En 2002, un brote del coronavirus se propagó desde China hacia el resto del mundo, dejando 774 muertes y más de 8.000 infecciones. En esos primeros días, la respuesta del gobierno chino fue deficiente: se intentó ocultar la gravedad de la situación y, al verse forzado a reconocer el problema, se minimizaron los efectos de la epidemia. Posteriormente, en 2004, dos incidentes separados evidenciaron que ese coronavirus se había filtrado accidentalmente de un laboratorio de alto nivel en Beijing, provocando pequeños brotes.
Estos eventos no solo marcaron la salud pública mundial, sino que impulsaron a China a replantearse urgentemente sus políticas de seguridad y transparencia en la investigación de agentes patógenos. De esta «debacle» surgió un compromiso a largo plazo para reparar la reputación del país en el ámbito de la salud pública y, al mismo tiempo, acelerar su desarrollo científico para posicionarse entre las grandes potencias biotecnológicas.
Alianza internacional por la bioseguridad
En 2004, el presidente francés Jacques Chirac realizó un viaje a Beijing que simbolizó el inicio de una nueva era en cooperación científica. Durante una ceremonia ostentosa, Chirac firmó un acuerdo con China en el que Francia se comprometía a vender cuatro laboratorios móviles BSL-3, colaborar en la construcción de un laboratorio BSL-4 de clase mundial y asociarse en proyectos de investigación vitales.
Este acuerdo no solo representó un apoyo tecnológico, sino que también fue un símbolo del deseo de China de modernizar sus capacidades en bioseguridad. Once años y una inversión de 44 millones de dólares más tarde, se completó la construcción del laboratorio BSL-4 diseñado para resistir un terremoto de magnitud 7. A principios de 2018, este laboratorio ya estaba acreditado para investigar patógenos peligrosos como el virus Ébola, Marburg y Nipah. El presidente Xi Jinping lo calificó en esa ocasión como «de vital importancia para la salud pública china», marcando así un antes y un después en la estrategia de bioseguridad nacional.
El Instituto de Virología de Wuhan se convirtió, desde el exterior, en un modelo de transparencia y colaboración internacional. Su imagen se vio reforzada por figuras como la doctora Shi Zhengli, la «mujer murciélago», reconocida tanto en China como en el extranjero. Formada en el laboratorio BSL-4 Jean Mérieux-Inserm de Lyon y con fluidez en francés, Shi ascendió en el WIV hasta convertirse en directora del Centro de Enfermedades Infecciosas Emergentes y subdirectora del laboratorio BSL-4.
En 2015, Shi Zhengli, junto al virólogo estadounidense Ralph Baric de la Universidad de Carolina del Norte, publicó un artículo de investigación pionero en el que demostraron que la proteína espiga de un nuevo coronavirus tenía el potencial de infectar células humanas. Utilizando ratones como modelo, se empalmó el pico de un virus similar al SARS proveniente de murciélagos con una versión del virus del SARS de 2003, un experimento conocido como «ganancia de función». Tal estudio, realizado en un laboratorio BSL-3 en Carolina del Norte, fue acompañado de advertencias en los paneles de revisión científica, que señalaron los riesgos inherentes a investigaciones similares.
La colaboración en 2018 entre Shi, Baric y Peter Daszak dio lugar a una propuesta de subvención de 14 millones de dólares para manipular genéticamente coronavirus de murciélago con el fin de determinar su capacidad para desencadenar pandemias. La propuesta incluía la introducción de un «sitio de escisión de furina» para potenciar la entrada del virus en las células humanas, pero la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) la rechazó, argumentando que no se habían evaluado adecuadamente los riesgos.
