Ortega Smith ha pasado por La Hora de la 1 de TVE para soltar algunas de las típicas bobadas políticas a las que Vox ya nos tiene acostumbrados y de paso para tratar de ridiculizar al líder de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, a quien no solo ha afeado sus supuestos pactos con los independentistas sino su forma de bailar. En apenas un minuto, el siempre elegante y dinámico político barcelonés aparecía en pantalla, en el mismo programa, para responder por alusiones a las ofensas, recordándole a Smith que el PSOE es un partido de Gobierno que tiene que soportar los insultos diarios del mundo soberanista, que apuesta por la unidad de España y que dicho sea de paso él mueve el esqueleto mucho mejor que el siempre engominado y encorsetado número 2 de Santiago Abascal.
Pero más allá de debates sobre ballet, danza y coreografía, habría que preguntarse qué diantres hace un hombre de las cavernas y un gurú de la nueva extrema derecha española como Ortega Smith en la televisión pública que pagamos todos los españoles. Este tipo de personajes outsiders, antisistema y trumpistas no suelen prodigarse demasiado en los medios convencionales del establishment, sino que se mueven más cómodamente por territorios lumpen, o sea las tenebrosas radios ultracatólicas, las cutres televisiones locales de serie B y los diarios digitales amarillos y friquis. De hecho, él mismo ha reconocido en su entrevista con Mónica López y su posterior charla con los demás tertulianos del programa matutino de la 1 que lo de la libertad de expresión y de información no va con ellos, sino que son más bien sectarios y proclives a censurar a la prensa crítica que no sintoniza con el mundo ultraderechista. “En nuestra sede privada no va a entrar El País. No son ustedes los dueños de los medios. Tenemos libertad de decir que sus mentiras y propaganda se la cuentan a otros pero no vienen a nuestros actos a mentir”, ha asegurado el hombre aficionado a pegar unos tiros, de cuando en cuando, en los cuarteles españoles. Ha sido entonces cuando el periodista de PrisaCarlos Cué le ha soltado la pregunta del millón tras el veto de ayer de Santiago Abascal en una rueda de prensa en Barcelona: “Ustedes reciben 9,9 millones de euros de dinero público; su sueldo es público; el sueldo del señor Abascal es público. ¿Ustedes creen en la libertad de prensa, ustedes creen en el derecho a la información, ustedes creen en alguno de los elementos centrales de la democracia?” En ese momento a Ortega solo se le ha ocurrido decir que “precisamente porque creemos en la libertad de prensa no podemos creer en medios que se han convertido en panfletos propagandísticos”. Es decir, que ha insistido en que Vox cerrará las puertas de sus actos públicos a la prensa que no sea de su misma corriente ideológica. Viva el pluralismo.
Lo de vetar a los periodistas que no son de la cuerda facha es una vieja estrategia sacada del manual de estilo de Steve Bannon, aquel asesor, guía espiritual y gurú que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca hace cuatro años pero que terminó cayendo en desgracia por dios sabe qué turbios asuntos. Trump usó a Bannon como un kleenex y después, cuando dejó de servirle, lo arrojó a la papelera. Lo primero que hizo Trump durante aquella campaña electoral contra Hillary Clinton fue darle el portazo a la CNN y a la demás prensa libre, todos ellos desterrados de cualquier acto político republicano. A partir de entonces el magnate neoyorquino decidió que solo comunicaría sus genialidades al mundo de los mortales a través de Twitter y en sus apariciones públicas como showman en la Fox, que viene a ser algo así como la Trece TV española solo que con muchos más medios y más dólares por medio. Trece TV es un medio que difunde los valores y el credo de la Iglesia católica y que se centra “en contenidos para todos los miembros de la familia”. La cadena se ha especializado en dar cancha a tertulianos que practican el revisionismo de la historia (eso de que los rojos eran demonios con rabo y cuernos y Franco un abuelito pacífico y tolerante que nunca hizo daño a nadie). Entre medias, mucho cine del Oeste, añejas teleseries y misas a tutiplén para ir adoctrinando al personal.
A Ortega Smith le han dado minutos de televisión en TVE y él no hace otra cosa que aprovechar la democracia para reventarla desde dentro repetiendo el disco duro que le han implantado los ideólogos de la extrema derecha yanqui. Vox es una combinación recia y de garrafón de las nuevas teorías trumpistas con la tradición falangista española de siempre. A Franco, a quien Vox tiene en los altares, tampoco le gustaban los periodistas. La Ley de Prensa de 1938 establecía un extraordinario control político de la información propio de Estados totalitarios. El periodismo se convirtió en correa de transmisión de los Principios del Movimiento Nacional y el reportero acabó convirtiéndose en un funcionario de la Administración, cuando no en un comisario político de la ideología fascista. Fue el final de la libertad de expresión e información, como no podía ser de otra manera en un Régimen que odiaba la democracia, y pobre de aquel periodista que se saltara las normas porque le esperaba un bonito camastro en algún campo de concentración o el exilio mismo. El Gobierno franquista lo controlaba todo, lo que se publicaba cada día, el nombramiento de los directores de los medios, los estatutos de la profesión, el régimen disciplinario −las fuerzas del orden depuraban convenientemente a aquellos plumillas que se consideraba poco afectos−, las consignas políticas sobre cómo había que tratar una información y la férrea aplicación de la censura.
No nos engañemos, este es el país con el que sueña Ortega Smith. Un lugar donde los periodistas solo cuentan las bondades y logros del partido único (en este caso Vox) y donde cualquier foco de disidencia o espíritu crítico es inmediatamente marginado y liquidado. Los muchachos de Abascal, para tratar de embaucar a los españoles, dicen que eso no es fascismo. Pero la verdad, si no lo es, se parece mucho.