La titulitis como síntoma de la sociedad de la ambición, la vanidad y la mentira

PSOE y PP se declaran la "guerra de los títulos" con acusaciones mutuas de falsificación de certificados académicos oficiales

02 de Agosto de 2025
Actualizado a las 8:31h
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La dimitida Noelia Núñez, en una entrevista en Cuatro
La dimitida Noelia Núñez, en una entrevista en Cuatro

Ha estallado la guerra de la titulitis. PSOE y PP se cruzan acusaciones sobre dirigentes y cargos que inflaron sus currículums para parecer lo que no son. Otro grave síntoma de los tiempos de posverdad que nos ha tocado vivir. El caso de Noelia Núñez, exdiputada del Partido Popular, ha abierto las hostilidades. A la joven promesa del PP se la descubrió mintiendo con sus títulos universitarios en Derecho, Filología Inglesa y Ciencias Jurídicas. Ante la presión mediática y política, Núñez reconoció las “inexactitudes” y las atribuyó a un “error de comunicación”. Sin embargo, acabó dimitiendo. Alberto Núñez Feijóo respaldó su decisión, destacando que “le honra” asumir responsabilidades, y lanzó críticas al PSOE por casos similares. La guerra estaba declarada y del y tú más, gran cáncer de la política española, hemos pasado al y tú mientes más en tu currículum.

A las pocas horas, las cloacas académicas del PP empezaron a funcionar y señalaron a José María Ángel (hasta hace poco, Comisionado del Gobierno socialista para la Reconstrucción tras la DANA), por engordar sus titulaciones. Al parecer, usó un título “presumiblemente falso” para acceder a un nivel salarial superior como funcionario. Después de eso, y de un informe de la Agencia Valenciana Antifraude, tuvo que dimitir.

El PSOE pasó a la ofensiva, en este caso hurgando en los títulos del Gobierno extremeño dirigido por la popular María Guardiola. El pasado viernes, Ignacio Higuero, consejero de Gestión Forestal y Mundo Rural de la Junta de Extremadura, tuvo que dejar su puesto tras presumir de una titulación sin certificación oficial.

En los últimos años se ha recrudecido esta guerra. Cristina Cifuentes (PP): en 2018 se vio envuelta en el asunto del máster en Derecho autonómico en la Universidad Rey Juan Carlos. La Fiscalía pidió tres años de prisión, pero salió absuelta. Carmen Montón, ministra de Sanidad de PSOE, tuvo que dejar el cargo por irregularidades, también en la Rey Juan Carlos. Fue acusada de plagio y de no asistir a clases. Y el propio Juanma Moreno (el presidente de la Junta de Andalucía del PP) se ha visto en problemas por este motivo. Su currículum fue menguando con los años, incluyendo títulos que luego desaparecieron (pasó de ser “Licenciado en Administración y Dirección de Empresas”, en el año 2000, a no figurar siquiera estudios superiores en 2008, según ElDiario.es). El episodio nunca se ha aclarado del todo.

¿Pero por qué mienten nuestros políticos en sus currículums profesionales? ¿Es algo patológico que no pueden superar? Porque no tiene demasiado sentido que alguien se juegue todo su prestigio y su carrera profesional por falsear un documento oficial. Hay numerosos factores que explicarían este tipo de conductas próximas a las adicciones como la ludopatía. En primer lugar, está la vanidad, la ambición desmedida y la necesidad de reconocimiento social. En muchas familias, tener un título universitario es símbolo de éxito y respeto, especialmente en generaciones que no tuvieron acceso a estudios superiores. Para las clases medias y bajas, los títulos se ven como una vía para escapar de la precariedad y acceder a mejores oportunidades laborales. La presión por destacar frente a otros lleva a acumular títulos como si fueran medallas, aunque no siempre aporten valor real. En el fondo, lo que hay es un profesional que no destacó en la vida académica y ahora siente esa frustración o deseo de ser más de lo que es. Vivimos tiempos convulsos donde la cultura del esfuerzo y del talento ha sido sustituida por la del hedonismo, el pelotazo fácil y el éxito a cualquier precio. Quienes caen en la titulitis se dejan arrastrar por esa sociedad del aparentar que premia al que llega pronto y rápido a lo más alto, no al buen profesional de lo suyo.

Así, está la necesidad de credibilidad y apariencia del político de turno: muchos buscan reforzar su imagen pública mostrando títulos universitarios, másteres o doctorados, aunque no siempre sean relevantes para su labor. También juega la presión social: en una sociedad que ha pasado del analfabetismo a la titulación masiva en pocas generaciones, el diploma se ha convertido en un símbolo de éxito y respeto. Y por último está la falta de controles en las instituciones: a diferencia de oposiciones públicas, donde se verifica cada mérito, en el Parlamento (tanto Congreso como Senado) basta con una declaración jurada. Hay tolerancia ante la mentira.

En realidad, la titulitis no garantiza que un político sea competente y eficaz. Algunos opinan que no es necesario tener títulos para ser buen político, pero sí es imprescindible la honestidad y la empatía con la ciudadanía. La titulitis también puede ser vista como una forma de clasismo encubierto, donde se valora más el papel colgado en la pared que la experiencia vital o profesional o las aptitudes innatas para el liderazgo y la dirección. Además, hay una sobreoferta de titulados para un mercado laboral que no puede absorberlos, lo que genera frustración y desempleo juvenil. Por otro lado, muchas empresas usan los títulos como criterio de selección, incluso para puestos que no los requieren. Por último, se ha vendido la idea de que “cuantos más títulos, mejor empleo”, pero en la práctica no siempre se cumple.

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