Seis mujeres a la espera de una chispa definitiva que impulse sus vidas por los derroteros que pretenden o ansían tomar de una vez por todas después de una espera demasiado larga. La primera novela de la periodista y diseñadora Bárbara Sánchez (León, 1989) es un firme alegato de sororidad, empatía hacia el amor y la fraternidad entre mujeres, al tiempo que también retrata esos detalles imperceptibles que logran las relaciones personales cuando más se necesita al prójimo para afianzar nuestras convicciones sorteando mares de dudas y contradicciones.
Todas las ventanas es su primera novela. ¿Qué espera del siempre complicado universo de la literatura y los escritores?
No sé muy bien cómo responder porque no tengo la sensación de haber entrado en el mundo literario. Sigo (y seguiré) teniendo mi trabajo de ocho horas totalmente ajeno a la literatura, y ese trabajo es lo que me asegura el sustento y lo que ocupa las horas más productivas de mi día, así que no tengo la sensación de estar más cerca de la literatura ahora que antes de publicar la novela, ni tampoco termino de verme a mí misma como escritora. Pero si tengo que esperar una cosa, me quedo con algo muy simple: que la novela sea capaz de encontrar a sus lectores.
Viniendo como viene del tampoco fácil del mundo del periodismo, ¿hasta qué punto su formación como periodista le ha ayudado o entorpecido a la hora de iniciarse como novelista de ficción?
Han ocurrido ambas cosas. Mi experiencia como periodista me ha ayudado a enfocar y a ordenar la narración. De todos los enfoques de una historia y de todos los detalles que la componen, hay que elegir qué entra y qué se queda fuera. Esto es así tanto en periodismo como en la ficción, ambos te obligan a decidir qué cuentas y desde dónde lo haces. La diferencia es que el criterio que aplicas para tomar esas decisiones es muy distinto si estás escribiendo una noticia o si escribes una novela. Lo malo es que el periodismo me ha malacostumbrado a utilizar el lenguaje en su función meramente comunicativa, como herramienta que sirve para contar unos hechos. Por eso me cuesta entrar en la parte expresiva del lenguaje y manipularlo para que genere emociones por sí mismo, al margen de los hechos que estoy narrando.
La reflexión de Carmen Laforet que elige al inicio de su novela es toda una declaración de intenciones. ¿Qué mensaje quiere trasladar a sus potenciales lectores y lectoras con su primer trabajo de ficción?
Cuando releo esa frase, más que una declaración de intenciones la siento como un recordatorio que me hago a mí misma. A menudo me tengo que recordar que le doy un espacio excesivo al amor en mi vida y que esa actitud me causa mucho conflicto interno. Si me lo tengo que recordar es porque esa es una lección que todavía no tengo del todo aprendida, así que no creo que esté en disposición de lanzar ningún mensaje. Mi intención es más bien abrir una conversación con los lectores, para poner en común experiencias y preocupaciones, igual que lo hacen las seis mujeres de esta novela. Me cuesta mucho encontrar esos espacios de diálogo en la vida real, supongo que por eso he intentado crear uno en la ficción.
“El error y sus consecuencias los llevas siempre a cuestas, pero no creo que eso tenga que ser necesariamente malo”
Amelia, la protagonista, está en una etapa de su vida, llegando a la treintena, donde todos son cruces de caminos que debe elegir tomar sin dilación. ¿Si te equivocas, te equivocas para siempre?
Diría que sí, el error y sus consecuencias los llevas siempre a cuestas, pero no creo que eso tenga que ser necesariamente malo. Los puntos de inflexión más importantes de mi vida han venido provocados por errores y siempre encuentro mucho más interesantes a las personas que se han equivocado a menudo que a las que siempre aciertan en sus decisiones.
¿Qué supone para ella el encuentro con sus vecinas de bloque, todas ellas mujeres?
Una oportunidad para salir de su ensimismamiento. Amelia se mira demasiado a sí misma y eso es algo muy humano, pero también muy inútil. Encontrarse con sus vecinas la obliga a salir de su propia cabeza, a escuchar y a ensanchar su propia vida con los que esas otras mujeres piensan y sienten.
La incomunicación y la soledad son males cotidianos de estos tiempos de redes sociales en los que estamos hiperconectados de manera virtual. ¿Debemos volver a la sencillez de la conversación reposada cara a cara con amigos, conocidos y seres queridos para volver a ser lo que los humanos siempre fuimos hasta ayer mismo?
Tengo dudas de que la conversación entre seres humanos haya sido en algún momento algo sencillo. Las conversaciones van cargadas de expectativas insatisfechas y de deseos no expresados, y eso las convierte casi siempre en bombas a punto de estallar. Evidentemente la dimensión virtual complica las cosas. Sobre todo porque, tal y como está montado Internet en este momento, lo que se favorece es la despersonalización de tu interlocutor y la conversación ha desaparecido casi por completo. Cada vez que entro en Instagram o en Twitter pienso que hay mucha gente hablando, muchísima, pero muy poca respondiendo. De todas formas, soy de la generación que se pasó su adolescencia metida en foros y chateando por Messenger con los amigos después de clase, así que tengo que defender que la conversación virtual es posible y que además puede ser igual de satisfactoria que la que se establece cara a cara. De hecho, ahora mismo trabajo en una empresa que es cien por cien remota, ya lo era desde antes de la pandemia, y las conversaciones que tengo con mis compañeros y con mis jefes son mucho más humanas de lo que lo han sido en todos mis trabajos presenciales anteriores. Precisamente la imposibilidad de hablar en persona ha sido la excusa para que la gente le ponga un empeño y un respeto especial a la hora de decir o de pedir algo. Eso me hace pensar que, más que volver a un pasado en el que todo era más sencillo, creo que hay que ir hacia un lugar futuro y utópico en el que seamos capaces de conversar desde la honestidad y la vulnerabilidad. Pero yo soy la primera que fallo en esto, tampoco estoy para dar lecciones.
“Me cuesta entrar en la parte expresiva del lenguaje y manipularlo para que genere emociones por sí mismo, al margen de los hechos que estoy narrando”
La sororidad es un elemento clave en su historia. ¿Es esta un refugio seguro para todas aquellas mujeres que pierden pie en algún momento decisivo de sus vidas?
No sé si un refugio seguro, pero sí creo que puede ser un consuelo. Entre mujeres hay un nexo común, o una experiencia compartida, que hace que sea bastante fácil verte reflejada en la vida y en las experiencias de mujeres con las que en principio pensabas que no tenías nada en común. Desde luego que eso alivia en momentos complicados. Pero lo que más me interesa de la sororidad es que permite entender que, problemas que creías solo tuyos, en realidad son colectivos porque nos afectan a todas, o a la mayoría, o a muchas. Esa toma de conciencia alivia la culpa individual —no es que yo esté averiada, es que todo está hecho un desastre— y también te pone en movimiento.
Es evidente que los problemas que estas mujeres exponen en sus encuentros a través de la tertulia de radio en la azotea del edificio son los problemas que una inmensa mayoría de mujeres tienen también en sus días a días cotidianos. ¿No hay mejor inspiración que mirar de frente la realidad?
Supongo que hay muchos tipos de escritores, pero en esta novela yo he sido del tipo que solo puede escribir de lo que sabe. Y lo que sé es lo que veo en la realidad de mi día a día. En otra novela me gustaría ser otro tipo de escritora, no sé cuál, y desviarme de mi tendencia hacia el realismo, aunque solo sea un poco.