Continúa la polémica por el televoto de España que dio 12 puntos a la cantante de Israel durante el concurso de Eurovisión. Una vez terminadas las votaciones, Televisión Española reveló cómo fue el escrutinio de la audiencia, que galardonó a la representante israelí, Eden Golan, con la máxima puntuación. Los telespectadores españoles optaron por Israel por encima de Ucrania, con diez puntos, Croacia (8), Irlanda (7), Suiza (6), Francia (5), Italia (4), Armenia (3), Grecia (2) y Lituania (1). Por contra, el jurado profesional no otorgó ningún punto a Golan. La votación desató la euforia de la embajadora israelí en nuestro país: “¡Gracias al público de España que le dio a Eden Golan, la representante de Israel en Eurovisión, la puntuación más alta: 12 puntos!”, aseguró Rodica Radian-Gordon en su perfil oficial en X (antes Twitter).
Nada más conocerse el bochorno, analistas de la actualidad como la periodista Mariola Cubels mostraban su estupefacción: “Y el televoto de España le ha dado sus 12 puntos, la máxima puntuación, a Israel. Buenas noches a todos”. En la línea de otros comentarios como “me avergüenza ser español” y “la mayoría del público de España no vimos Eurovisión, estábamos asqueados ante el insulto de ver a un país genocida presentarse a este evento” o “no cantéis victoria, sois tan desalmados como los nazis”, en referencia a la delegación judía.
Llegados a este punto, la gran pregunta es cómo puede ser que en un país donde su presidente promueve el reconocimiento del Estado palestino, con denuncia del genocidio organizado por Netanyahu, miles de telespectadores optaran por semejante infamia. ¿Existe un divorcio, una brecha insalvable en la percepción de la realidad, entre nuestros gobernantes y quienes les votan cada cuatro años? Es evidente que hay material para un estudio sociológico, pero a falta de datos concluyentes podríamos adelantar dos hipótesis: o la sociedad española está más enferma de lo que creíamos (con especial incidencia del mal en la población juvenil eurovisiva que vive en los mundos virtuales de TikTok y al margen de los problemas del mundo) o hubo un plan preconcebido de la extrema derecha, gran controladora de las redes sociales, para crear corriente de opinión y tendencia a favor de Eden Golan, generando un nuevo escándalo antisanchista, antisistema y antidemocrático.
Pero hay otro dato que conviene no perder de vista. Las redes sociales se mueven esencialmente con el combustible de la visceralidad, la emoción, muchas veces al margen de ideologías políticas. Y la imagen de la cantante israelí boicoteada por todos pudo haber desatado una efecto bumerán de simpatía, que lleva al usuario de las redes a colocarse de inmediato de lado del más débil, de la víctima. Desde primera hora, se vio que la cantante israelí no lo iba a tener fácil en su actuación. En cada aparición en el escenario, el público estallaba en abucheos y en gritos a favor del masacrado pueblo palestino. Por la mañana, el candidato de Países Bajos, Joost Klein, fue descalificado tras protagonizar “un incidente” con una miembro del equipo de producción. Al mismo tiempo, Bambie Thug, la representante de Irlanda, daba la espantada del ensayo de vestuario para denunciar ante la Unión Europea de Radiodifusión unos comentarios insultantes que hizo la televisión israelí sobre ella. Poco después, durante el ensayo oficial del desfile de banderas, no salieron tres delegaciones en protesta por la guerra en Gaza: Irlanda, Grecia y Suiza. También Francia, la eterna Francia que siempre está ahí en defensa de los valores de la Ilustración, mostró su desagrado con la participación de Israel en el evento. Y además, Slimane, su representante, interrumpió su actuación para pronunciarse y pedir la paz. Ya durante la gran final, varias delegaciones optaron por prestar su apoyo a Palestina con guiños subliminales. Italia lució una bandera palestina junto a la enseña tricolor y alguna que otra cantante exhibió largas uñas con motivos árabes. La propia Loreen, ganadora de la pasada edición, amenazó con no salir a entregar el trofeo en caso de que Israel ganase el certamen. Muchos de estos sucesos fueron silenciados por la televisión sueca, cuya retransmisión fue bochornosa por la gran censura que se desplegó.
Tras la polémica, llegó el momento del televoto y ahí los españoles tuvimos la ocasión de comprobar que somos un país muy alejado todavía de los estándares de calidad en lo que tiene que ver con el respeto a los derechos humanos de terceros países. Si los espectadores votaron mayoritariamente porque les cayó simpática la pobre muchacha israelí abucheada y boicoteada o simplemente porque su ideología es prosionista y de extrema derecha se desconoce. Pero el resultado quedará ahí para la historia de la infamia. No debería quedarnos el consuelo de que no fuimos los únicos en mancharnos las manos con la sangre de miles de niños palestinos asesinados en la cruel guerra de exterminio de Netanyahu (Israel recibió los 12 puntos, máxima puntuación, de un total de 15 países). Las televisiones públicas que como RTVE forman parte de este gran show global deberían haberse posicionado sin ambages exigiendo la expulsión de Eden Golan. A fin de cuentas, detrás de estos entes públicos sufragados con dinero de los europeos hay gobiernos, democracias, el supuesto Estado de derecho. Todo lo que ha rodeado al certamen de este año ha sido para olvidar. Tan triste como cruel y desalmado. Y lo peor de todo, es que los españoles estuvimos a la altura de la decadente actuación de Nebulosa, es decir, en un nivel ético y moral ínfimo. Mientras las bombas israelíes seguían cayendo, una señorita trataba de apagar el sonido de la muerte con sus gorgoritos ante la tolerancia de los jerarcas de Eurovisión. Un ascazo total.