No está claro si los científicos del WIV continuaron experimentos de ganancia de función en forma independiente, pero lo que sí es evidente es que, incluso antes de la pandemia, la institución realizaba investigaciones de alto riesgo en laboratorios que operaban en niveles BSL-3 e incluso BSL-2. Según los documentos a los que ha tenido acceso Diario16+, dichos experimentos (como los realizados en animales para probar la eficacia de vacunas) generaban aerosoles altamente infecciosos y planteaban serias inquietudes acerca de las medidas de seguridad.
Problemas de infraestructura
La realidad operativa del WIV resulta muy compleja y problemática. La cooperación con Francia, fundamental para su concepción, fracasó a principios de 2017, cuando el último experto francés abandonó la instalación. A pesar de la avanzada tecnología instalada, el WIV continuó enfrentando desafíos en el mantenimiento y operación de sus instalaciones.
Uno de los episodios que alertó sobre las dificultades en el manejo seguro del laboratorio ocurrió en 2016. Durante una inundación severa, las calles cercanas quedaron intransitables, obligando a los investigadores a aventurarse a pie a través de áreas boscosas para llegar al laboratorio y salvaguardar sus operaciones. Este suceso evidenció la vulnerabilidad de la infraestructura ante eventos naturales.
Asimismo, desde 2016 se comenzaron a notar deficiencias en la desinfección de superficies y otros departamentos, tal como lo evidencian correos electrónicos internos. En julio de ese año, Yuan Zhiming, director del laboratorio BSL-4 del WIV, envió un correo electrónico a un contacto del NIH solicitando ayuda para elegir desinfectantes adecuados para el laboratorio BSL-4. En su correo, Yuan expresaba abiertamente la escasez de experiencia y los recursos insuficientes que ponían en riesgo las operaciones diarias.
La edición de septiembre de 2019 del Journal of Biosafety and Security puso en evidencia que muchos laboratorios BSL-3 en China operaban con fondos extremadamente limitados para el mantenimiento de procesos rutinarios, lo cual aumentaba la probabilidad de fallas en la seguridad. En algunos casos, los laboratorios funcionaban prácticamente sin presupuesto operativo, lo que representa una receta para el desastre, especialmente en un entorno autoritario donde denunciar los problemas podría acarrear represalias.
Uno de los informes internos, fechado el 12 de noviembre de 2019 y proveniente de la rama del partido en el laboratorio de Zhengdian, describe prácticas laborales extremas: «En el laboratorio, a menudo se necesita trabajar durante cuatro horas consecutivas, incluso extendiéndose a seis horas. Durante este tiempo, los trabajadores no pueden comer, beber ni utilizar el baño. Esta es una prueba extrema de la resistencia física y la voluntad de una persona».
Los turnos prolongados (cuatro a seis horas, significativamente mayores que las dos recomendadas en condiciones de trabajo con trajes de presión positiva) evidencian la intensa presión para producir resultados, sin contar los riesgos inherentes a la exposición prolongada en condiciones extremadamente estresantes.
Presión implacable
La carrera por la innovación científica en el WIV, liderada en parte por figuras como Shi Zhengli, ha ido acompañada de una presión implacable para producir resultados que consoliden la posición de China como líder en la bio revolución. Sin embargo, esta presión ha tenido consecuencias negativas en términos de seguridad y prácticas operativas.
Diversos documentos señalan que la producción de resultados científicos era la prioridad absoluta, aun cuando ello implicara operar en condiciones subóptimas desde el punto de vista de la bioseguridad. La combinación de experimentos muy arriesgados (incluyendo aquellos de ganancia de función) con una infraestructura que muestra deficiencias en el mantenimiento y en la capacitación del personal, conforma un escenario en el que el potencial de desastre es latente.
La presión para alcanzar resultados se evidenció en la cultura laboral promovida internamente: un despacho del Partido en el WIV enfatizaba a los científicos que cada tarea debía verse como «una oportunidad y una escalera para la superación continua». Una frase que, bajo la superficie, oculta la realidad de jornadas laborales extenuantes que pueden poner en riesgo tanto la salud del personal como la integridad de las operaciones del laboratorio.