Netanyahu, el ateo que se hizo ultrarreligioso para ganar elecciones

El primer ministro de Israel, pese a sus contradicciones personales, se presenta como un mesías que quiere aplicar la Biblia para construir El Gran Israel desde el Nilo hasta el Éufrates

22 de Marzo de 2025
Actualizado el 24 de marzo
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Netanyahu se dirige a un grupo de niños en una escuela de Israel.
Netanyahu se dirige a un grupo de niños en una escuela de Israel.

Benjamin Netanyahu es, como todo buen fascista o autócrata, un cúmulo de contradicciones. El hombre fuerte de Israel que promete exterminar a Hamás (y de paso a dos millones de palestinos inocentes) ha evolucionado en los últimos años desde una especie de agnosticismo religioso (que por momentos ha rozado el ateísmo) a abrazarse a los grupos ultraortodoxos judíos más agresivos y reaccionarios, que son los que finalmente lo han sostenido en el poder. Estamos, por tanto, ante un tipo que dice amar a Dios por intereses políticos.

Netanyahu utiliza la Biblia para justificar el exterminio de palestinos. No en vano, ha dicho en actos públicos y mítines que el Gran Israel debe extenderse desde la tierra hasta el mar, es decir, desde el Nilo hasta el Éufrates. Se trata de la promesa hecha por Dios a los israelitas sobre la extensión de la tierra que habitarían. Por ejemplo, en Éxodo 23.31, se dice: “Y fijaré tus límites desde el Mar Rojo hasta el Mar de los Filisteos, y desde el desierto hasta el Éufrates”. Este pasaje refleja la idea de un expansionismo hebreo inspirado por Dios.

El primer ministro de Israel ha comparado a los palestinos con los amalequitas, un pueblo que fue exterminado por Yahveh según la Biblia: “Nosotros lo recordamos y estamos luchando”. Estas declaraciones fueron condenadas por la comunidad internacional. “Es un discurso de odio y de violencia. Netanyahu está incitando al genocidio”, ha denunciado el dirigente palestino Mahmoud Abbas. Y la propia ONU, por boca de Stéphane Dujarric, ha cuestionado esta retórica “peligrosa” que permite que la religión prevalezca sobre la política para “alimentar el conflicto”.

En numerosas ocasiones, Netanyahu ha sido acusado de utilizar la religión para justificar sus políticas. “Es un demagogo que está usando la Biblia para engañar a la gente”, dijo el ex primer ministro israelí, Ehud Barak, que le acusa de no tener “ningún respeto por la religión”. En Israel, cada vez son menos las voces críticas como la de Barak. Los liberales están siendo sofocados y todo es ya ultraortodoxia fanatizada y feroz. Decir que los palestinos ocupan tierras que pertenecen a los judíos, calificándolos despectivamente como “caseros” que viven casi de alquiler, supone implantar un discurso xenófobo e imperialista judío.

Sionismo Religioso es la alianza supremacista de extrema derecha con la que Netanyahu llegó a un acuerdo para gobernar. Una vez más, el ateo que guardó sus principios en el armario para convertirse en un pragmático. Entre las ideas que defiende Sionismo Religioso está la expulsión del país de políticos y civiles “desleales”, el control político del sistema judicial y la anexión de los asentamientos judíos de Cisjordania.

Las palabras son una cosa, los actos otra bien distinta. La vida de Netanyahu es un gran fraude. Nunca le interesó demasiado la Torá. Siempre fue un hombre dado a los placeres terrenales como el dinero, que le ha llevado a enfrentarse a denuncias por corrupción en su país. Las acusaciones incluyen fraude, abuso de confianza y soborno. Aceptar regalos costosos a cambio de favores políticos no es de ser muy piadoso o creyente, precisamente. Además, el hombre que trata de acabar con el pueblo palestino, en el mayor genocidio de la historia tras la Segunda Guerra Mundial, se ha casado tres veces. Mal casa esa alegría conyugal con la férrea tradición judía que propugnan los líderes del Sionismo Religioso. Y en política de derechos civiles, también ha ido modulando sus principios hasta adaptarlos a los tiempos fascistas que vivimos. Así, Netanyahu empezó apoyando la igualdad de derechos ante la ley para los ciudadanos LGTBI, como cuando declaró que “la lucha de toda persona a ser reconocida como la igualdad ante la ley es una lucha larga, y todavía hay un largo camino por recorrer”. Netanyahu ha pasado de sentirse “orgulloso de que Israel sea uno de los países más abiertos del mundo en relación con el discurso de la comunidad LGTBI” a abrazarse a un fundamentalismo religioso que considera a los homosexuales poco menos que enfermos, desviados y pecadores a ojos de Dios. Hoy en día, Israel tiene otro rey, el 'rey Bibi', apodo de Benjamín Netanyahu, que cree que su expansionismo imperialista a costa de terminar con pueblos vecinos está legitimado por las sagradas escrituras. A Netanyahu es habitual verle rezando o acudiendo a visitar rabinos como estrategia política. Un par de oraciones en el templo siempre puede dar los votos necesarios para ganar unas elecciones.

“Netanyahu se ve a sí mismo como un mesías en el sentido religioso. Él, de hecho, no es un judío religioso, es judío a nivel identitario, pero no practica demasiado el judaísmo”, asegura Blas Moreno, codirector y editor jefe de El Orden Mundial, quien explica que “de hecho, se le critica por comer beicon”, informa La Sexta. Sin embargo, el periodista apunta que “sí que se ve a sí mismo como alguien que ocupa el lugar idóneo en el momento oportuno y que es el elegido para salvar a Israel de sus amenazas externas”. Una cosa es cierta: nunca el antisemitismo estuvo tan arraigado en todo el mundo como hoy. El Estado de Israel se ha colgado él mismo el cartel de Estado terrorista y la opinión pública internacional empieza a tomar partido por el masacrado pueblo palestino. Y todo como consecuencia de las políticas de un genocida ultra que ha pasado de Diablo liberal a beato religioso en apenas unos años y por puro cálculo político.

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