Rubalcaba: el último hombre de Estado

Muere una de las grandes figuras del socialismo español, cuyo legado político debe servir de referencia para los políticos que llegan

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Mientras en la derecha estalla una guerra a muerte por la hegemonía de la oposición, mientras Torra y el Rey se dan la espalda de forma irreconciliable en el Salón del Automóvil y Abascal sigue echando leña a la hoguera del odio español, nos deja un político de talla y época, un hombre inteligente y sensato, un auténtico estadista. Alfredo Pérez Rubalcaba, ex vicepresidente del Gobierno y ex secretario general del PSOE, ha fallecido en el Puerta de Hierro.

Fue un gobernante lúcido de los que cada vez quedan menos. La gran tragedia de este país es que escasean líderes como él. Hoy abunda el perfil de político mediocre, aprovechado, fanatizado o sin escrúpulos capaz de vender a su madre por un escaño o una comisión. Don Alfredo no era de esos. Él tenía sentido de Estado, tanto que fue capaz de empeñar su etapa como ministro del Interior a una misión fundamental: acabar con la lacra de ETA tras 40 años de violencia. Y a fe que lo consiguió. Mientras la derecha se rasgaba las vestiduras por la negociación del Gobierno socialista con la banda y echaba en cara a Zapatero haber traicionado a los muertos y las víctimas, Rubalcaba trabajaba eficazmente, discretamente, en la sombra, como debe hacer todo funcionario honesto. Hacía tiempo que la sociedad española ya había derrotado al terrorismo, pero fueron Rubalcaba y Jesús Eguiguren (nunca nos olvidemos de Eguiguren) quienes pusieron el punto final a la historia más cruel y sangrienta de nuestra democracia.

En sus tiempos de juventud, Rubalcaba (Solares, 28 de julio de 1951) practicó el atletismo como velocista, participando en los Campeonatos de España Universitarios de 1975, donde corrió la prueba de 100 metros lisos por debajo de los 11 segundos. El año anterior ingresó en el PSOE, el único partido de su vida (no como otros que hoy se dan al transfuguismo descarado). Estudió químicas y fue profesor de universidad, algo que no todo el mundo sabía. Se doctoró en 1978 con Premio Extraordinario y ejerció en prestigiosas universidades como Constanza (Alemania) y Montpellier (Francia), además de la Complutense de Madrid.

Vivió los años gloriosos del PSOE tras la victoria arrolladora del 82. Fue ministro de Educación y Ciencia (1992-1993) y de la Presidencia (1993-1996) con Felipe González. Era un todoterreno, alguien con una capacidad prodigiosa para adaptarse con éxito al puesto que se le encomendaba. El fango del GAL y la corrupción de aquellos años ni siquiera le rozó, mientras otros ministros terminaban en la cárcel. Solo eso ya dice mucho de él.

En 1997, con el aznarismo instalado en el poder, fue nombrado miembro de la Ejecutiva en el XXXIV Congreso del PSOE y en 2000, en plena renovación y crisis del partido, se integró en el Comité Federal. Zapatero, con buen ojo y acierto sin duda, supo ver que aquel compañero veterano superviviente del felipismo era muy aprovechable para la función pública. Así fue. Puso toda su materia gris de hombre de ciencia al servicio de la campaña electoral de 2004 y el socialismo recuperó el poder. De aquellos años queda su frase histórica tras los dramáticos atentados del 11M: “Los ciudadanos españoles se merecen un Gobierno que no les mienta”.

Gracias a su labor, fue designado portavoz socialista en el Congreso. El PP, temeroso de su inteligencia y poder, lanzó una feroz e injusta campaña contra él, acusándole de haber instigado las manifestaciones masivas frente a las sedes populares tras los atentados y durante la jornada de reflexión. La teoría conspiranoica alimentada por algunos medios conservadores incluso llegó a insinuar que Rubalcaba estaba al corriente de los atentados yihadistas. Un disparate sin fundamento que nunca logró su objetivo: ensuciar su buen nombre.

En 2006 fue nombrado ministro del Interior y volvió a escribir otra página histórica. Contribuyó al alto el fuego de ETA en marzo de ese año, roto tras el atentado en la T4 de Barajas. Luego llegaría la rendición total de la banda.

Su forma de pensar impregnó toda la etapa del zapaterismo y su huella quedó grabada en el Estatuto de Cataluña, un texto que podría haber ahorrado muchos quebraderos de cabeza a España y que recurrió el Partido Popular. De aquellos polvos estos lodos.

Fue portavoz del grupo parlamentario socialista (2004-2006), ministro del Interior (2006-2011) y vicepresidente y portavoz desde finales de octubre de 2010 y julio de 2011. Sin duda, hubiese sido también un buen presidente del Gobierno, pero la nueva moda de los políticos yogurines, jóvenes y guapos lo cogió ya tarde. No obstante, optó como candidato a la presidencia del Gobierno en las elecciones generales de 2011. Perdió con honor, sin dejarse arrastrar por el barrizal.

Alfredo Pérez Rubalcaba anunciando la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del 2014. Foto Agustín Millán

Rubalcaba dejó el ingrato mundo de la política en 2014, cuando presentó su renuncia como secretario general del PSOE tras el mal resultado de los socialistas en las elecciones europeas. Fue entonces cuando regresó a la Universidad Complutense de Madrid. La muerte le iba a sorprender ejerciendo el oficio más hermoso del mundo: transmitir conocimientos a las generaciones más jóvenes. A diferencia de otros que tratan de eternizarse en los cargos y nunca ven el momento de dejar la política, él decidió recuperar la docencia cuando hubo considerado que su servicio al país había terminado. Volvió a sus clases, como un sencillo y socrático maestro, sin puertas giratorias. Aquello dio la talla del gran cerebro que perdía España. Nunca se le vio largando sobre secretos de Estado (y podría haberlo hecho porque nadie sabía tantos como él) ni alquilándose como tertuliano en la televisión, ni con ansias de volver algún día a los focos de la política. Simplemente era un hombre leal, esa palabra que está tan en desuso. Alguien que seguía a rajatabla sus principios.

En diciembre del pasado año, Pedro Sánchez le ofreció ser alcalde de Madrid. No aceptó. La ambición a cualquier precio no estaba entre sus defectos.

1 COMENTARIO

  1. Bueno, bueno… Parece ser que, recién muertos, los personajes no tuvieran sombras importantes en su vida. No seamos cínicos. No me alegra el fallecimiento de Rubalcaba pero, como político maquiavélico, no fué precisamente un santo. Eso sí, su muerte será usada en todos los medios por los distintos poderes para que el PxxE tenga un empujoncito más ante las próximas elecciones.

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