El PP añora los tiempos de la Gestapo

La polémica del palacete del PNV en París ha servido para evidenciar las carencias democráticas de un partido que se descompone cada vez que surge un asunto de memoria histórica

31 de Enero de 2025
Actualizado el 01 de febrero
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Palacete PNV Paris
Instituto Cervantes en París | Foto: Google Street View

El Partido Popular se ha vuelto a meter en uno de esos charcos o embrollos en los que suele caer por culpa de sus maniobras y estratagemas populistas. Esta vez el problema le ha venido a cuenta del famoso palacete del PNV situado en el número 11 de la Avenue Marceau de París, a apenas ocho minutos de la formidable Torre Eiffel. Como se sabe, el inmueble, que hoy alberga el Instituto Cervantes, fue incautado por la Gestapo a los nacionalistas vascos y entregado a Franco, una de esas muchas rapiñas y expolios que la dictadura cometió con los derrotados de la Guerra Civil. Pedro Sánchez, siempre tan antifranquista él, ha tratado de hacer justicia incluyendo la devolución del palacete al partido abertzale en su polémico decreto ómnibus sobre el escudo social. Pero no hace falta ser un lince para entender que incluir la cuestión del traspaso del edificio en una legislación de medidas asistenciales, con las que no tenía nada que ver, era una trampa sanchista muy bien puesta, una boutade del presidente en la que han caído de cabeza los trumpizados prebostes populares.

Cualquier demócrata hubiese votado sí a algo tan legítimo como la devolución del producto de un robo de los nazis, pero el PP se opuso desde el principio, y de paso utilizó la polémica del palacete como excusa para rechazar todo el decreto, que contemplaba la revalorización de las pensiones, las ayudas por la riada de Valencia y el bono transporte y energético. Un despropósito, un auténtico fiasco político que el Partido Popular, sin duda dejándose llevar por el respeto reverencial a la obra del patriarca dictador, no calibró debidamente. El escándalo que esta vez habían montado los populares no tenía parangón, tanto es así que habían conseguido movilizar a los sindicatos en una manifestación por la defensa de las pensiones que, por primera vez en este país, no iba contra el Gobierno, sino contra esa antipática oposición que, sin ningún motivo lógico o racional, pretendía arrebatarle la paguita a los abuelos.

Prueba de que la táctica fue una gran cagada de Génova 13 es que no habían pasado ni 48 horas cuando Feijóo llamó a capítulo a sus barones para informarles de que había cambio de planes, envainamiento, recule y volantazo. Las encuestas internas sobre intención de voto que manejaba el partido arrojaban malos resultados. Habían saltado todas las alarmas. El gallego, nervioso, despertaba a la realidad tras caer en la cuenta de que iba a consumar una aberración, de modo que dio orden inmediata de cambiar de rumbo en la estrategia. “Ha habido mucho debate en el partido esta semana. Votar un decreto del Gobierno no es fácil”, reconocen fuentes genovesas. O sea, que feijoístas y ayusistas (partidarios del bloqueo y del no a todo por sistema) se han navajeado fuertemente para hacer prevalecer sus tesis y, aunque al final el pulso lo ha ganado el supuesto líder de la formación conservadora, la cosa traerá cola.

Oponerse al decreto ómnibus hubiese supuesto ponerse en contra a los más de nueve millones de jubilados de este país, a los valencianos que están sufriendo los rigores del barro por la dana (más el empaste de Carlos Mazón, el hombre del Ventorro) y a medio país que va en Metro, en Cercanías y en bus cada día al trabajo. “Al PSOE le encantaría que el PP le regalase el titular de que nos oponemos a las pensiones, y como eso es mentira, no lo vamos a hacer”, aseguró ayer un resignado Feijóo, que tuvo que hacer malabarismos para explicar su cambio de posición. Además, dijo no creer en “la política tóxica que hace sufrir a los ciudadanos”, otra contradicción más teniendo en cuenta que su partido había estado a cinco minutos de tumbar el necesario y urgente decreto solo para castigar a Sánchez.

Al final, después del acuerdo in extremis PSOE/Junts para sacar adelante la normativa, el PP ha tenido que tragar con todo: no habrá subida del IVA a los alimentos, tampoco abolición de las medidas antidesahucios (que según el bulo de los de Feijóo daban vía libre a los okupas) y en cuanto al famoso palacete del PNV, terminará donde tiene que terminar: en manos de sus dueños, a los que legítimamente les pertenece. Atrás queda el espectáculo denigrante y grotesco que han dado los populares en los últimos días. Como esas vomitivas declaraciones de Miguel Tellado, portavoz del PP en el Congreso, quien afirmó que la operación para restituir la sede vasca, expolio del franquismo, le producía “vergüenza”. “Es miserable y es asqueroso”, llegó a decir. Dentro de unas horas, el señor Tellado votará calladamente a favor de esa vergüenza, dando otro cante silencioso.

Así que, dejando al margen que un partido político se planteara siquiera por un minuto la posibilidad de votar “no” a un decreto ómnibus que mejoraba notablemente la calidad de vida de sus paisanos, cabría preguntarse qué le pasa a esta gente de la derecha hispana que cada vez que se toca un tema de memoria histórica democrática pierde los papeles, le asalta la neurosis y colapsa. Y aquí, una vez más, no podemos sino concluir que les puede el complejo franquista no superado, las raíces del mal, la cabra que tira al monte.

La usurpación del edificio del PNV en París es todo un símbolo de la lucha de los demócratas contra los criminales fascismos que asolaron Europa el pasado siglo, de la ocupación nazi de Francia, de las siniestras operaciones de la Gestapo –que ofreció el portentoso casón de la avenida Marceau a Franco y de ahí a la Falange Española–, de una época oscura de la historia de la humanidad que toda persona de bien debería repudiar. Nazis y franquistas siguieron en el edificio de la avenida Marceau, en calidad de okupas de verdad, hasta que salieron como ratas del inmueble tras la entrada de las tropas aliadas en París (una liberación en la que tomaron parte destacada los soldados españoles, la Nueve, la legendaria y heroica división republicana que siguió combatiendo al totalitarismo tras perder la Guerra Civil). Más tarde, la justicia francesa echó a los vascos de su sede, consumando una nueva injusticia. Pero esa es otra historia. Lo que realmente nos interesa saber aquí es cómo puede ser que un partido en pleno siglo XXI pueda oponerse a algo tan digno como reparar el daño que el fascismo ocasionó en el pasado. Tratar de derrocar a Sánchez a toda costa, aunque para ello haya que ponerse de lado de Hitler y la Gestapo, es algo demasiado nauseabundo. Incluso para el PP.

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