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Sí, pero, no

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Hacía solo un par de semanas que jugaban placenteramente al dominó en el bar de la esquina, y ahora, allí estaba su amigo Agabo, de cuerpo presente, en una caja de madera culminada por una corona de flores rojas, amarillas y moradas puestas de tal forma que representan la bandera republicana.

Pionio y Agabo llevaban siendo amigos cuarenta años. Desde que una tarde, Agabo, tuvo que refugiarse de la secreta, allá en el año 79, cuando, tras una manifestación, la policía había taponado la calle dónde se encontraba y deteniendo a todos los que querían salir de la encerrona. Agabo, se metió en un portal que estaba entreabierto y corrió escaleras arriba al primer piso. Detrás venía la policía. Tuvo la suerte de que, Pionio, alertado por el ruido, entreabrió la puerta de su casa, vio a un chico, tan joven como él, en el descansillo, jadeando por la carrera y al ver como llegaban los guardias al hueco de la escalera, lo metió en casa y cerró suavemente la puerta.

Pionio siempre ha admirado a Agabo. Un tipo de sonrisa eterna, bien plantado, agnóstico, socialista como él que siempre abogaba por los derechos de los pobres, por la libertad de la mujer y por las causas sociales. Daba gusto escucharle hablar. Con ese discurso fluido, era capaz de convencer a un esquimal de que necesitaba una nevera o de venderle una estufa a un bereber en el Sáhara.

Ambos vivían en un barrio acomodado de una pequeña ciudad de provincias. Ambos se habían dedicado a la enseñanza. Casualmente, cada uno de ellos ha sido profesor de historia en sendos colegios privados de la élite castellana. Ninguno fue capaz de aprobar las oposiciones cuando eran jóvenes, y de mayores, ya ni se preocuparon.

Agabo era hijo y nieto de socialistas, aunque ni su podre, ni su abuelo habían sido nunca clandestinos durante el franquismo. Cuando Franco visitaba la ciudad, su padre pasaba tres o cuatro días en el calabozo, por precaución, pero, durante el resto del tiempo, seguía con su rutina normal en una librería, la más antigua de la ciudad.

Ambos frecuentan manifestaciones por lo público. Pero, en las reuniones de la UGT, sindicato del que ambos eran afiliados, siempre votaban en contra cuando lo que se iba a pedir era la equiparación de la pública con la privada. Agabo era agnóstico confeso, lo que no le impedía dar clase en un colegio religioso en el que los alumnos eran obligados a ir a misa. Pionio, sin embargo, católico practicante daba clase en un colegio propiedad de una cooperativa. Allí la religión era opcional y se estimulaba la filosofía y la libertad de pensamiento.

Ambos habían montado un grupo de presión para rechazar que, en un solar del barrio, el ayuntamiento construyera vivienda social para pobres. Decían que eso degradaría el barrio, bajaría el valor de sus viviendas y traería grupos marginales como gitanos, con los que, según ellos, no es posible convivir.

En la puerta de la sala del tanatorio, a Pionio se le acerca Verísima, la hija de Agabo. Le sorprende que esté allí. Su padre, nunca le perdonó que, primero tuviera un novio marroquí y que cuando por fin lo dejó y parecía que sentaba la cabeza, se liara con Amínata, una guineana de piel bruna.

Ha llegado el cura. La gente se dirige a la capilla.

*****

Sí, pero, no

Hace unos días, varios diarios y radios del R39, publicaban un artículo idéntico en el que aseguraban que el 80 % de los ciudadanos (la muestra eran 75.000 personas de 77 países), reclamaban medidas más contundentes a los gobiernos contra el cambio climático. El 72 % reclaman el tránsito inmediato de los combustibles fósiles a la energía renovable. Y como no, en España, dónde se sigue viendo demasiada televisión y dónde la desinformación es más eficaz, siempre quijotes, el 86 % dice querer compromisos más fuertes.

Seguramente, en la encuesta nadie ha explicado antes a los participantes, cuestiones tan esenciales como las siguientes:

PRIMERO: Un aerogenerador que produce 2 MW, se compone de 260 toneladas de acero que requieren 300 toneladas de mineral de hierro, tierras raras, fibra de vidrio (praseodimio), neodimio, termio y isprosio además de resina de aluminio, para lo que son necesarios quemar 170 toneladas de carbón. Además de 400 TM de hormigón por cada megawatio para cimentar bajo tierra los aerogeneradores.

Eso significa que tal y como están realizando la transición a lo verde, la energía renovable ni lo es tanto, ni ahorra emisiones de CO2 porque para la producción de sus equipos, necesita ingentes cantidades de carbón o petróleo tanto en el proceso de preparación de los minerales (excavadoras, camiones, etc.) como en el de fabricación (altos hornos, fundiciones. transporte, etc.).

SEGUNDO: Si en lugar de preguntar “¿Cree usted que los gobiernos deberían hacer más por el cambio climático?” pregunta a la que la respuesta es casi evidente, “SÍ”, se preguntara, “Para evolucionar más rápidamente en la lucha contra el cambio climático, ¿Estaría usted dispuesto a que su gobierno prohibiera utilizar el coche particular, se penalizara con un gravamen el consumo de carne, se prohibiera la tenencia de más de dos viviendas o se prohibiera el uso del aire acondicionado cuando la temperatura no supere los 40 grados en el exterior? Ahí, la respuesta también sería evidente, pero seguramente en su mayoría dirían “NO”.

Todos decimos estar a favor de la justicia social, de los derechos laborales, de la igualdad de las personas, … Casi nadie se considera racista (aunque últimamente con todo el blanqueo de la derecha extrema los fascistas cada vez se ocultan menos), casi nadie dice tener problemas de convivir con los pobres. Pero a la hora de la verdad, si un colectivo gana más porque es más luchador, nadie protesta para conseguir lo mismo por arriba, sino para que al que sobresale, se le corten los beneficios. Si vives en un barrio acomodado, luchas como un león para que no construyan vivienda social, sobre todo si crees que esas viviendas irán destinadas a grupos marginales como gitanos, migrantes o pobres.

Es imposible luchar contra el cambio climático sin tener conciencia de clase, sin saber que las leyes de la física son incuestionables y sobre todo sin tener presente la segunda ley de la termodinámica: es imposible la creación de más energía que la gastas en el proceso, y sin tener siempre presente que es imposible crecer eternamente en un mundo finito.

Todos los ciudadanos, y los gobiernos, están empeñados en que nada cambie. Todos queremos ser progres, pero muy pocos estaríamos dispuestos a asumir las consecuencias. Nos dicen que para luchar contra el cambio climático lo único que hay que hacer es sustituir el petróleo por energías «limpias» y sin embargo, cada vez hay más molinos y más placas solares y el consumo eléctrico es sumatorio en lugar de sustitutivo. Luego está el maquiavélico proceso de emplear tierras de cultivo, perfectamente fértiles para la instalación de huertos solares.

La estadística es el arte de mostrar la apariencia que conviene sobre datos asépticos. Las encuestas, son la forma de mostrar el resultado conveniente, obtenido en supuesta opinión imparcial. Pero la forma de preguntar es la mejor manera de manipular el resultado.

Ecología sí. Lucha contra el cambio climático, también. Pero sin decrecimiento y redistribución no hay futuro.

Salud, república y más escuelas.

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