En diciembre de 1985, el virólogo y exoficial del Ejército estadounidense James LeDuc (en aquel entonces supervisor en el centro de investigación médica del Ejército de Estados Unidos en Fort Detrick) viajó por primera vez al Instituto de Virología de Wuhan (WIV). Su misión era colaborar en una prueba de eficacia de medicamentos contra el hantavirus, una enfermedad potencialmente mortal transmitida por roedores. Este viaje marcó el inicio de una relación prolongada con el WIV, institución que, con el tiempo, se transformaría en el epicentro de los ambiciosos proyectos biotecnológicos de China.
LeDuc fue testigo, a lo largo de su carrera, del cambio radical de China: de ser un país en vías de desarrollo a convertirse en una potencia mundial en biotecnología. Esta transformación se materializó, entre otros hitos, en la construcción del primer laboratorio de bioseguridad de nivel 4 (BSL-4) del país, el Laboratorio Nacional de Bioseguridad de Wuhan, cuya piedra angular fue colocada aproximadamente 25 años después de su visita inicial. Con el apoyo de científicos e ingenieros franceses, el WIV inició lo que muchos consideran la vanguardia de la revolución biológica en China.
La experta en biodefensa, Tara J. O'Toole, declaró en noviembre de 2019 ante el Subcomité de Servicios sobre Amenazas y Capacidades Emergentes del Senado de Estados Unidos que «China ha dicho en repetidas ocasiones y enérgicamente […] que tiene la intención de adueñarse de la bio revolución», respaldando estas palabras con acciones que hoy se evidencian en la expansión acelerada de instalaciones BSL-4 en el país.
Excelencia a coste de seguridad
En 2019, China operaba tres laboratorios BSL-4 con el proyecto de construir, al menos, cinco más. Este crecimiento acelerado, sin embargo, había generado inquietud entre expertos internacionales. Aunque el país avanzó a pasos agigantados, seguía dependiendo de tecnología y suministros críticos de otras naciones. Entre los funcionarios del Partido Comunista Chino se hace referencia a esta situación como el «problema del dominio absoluto», una barrera crónica que complica la adquisición de insumos y que evidencia la falta de experiencia en la operación segura de instalaciones tan avanzadas.
Durante gran parte de su carrera, LeDuc se dedicó a mejorar los estándares de bioseguridad a nivel mundial. Tras retirarse en 2021 como director del Laboratorio Nacional de Galveston (una de las ocho instalaciones BSL-4 en Estados Unidos), continuó trabajando para elevar los niveles de seguridad en instituciones como el WIV. En varias ocasiones, invitó a científicos y funcionarios chinos a recibir capacitación en Texas y a participar en conferencias internacionales, fomentando el intercambio de conocimientos y la mejora de prácticas operativas.
En 2016, LeDuc retornó al WIV para asistir a una reunión científica en la que presentó un conjunto de recomendaciones basado en sus décadas de experiencia. En esa ocasión, la Junta Asesora Científica Nacional para la Bioseguridad instó al gobierno estadounidense a evaluar con mayor rigor las propuestas relacionadas con la «investigación de interés de ganancia de función», en la que los científicos manipulan patógenos peligrosos para medir su potencial de desencadenar una pandemia. Este tipo de investigaciones, que han generado intensos debates éticos y de seguridad, reflejaban la necesidad de establecer límites y regulaciones precisas en la investigación de agentes patógenos.
Voces de alerta en Wuhan
La preocupación por la seguridad en los laboratorios de bioseguridad no era exclusiva de expertos extranjeros. Documentos internos del WIV y actas de reuniones, a los que Diario16+ ha tenido acceso, revelan que los principales científicos chinos ya habían comenzado a levantar la voz de alarma en los meses previos a la pandemia.
En marzo de 2019, un documento coescrito por Yuan Zhiming, director del laboratorio BSL-4 del WIV, advertía que «el laboratorio de bioseguridad es un arma de doble filo; puede usarse para el beneficio de la humanidad, pero también puede conducir a un ‘desastre’». El texto enfatizaba la urgente necesidad de implementar medidas de gestión estandarizadas, a medida que se construían más instalaciones de alto nivel en el país.
