Un bot es un robot, unprograma informático que realiza tareas repetitivas de forma automática ymasiva a través de Internet. Un botpuede hacer circular el mismo mensaje varios millones de veces en un solominuto. Al igual que el covid-19 sereplica genéticamente a un ritmo vertiginoso, uno de estos engendros digitaleses capaz de transmitir paquetes de información a la velocidad de la luz. Ni quedecir tiene que un arma de tal calibre en manos de desaprensivos y al serviciode la propaganda y la desinformación puede convertirse en más tóxica ypeligrosa que la peor epidemia de coronavirus.
La nueva extrema derecha populista,xenófoba y ultratecnificada es consciente de la bomba que tiene entre las manosy la usa profusamente. Así es como han llegado al poder personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro o BorisJohnson. El nuevo Hitler nonecesitará subirse a un atril y enervar a las masas con encendidos discursos enestadios olímpicos. En nuestro extraño y onírico siglo XXI la parafernaliaescenográfica y la liturgia nazi han sido sustituidas por motores informáticoscapaces de penetrar en las mentes frágiles de la gente como máquinastaladradoras sin escrúpulos.
Ayer, durante el pleno del Congreso de los Diputados para debatir la prórroga del estado de alarma, Pedro Sánchez subió al estrado y le dijo a Santiago Abascal: “Me dirijo a usted y a sus millones de bots”. Con esa frase lapidaria se refirió a los artilugios con los que, según el presidente del Gobierno, Vox propaga sus “bulos, las mentiras y la desinformación” para promover “el odio”. La revelación en medio de un hemiciclo casi vacío y gélido sonó como un diálogo de las mejores novelas de ciencia ficción. Por momentos parecía que no estaba hablando un gobernante de carne y hueso, sino un personaje de los relatos distópicos de Philip K. Dick, Ray Bradbury o Arthur C. Clarke que avisan al mundo ante una conspiración de políticos desalmados, científicos locos y autómatas pasados de rosca. Solo que Sánchez no estaba hablando de fábulas futuristas ni de literatura de ficción, sino de una cruda realidad que se ha instalado entre nosotros en forma de virus letales y máquinas en manos de grupos fascistas que amenazan con apoderarse del planeta Tierra. Todo eso que hasta ahora solo veíamos en las películas y en las series de Netflix ya está aquí, entre nosotros, sin que nos hayamos dado ni cuenta.
El ejército de robots de SantiagoAbascal infunde mucho más miedo que un discurso patriotero de Ortega Smith, una cursilada puritana deRocío Monasterio o un chiste de malgusto del envarado Espinosa de losMonteros. La Brunete informáticade Vox es el peor germen golpista quepuede instalarse en un país democrático porque corroe desde abajo cada uno delos cimientos en los que se asienta una sociedad sana y libre. Todos esosautómatas trabajando a pleno rendimiento, día y noche, y propagando bulos, noticiasfalsas, infundios, espurios montajes, campañas de denigración y difamaciones detodo tipo pueden terminar con un régimende libertades en poco tiempo. El derecho a una información veraz,contrastada, rigurosa y responsable constituye el oxígeno que limpia y purifica,cada día, los pulmones enrarecidos de una sociedad democrática. Cuando ese airese envenena con el simple y perverso propósito de intoxicar a la población ydifundir una ideología fundada en el odio, el totalitarismo y el exterminio delrival político no se puede decir otra cosa que todo se ha perdido ya sinremedio. Cualquier lenguaje queda desarticulado e inservible; cualquier ideapor noble que sea resulta tan ineficaz como una mascarilla agujereada ante elcoronavirus. “Resulta difícil replicarle porque las palabras ya no tienensentido; usted no entiende el significado de la palabra bulo, mentira,desinformación o fake news. Ustedpropaga el odio”, le dijo Sánchez al líder utraderechista, que sonreía ladina yconfortablemente repantigado en su escaño, consciente de que un hombre no tienenada que hacer contra un ejército de androides programados para destruirlo todoen el tiempo que se tarda en hacer click en un teclado.
Abascal, el califa del rencor y la rabia, ha encontrado en la pandemia el caldo de cultivo perfecto para agitar al pueblo aterrorizado y confinado en sus casas. Él no busca soluciones, solo chivos expiatorios. A él no le interesa la ciencia ni la razón, solo el dogmatismo y la exacerbación de los sentimientos que llevan a la agresividad (de momento solo verbal). Tomás Guitarte, el representante de Teruel Existe, se lo explicó tan concisa como acertadamente en su turno de intervención, en el que citó un pasaje de Ensayo sobre la ceguera, la magnífica alegoría de José Saramago sobre el mal de la insensibilidad que aqueja a la humanidad. “Calma, dijo el médico. En una epidemia no hay culpables. Todos son víctimas”. Pero Abascal ni siquiera se inmutó. Sabe que su ejército mecánico de bots se revelará más poderoso y eficaz que cien mil soldados del Tercer Reich. La intoxicación ideológica es tan letal como una epidemia y mientras la ley, la Policía y los jueces no se tomen en serio este turbio asunto de los bots todos estamos expuestos a una amenaza mucho más seria que el maldito covid-19: la que supone la destrucción de los valores morales, cívicos y políticos auténticamente humanos y su sustitución por una tecnodictadura de neón, negras pantallas y monstruos electrónicos que ni los guionistas de TheMatrix alcanzaron a imaginar.