Alemania contiene la respiración ante el posible retorno de un partido neonazi al poder. En ese clima de tensión, los democristianos alemanes de la CDU (algo así como el PP alemán) cerraron filas ayer en torno a Friedrich Merz, su candidato a las trascendentales elecciones del 23 de febrero. “Con este partido que se hace llamar Alternativa para Alemania no colaboraremos. Ni antes, ni después, ni jamás”, prometió Merz, mientras los asistentes, entregados, aplaudían en pie. Mientras tanto, el líder de su partido hermano, el CSU, y presidente de Baviera, Markus Söder, insistía en su discurso: “Lo repetimos siempre con claridad y nitidez y no solo hoy. No, no, no a cualquier forma de colaboración con AfD”.
La derecha democrática alemana traza un cordón sanitario ante unos comicios que sin duda marcarán la historia de Europa. Y, mientras tanto, ¿qué hace en España el Partido Popular respecto a Vox, el partido que representa las esencias ultranacionalistas españolas? Sigue atado a Abascal, con el que no termina de romper, pese al giro de timón de los últimos días del propio Alberto Núñez Feijóo. El decreto ómnibus de Pedro Sánchez, una bomba de relojería colocada en la línea de flotación de las derechas españolas, ha venido a agrietar un bloque que hasta hace poco parecía sólido y bien aquilatado. El anuncio de Feijóo de que votará sí a las medidas para mejorar las pensiones, las ayudas a los afectados por la riada en Valencia y el bono transporte, entre otras, ha desencadenado una aparente guerra abierta y sin cuartel entre populares y voxistas. Nunca antes la relación entre ambas formaciones ha parecido estar tan deteriorada, tan maltrecha, tan rota. Feijóo ha calificado como “oposición de tumbona a Vox” mientras que Abascal le ha devuelto la pelota afeándole que señale “a Trump en lugar de a Sánchez”. Además, el líder ultra ha acusado a Feijóo de ser “comparsa” del Gobierno y de “incapacidad” para ejercer una oposición “como Dios manda”. Y, sin embargo, pese a que da la sensación de que vuelan platos y tartas de nata, como en las peleas del cine mudo de antes, la bronca despide un fuerte tufo a comedia ligera.
Por momentos, da la sensación de que el presidente gallego del PP quiere soltar lastre con respecto a la extrema derecha, tal como están haciendo sus colegas conservadores alemanes. Sin embargo, y a pesar de la imagen centrista que trata de transmitir, no puede quitarse el muerto de encima. Hay demasiadas instituciones gobernadas por bifachitos o con el apoyo de la muleta verde e Isabel Díaz Ayuso marca tendencia en Madrid, donde ha asumido el rol ultraderechista con un mensaje duro y descerebrado claramente trumpista, de modo que Feijóo no puede permitirse el lujo de transmitir una imagen de debilidad ante su electorado (que coquetea con los posfranquistas). El votante ha mandado un serio toque de atención al PP en las últimas encuestas publicadas ayer. Según estos sondeos, socialistas y populares pierden terreno mientras que Vox sube hasta el 14 por ciento (cuatro décimas) en intención de voto. De celebrarse hoy las elecciones Sánchez no podría reeditar su Gobierno de coalición mientras que las derechas podrían formar un gobierno estable. Así que la estrategia está clara. Feijóo se decanta por mostrar su lado más conciliador y moderado (quizá atrayéndose el voto del socialista desencantado y cabreado), mientras que Vox se afianza a su derecha llevándose la confianza del derechista más cafetero. La suma de ambos podría ser más que suficiente para que el conservadurismo español reconquistara el poder.
Así las cosas, la bronca entre Feijóo y Abascal no debe interpretarse como una guerra real, sino como parte del sainete o farsa. Llegado al momento, uno y otro sellarán la alianza como han hecho siempre en este país. Nada tiene que ver lo que está ocurriendo en Alemania estos días previos a la cita con las urnas, donde la CDU sería capaz de pactar incluso con los socialistas, en una gran coalición, antes que entregarse a los posfacistas. Es evidente que la derecha alemana no tiene nada que ver con la española. Los conservadores germanos sienten auténtico rechazo ante todo lo que recuerde el nazismo, no así el PP, que fue fundado por ministros de Franco y que sigue siendo, de alguna manera, el gran custodio del legado franquista. Cualquier intento de Feijóo por dar el salto mortal hacia adelante, rompiendo con el pasado, podría ser contraproducente para el proyecto. Si el líder popular de modera, Abascal puede captar a ese sector del sufragio popular que ve a la actual directiva de Génova como “la derechita cobarde” o “maricomplejines”. Ahora que aún estamos lejos de las elecciones puede permitirse el lujo de arremeter contra la “política barata” de Vox, al que acusa de votar leyes que van contra los pensionistas y contra el ciudadano en general. “No nos vamos a quedar mirando cómo caen, esperando quietos mientras los problemas de los españoles se agigantan. La oposición de tumbona, de sarao y de dedito levantado que se la queden otros”, remachó en su puya contra los voxistas. Sin embargo, conforme se vayan acercando citas electorales, veremos cómo ambas fuerzas políticas, condenadas a entenderse, acercan posturas. No hay nada auténtico en ese intento de Feijóo por parecer más demócrata que Abascal y para muestra ese reciente tuit de Génova donde criticaba al Gobierno por el retraso en las ayudas a la dana de Valencia (el infame “si las pides en árabe te las dan antes” que salió del gabinete de prensa de Feijóo pero bien podría haber salido del de Vox). Todo el mundo sabe que el pacto a dos sigue estando firmado y guardado en el cajón.
En el PP, hay mayoría entre quienes consideran que ambos partidos están condenados a entenderse. Los ayusistas ganan por goleada a los moderados, así que no se atisba revolución centrista en el horizonte. Todo sigue atado y bien atado.
La relación entre ambos partidos ha atravesado por altibajos por su condición de competidores. Se normalizó con la llegada de Feijóo a Génova para sustituir a Pablo Casado, dio un paso adelante con gobiernos autonómicos y locales en coalición y descalabró el pasado mes de julio, cuando Vox rompió cinco gobiernos de coalición y un pacto de investidura en Baleares por la acogida de menores extranjeros no acompañados. Pero pese a todos estos vaivenes, vodeviles y sainetes, no hay tal terremoto en la derecha española. Van todos a una para tomar el poder a toda costa.
Gallardo se va
Mientras tanto, en Vox se ha vivido la despedida de Juan García-Gallardo, quien, como vicepresidente de Castilla y León, fue el primer cargo de Vox en un Gobierno y que ha dejado su partido por discrepancias con la dirección. A raíz de su dimisión el PP ha lanzado otro dardo a Vox: “Están a medio tuit de decir que la dimisión de Gallardo también ha sido cosa nuestra”. Las purgas en el mundo ultra continúan. Abascal está dejando demasiados cadáveres en el camino.