La alarma no se detuvo ahí. El director de los CDC de China también advirtió ese mismo mes que las tecnologías de bioingeniería, si caían en manos equivocadas, podrían poner en grave peligro la seguridad nacional china. A estas declaraciones se sumó George Fu Gao, entonces director del WIV, quien en un artículo publicado en la revista Biosafety and Health subrayaba la importancia de regular de forma estricta las modificaciones genéticas de animales, plantas y microbios, incluidos patógenos de alta peligrosidad.
Prácticas deficientes
Mientras las advertencias teóricas resonaban en las altas esferas de la academia y la política, en el terreno se documentaban prácticas preocupantes. Informes de inspecciones han evidenciado condiciones de bioseguridad deficientes en diversos laboratorios chinos. Un estudio de 2018 realizado por una agencia municipal en Zhangjiajie, que examinó 37 instalaciones en la región, concluyó de manera contundente que «no hay motivos para el optimismo» en cuanto a las condiciones de bioseguridad. El reporte señalaba peligros ocultos como la exposición ocupacional, infecciones nosocomiales, manejo deficiente de muestras, falta de capacitación del personal y sistemas de gestión ineficaces.
Incluso el propio WIV no fue ajeno a estos problemas. Durante inspecciones realizadas en 2011 y 2018, se identificaron fallas en la gestión y almacenamiento de muestras virales. Estos informes internos, lejos de ser meras formalidades, reflejaban una realidad de riesgo que podía tener consecuencias catastróficas si no se abordaba con la urgencia que requería.
El incidente que consolidó la seguridad del laboratorio en la agenda política ocurrió el 24 de diciembre de 2018, cuando tres estudiantes de la Universidad Jiaotong de Beijing murieron tras la explosión de elementos químicos almacenados inadecuadamente en un laboratorio. Este trágico suceso evidenció de forma palpable los riesgos inherentes a la falta de protocolos rigurosos en el manejo de sustancias peligrosas, impulsando al gobierno a revisar de emergencia las normas de bioseguridad en todas las instalaciones estatales.
El 21 de enero de 2019, Xi Jinping ofreció un discurso en la Escuela Central del Partido del PCCh, en el que utilizó las metáforas de «cisnes negros» y «rinocerontes grises» para describir tanto eventos impredecibles como riesgos evidentes ignorados hasta volverse inminentes. Durante este encuentro, el presidente subrayó la urgencia de abordar los problemas de seguridad en los laboratorios estatales, dejando claro que el riesgo era real y que se requerían medidas inmediatas.
La respuesta de las autoridades no se hizo esperar. Con la presión ejercida por incidentes como el de la Universidad Jiaotong y las advertencias provenientes de los propios científicos, un proyecto de ley de bioseguridad que anteriormente había permanecido en segundo plano se convirtió en prioridad absoluta. En octubre de 2019, Gao Hucheng, presidente de un comité del Congreso Nacional del Pueblo responsable de la protección medioambiental, defendió la importancia de la nueva normativa ante el comité permanente del Congreso del Partido.
La reforma normativa buscaba establecer un marco regulatorio integral para supervisar tanto la construcción como la operación de los laboratorios de alta seguridad en China. Este cambio estructural fue un reconocimiento de que, si bien el país avanzaba a pasos agigantados en el sector biotecnológico, su infraestructura y experiencia operativa aún tenían que ponerse a la altura de las elevadas expectativas de seguridad.
Presión en el WIV
Dentro del propio WIV, los científicos se encontraron ante un dilema crucial: por un lado, el gobierno exigía resultados científicos de vanguardia que permitieran publicar en las principales revistas internacionales; por otro, la creciente presión por mejorar la seguridad y evitar desastres potenciales obligaba a una revisión constante de los protocolos internos.
Una nota interna del Partido Comunista en el WIV revelaba una filosofía que intentaba suavizar la tensión: Tong Xiao, miembro del comité del PCCh de la institución, exhortaba a los científicos a ver cada tarea no como una presión, sino como «una oportunidad y una escalera para la superación continua», subrayando incluso que «sufrir pérdidas es buena fortuna». Esta retórica, que pretendía convertir las dificultades en oportunidades de aprendizaje, también reflejaba la necesidad imperiosa de no perder de vista el imperativo de la seguridad ante la incesante búsqueda de avances científicos.