Quince nuevos Stolpersteine en Madrid por la memoria de los republicanos represaliados por Hitler

03 de Julio de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Memoria histórica 02

El trece de abril de 1941, tercer año triunfante, la plaza de toros de la Maestranza abría sus puertas a la feria de abril. Era Domingo de Resurrección y los carteles anunciaban a Pepe Bienvenida, Pascual Márquez y a José Ignacio Sánchez Mejías, el niño del Sánchez Mejías al que le cantó Federico García Lorca. Sevilla, abril, tarde de toros en una primavera gris de hambre, miseria, trajes de tergal con los cuellos desgastados y zapatos que estrenan suelas por segunda vez. Suena el pasodoble España Cañí, salen las cuadrillas, la gente calla.

Unos días antes, el ocho de abril, Martes Santo, a más de 2600 kilómetros de Sevilla, en el campo de exterminio de Mauthausen-Gusen, Mariano Marquina fue ajusticiado por el régimen nazi. Era músico como su padre, Pascual Marquina Narro, republicano declarado apátrida por el franquismo.

Ángeles Martín era la hija del compositor y músico militar José María Martín Domingo, vivía en la calle Huertas de Madrid, como Mariano. El padre de Ángeles compuso Marcial eres el más grande, el de Mariano, Pascual Marquina Narros, España Cañí.

Ayer, con el sol de mediodía, se ha colocado frente al número diez de céntrica calle madrileña, el Stopelrsteine que recordará para siempre la memoria de Mariano Marquina, víctima de la barbarie nazi y de la represión franquista. Ángeles era la mujer de Mariano Marquina y madre de su único hijo.

Desde hace más de veinte años la iniciativa creada por el artista alemán, Gunter Deming, coloca adoquines dorados recordando los nombres de las víctimas del nazismo. Las primeras colocaciones en España tuvieron lugar en Catalunya. Hoy, con la coordinación de Isabel Martínez y Jesús Rodríguez, se están colocando quince nuevos Stolpersteine por las calles el centro de Madrid.

Álvaro Marquina Martín es el nieto de Mariano, hijo de su único hijo, al que solo pudo ver una vez a los diez días de nacer. Ángeles le dio a luz en un convento de Berga en la provincia de Barcelona.  A los pocos días que su hijo naciera, cruzó a pie, en invierno, el Vall d’Aran. Fue a despedirse de su marido a Francia donde Mariano estaba prisionero a la espera de ser deportado por la Gestapo.

La violencia del simbolismo

“Mi familia es una familia con mucho reconocimiento, pero con mucho dolor” emocionado, con las manos temblorosas, Álvaro saca un cigarrillo justo en la puerta de la casa de sus familiares. La emoción se hace patente en sus ojos.

 “Mi padre tuvo presente a mi abuelo cada día de su vida, siempre decía que mi bisabuelo murió de pena”. Tratamos de hablar de lo simbólico; de como en la figura de su bisabuelo se concentra la crueldad de la simbología de un régimen que usó su composición más famosa como parte de la cultura con la que conformaban el relato hegemónico. El mismo régimen que condenó a su hijo a la muerte, después de declararlo apátrida, despojándolo de una identidad nacional que el franquismo reconstruía con los compases de pasodobles como España Cañí. Tratamos de hablar, pero cuesta, todavía queda algo que frena a Álvaro.

“…Los diestros despliegan guapería en el paseíllo, al compás de España Cañí…” así reporta la crónica de la corrida del Domingo de Resurrección en el ABC de Sevilla. No hubo música en el transito de Ángeles y su hijo cuando cruzó el Vall d’Aran. Tampoco la hubo en el camino hacía el crematorio de Gusen de Mariano Marquina. Pasos en los que, a falta de guapería, sobró dignidad que hoy se recuerda, con una placa dorada en el suelo, que por siempre reflejará el cielo sin fronteras de Madrid.

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