El anuncio de Feijóo de que el PP piensa votar sí al decreto ómnibus de medidas sociales del Gobierno ha tensado la cuerda de las siempre difíciles relaciones con la extrema derecha de Vox. Abascal ha equiparado a los populares con el sanchismo y ha prometido que si mañana el PSOE propone colocar banderas españolas en cada rotonda, ellos votarán que no porque están aquí para no darle ni agua al socialismo. Además, recupera ese discurso de la “derechita cobarde”, el PP maricomplejines, que antaño le ha dado rédito y votos.
Mientras tanto, por el otro lado Miguel Tellado habla de marcar diferencias con el trumpismo español. “Somos partidos diferentes, evidentemente. Nosotros somos un partido de centroderecha y Vox tiene posiciones más a la derecha que las nuestras. A veces las compartimos y otras veces no”, asegura Tellado. Y reitera: “Tenemos que hablar y entendernos con Vox y creo que ese diálogo es importante”. En el fondo, el portavoz popular no hace más que un brindis al sol. PP y Vox están de acuerdo en casi todo, de hecho, son dos caras de la misma moneda: la derecha española recia, atávica, montaraz. Como muy bien dijo Rufián, en una frase mítica, Vox es el PP con un par de cubatas más.
Tiene motivos Vox para estar preocupado. Y no tanto porque el Partido Popular rompa con la técnica del bloqueo sistemático (que Génova 13 venía practicando desde que Mariano Rajoy fue expulsado del poder y quizá aún más allá, concretamente desde el 11M), sino porque por primera vez ha sentido la soledad del cordón sanitario. En alianza con el PP, Vox puede soñar con tocar algo de poder; con un acercamiento de Feijóo a zonas templadas de la socialdemocracia, recuperando parte del voto moderado que le arrebata al PSOE, la extrema derecha se hace más prescindible, intrascendente, invisible. De ahí que a cada volantazo de Feijóo al centro Abascal responda con un exabrupto propio de la niña del exorcista.
Habrá que esperar para saber si el cambio de estrategia del Partido Popular es puntual o para más largo plazo. Por desgracia, conocemos cómo se las gastan los prebostes populares, de modo que es más que previsible que cuando tengan que recurrir a los ultras lo harán sin complejos. Por mucho que diga Tellado, entre ambas familias es más lo que les une que lo que les separa. Mismos perros con diferentes collares.
Abascal ya dio muestras de temperamento visceral cuando impartió la orden de romper los pactos o bifachitos en las diferentes comunidades autónomas donde gobernaban haciendo las veces de muleta o pata de la coalición. Pero todo aquel que le conoce sabe que puede ir aún más allá. Mucho más allá. Tanto como empezar una agresiva campaña política contra el Partido Popular como la que durante la Segunda República llevaron a cabo otros partidos radicales contra la derecha moderada o convencional. La desaparición del centro, engullido por partidos fascistas, fue uno de los factores que desembocaron en la Guerra Civil, quizá más influyente todavía que la radicalización de la izquierda, polarizada en aquellos años en partidos revolucionarios de corte marxista y anarquista. La democracia suele romperse siempre por el mismo punto débil, por las poderosas élites conservadoras que, temerosas de perder sus privilegios, deciden desligarse del pacto con las clases trabajadoras para dar el salto adelante hacia regímenes más duros o totalitarios. Solo cuando la derecha se apacigua y se civiliza es posible un proyecto de convivencia, tal como ocurrió durante la Transición.
Una guerra en la derecha no le conviene a Vox. Pero de esta gente fanatizada se puede esperar cualquier cosa. Hasta que termine declarando la “guerra cultural” al bipartidismo, a los dos gigantes que han dominado la política de este país en el último medio siglo. El escenario, sin duda, le favorece. Los vientos internacionales trumpistas soplan a su favor y qué mejor momento que este para dar una vuelta de tuerca antisistema. Con un Trump desatado y gobernando ya como un dictador en Estados Unidos (quién lo hubiese dicho), con parte de los jueces y fiscales españoles en plena ofensiva para derrocar a Sánchez y con la Unión Europea amenazada por el auge de los nuevos fascismos de AfD en Alemania y Le Pen en Francia, es evidente que el Caudillo de Bilbao está pensando en echar toda la carne en el asador populista.
El viernes, Abascal veía “desolador” que el PP haya votado una ley junto a Sánchez, a quien ve más vulnerable que nunca. El líder de Vox arremetió contra los populares por haber tragado con la devolución al PNV del palacete de París (requisado por la Gestapo y entregado a Franco en su día). Al mismo tiempo se erigió como la única “alternativa” al “gobierno corrupto y golpista del PSOE”. El mismo lenguaje fascista que sabe graduar en función de los intereses del momento. ¿Le saldría bien la jugada al presidente voxista? Cuesta trabajo creer que de repente diez millones de españoles tradicionales votantes del PP y del PSOE le den la papeleta a él para alcanzar una mayoría absoluta que, hoy por hoy, es pura ciencia ficción. Puede vivir en una realidad alternativa de esas que suele construir el trumpismo, creyéndose su propio bulo, pero en la actualidad (punto arriba, punto abajo en las encuestas) Vox es un partido bisagra llamado a sustentar a la derechita cobarde sin mayores aspiraciones. Tal como está planteado el proyecto ultra en España, no tiene más margen de mejora para llevar a cabo sus sueños delirantes.