviatán del sistema. La mano invisible que todo lo mueve. Es decir, por mucho que se apuesta por la libertad total de los mercados, el capitalismo no deja de ser, en sí mismo, un poder. El poder por excelencia. Por tanto, desde ese punto de vista, un capitalista jamás puede ser un anarquista, por mucho que se empeñe Milei en confundir a las masas aborregadas. Son enemigos irreconciliables. El anarco es un revolucionario total; el capitalista es, por definición, establishment. De hecho, Marx, al que ya hemos citado antes,hace la pertinente crítica del capitalismo mediante el análisis dialéctico de sus contradicciones internas y abusos, llegando a la conclusión de que el sistema está podrido, enfermo, y convierte a los trabajadores en alienados y estafados, cuando no en esclavos. La única reacción lógica que cabe contra el capitalismo, desde el punto de vista del anarquista, es destruirlo o corregirlo drásticamente para frenar sus desmanes, o sea comunismo o socialdemocracia. Pero nunca convertirse en un anarquista del capital, que ni Milei sabe lo que es. En todo caso, el presidente argentino será un ultraliberal a calzón quitado, que no es lo mismo. De modo que no ha inventado nada que no exista ya. El loco de la Casa Rosada es, simplemente, alguien que no quiere ponerle ningún tope o límite a la voracidad de los mercados, de tal manera que prefiere la ley de la jungla (el pez grande que se come al chico), a cualquier tipo de proteccionismo estatal, del que abomina.
Por tanto, estamos ante un caníbal de la economía, alguien que permite que la sociedad se convierta en una violenta y permanente guerra de unos contra otros para ver quién se lleva el bocado más grande. Milei no tiene un pelo de anarco, entre otras cosas porque el Estado es él (un peronista más, casta pura y dura). No hay nada más establishment que un aprendiz de dictador. En todo caso, solo tendría una cosa de anarquista: el caos que va a dejar en Argentina tras cuatro años de políticas descerebradas. Milei es un impostor, un charlatán de feria, un fraude. Óscar Puente lo ha definido como un narcocapitalista más que como un anarcocapitalista, que son dos cosas muy distintas. Touché.