El apoyo de Bildu a los PresupuestosGenerales del Estado ha caído como una bomba en el PSOE. El terremoto político que vive Ferraz, salvando las distancias, recuerda a aquellos días tumultuosos en los que Pedro Sánchez fue descabalgado como secretario general del partido. Es evidente que las heridas de aquello no se han cerrado y cada vez que el presidente del Gobierno toma algún tipo de medida demasiado “izquierdista” ahí están sus enemigos para desenfundar las facas y mostrarle el camino correcto, o sea para que no se salga de la senda trazada por el felipismo.
La defenestración pública de Sánchez en el Comité Federal de octubre de 2016 estuvo a punto de acabar con su carrera política. “Para mí ha sido un orgullo y presento mi dimisión. Ha sido un honor”, aseguró lacónicamente el líder socialista. La guerra entre el sector más progresista del PSOE (representado por el sanchismo republicano) y el ala crítica centrista, entre los que ya se encontraban los barones territoriales, estaba servida. Fue entonces cuando Sánchez subió a su Peugeot 407 y recorrió, una por una, las casas del pueblo de todo el país para intentar recuperar el poder perdido. Y lo consiguió. El 21 de mayo de 2017 fue reelegido como secretario general del partido en unas primarias en las que acabó imponiéndose a Susana Díaz y Patxi López, que tuvieron que tragarse las humillaciones públicas contra un líder que demostró tener una capacidad de resistencia a prueba de bomba. Pero el PSOE salió de aquel envite seriamente fracturado, dividido en dos bandos y con graves problemas de identidad. La unidad, por lo visto, no se ha recuperado.
Ahora, en medio del debate de Presupuestos, y cuando Sánchez se ha visto obligado a elegir entre pactar con los partidos de izquierda minoritarios y la derecha más conservadora y reaccionaria de este país, los mismos enemigos que querían enterrarlo entonces vuelven a las andadas. Los líderes regionales socialistas están siendo muy críticos con los pasos de Ferraz para sacar adelante los Presupuestos. Sienten alergia ante el hecho de que EH Bildu haya sido elegido como socio preferente en las negociaciones y rechazan que los ministros de Unidas Podemos, con Pablo Iglesias al frente, estén “marcándole el paso” al PSOE en un asunto tan determinante como es la confección de las cuentas públicas que deben servir para la reconstrucción del país tras la pandemia.
Entre los disidentes con el sanchismo está, cómo no, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, que considera que “lo de Bildu no tiene pase porque no está en un proceso de normalización ni ha hecho un proceso de reconciliación”. En sus críticas también ha tenido palos para el ministro José Luis Ábalos, que considera que los acuerdos con las demás fuerzas democráticas sí forman parte de la “normalización democrática”. García-Page no solo está en contra de negociar con Bildu, tampoco quiere a ver de cerca a Esquerra Republicana de Cataluña. Eso sí, la opción de Ciudadanos le parece acertada, pese a que la formación naranja lleva en su programa electoral medidas tan conservadoras y anti-socialistas como privilegiar la escuela concertada sobre la pública, no subir los impuestos a las rentas más altas y pactar con la extrema derecha allí donde sea necesario. Por lo visto, García-Page se pone muy exquisito cuando se trata de negociar con formaciones políticas que vienen de un oscuro pasado como Bildu, pero no le hace ascos al partido de Arrimadas, que no tiene ningún inconveniente en aliarse con un partido franquista que no condena los crímenes de la dictadura y que lleva en su ADN fundacional el machismo y la xenofobia contra los inmigrantes y las minorías sexuales. Puro postureo cosmético, pura hipocresía política.
En la misma línea contradictoria se ha pronunciado la líder socialista en Andalucía, Susana Díaz, que ha asegurado que no comparte nada con Bildu y espera que “pidan perdón a los españoles”. Y también el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, quien confiesa que ver al partido de Otegi jugar un papel “clave para decidir” los Presupuestos le produce una “sensación muy dolorosa”. Además, ve en la negociación “por un lado un fracaso como país por no ser capaces de que los abertzales sean irrelevantes” y añade que en lo personal irá “a la farmacia a buscar un antiemético” (un medicamento utilizado contra las náuseas). Tampoco a Fernández Vara le repugnan los acuerdos con Ciudadanos, toda esa gente que se abraza a los fascistas en Madrid, Andalucía y Murcia. Será que el antiemético funciona para unos casos y otros no, en función del origen de la arcada.
De cualquier forma, el ruido de sables vuelve a sonar con fuerza en las filas del PSOE, las tensiones que empieza a soportar Sánchez son tremendas, y eso que todavía falta por pronunciarse el gran patriarca socialista, Felipe González, que cada vez que habla tiemblan de vergüenza los retratos colgados de la pared de los viejos fundadores del socialismo español. FG no dejará pasar esta oportunidad para tirarle una chinita al presidente.
Es obvio que el poder fáctico conservador del partido socialista ha vuelto a la carga. Si se trata de un postureo de los barones y baronesas para quedar bien ante sus votantes en sus terruños o un plan más complejo para cuestionar el liderazgo del jefe solo el tiempo lo dirá. De momento, Sánchez ya ha declarado que con los nuevos Presupuestos “decimos adiós al pasado. Entre avanzar o quedarnos como estamos, el Congreso decide avanzar. A su llegada al Palacio de Navarra, en Pamplona, el presidente del Gobierno fue abucheado por un grupo de exaltados. La pinza entre Casado −que ha alabado la valentía de los barones socialistas para mostrar sus discrepancias por el acuerdo con Bildu− y el sector conservador del PSOE (que en alguna ocasión ya se ha mostrado partidario de una Gran Coalición con el PP) parece estar funcionando. Hará bien Sánchez en mirar a sus espaldas cuando camine por Ferraz.