Desde las primeras páginas el lector hace suya la historia de Nela, hermana del autor, adopta como propia la historia de esta joven rebelde, como debe ser siempre, que vivió intensamente aquella Barcelona que despegaba en plena Transición en el seno de una familia emigrante de un pueblo de Extremadura. Nela 1979 (Tusquets) emociona, por su cercanía, por la visceralidad y al mismo tiempo sensibilidad con la que Juan Trejo (Barcelona, 1970) nos aproxima a la corta trayectoria vital de su hermana, prácticamente una desconocida para sus propios padres y hermanos hasta que él se puso a indagar sobre todos los motivos que, siendo apenas una adolescente, la llevaron a irse de casa y a coquetear con la heroína, la peor compañía de todas las posibles en cualquier nueva aventura.
La literatura de no ficción vive un auge que aún no ha encontrado su cima. ¿Dónde cree que reside para el público lector el encanto de esta sobreexposición íntima y personal de los narradores?
El sello de “Basado en hechos reales” viene resultando atractivo desde hace ya mucho tiempo, porque creo que a todo el mundo le gusta que aquello que le cuentan, ya sea en un libro o en una pantalla, esté vinculado de manera directa a una realidad que pueden compartir. Por otra parte, es muy posible que la querencia masiva de los últimos tiempos por la no ficción tenga que ver con la sensación que nos envuelve por todas partes de estar viviendo algo así como una vida virtual. Creo que el gusto por la no ficción es, en cierto sentido, una suerte de antídoto o de compensación para la irrealidad que hemos permitido que domine nuestro día a día debido a la excesiva presencia de las redes sociales y de internet.
“El gusto por la no ficción es, en cierto sentido, una suerte de antídoto o de compensación para la irrealidad que hemos permitido que domine nuestro día a día”
¿Por qué se empeñó en reconstruir la corta existencia de su hermana Nela pese a las reticencias iniciales de la familia y el secreto que envolvía su historia?
El primer impulso para iniciar este proyecto fue la necesidad de llenar un hueco que había estado presente en mi vida y en la de mi familia al completo desde el momento de la muerte de mi hermana Nela. El siguiente paso en ese camino fue darme cuenta de que en cuanto le hablaba a amigos y conocidos de ella, algo se encendía en la mirada del que escuchaba lo que por aquel entonces apenas era un apunte de su vida. Es decir, entendí muy pronto que, además de la necesidad, ahí se ocultaba una historia con mucha fuerza, una historia que parecía exigir ser contada. Vino a sumarse a eso que, al poco de iniciar mi investigación, varios detalles de lo que fui descubriendo me dieron a entender que esa historia que exigía ser contada no sólo hablaba de una cuestión íntima y familiar, sino que parecía poder representar a una generación y también a una época y a un lugar concreto: los jóvenes que apostaron por la contracultura en la Barcelona de mediados de los años setenta. Es decir, a la necesidad se le añadió un cierta idea de responsabilidad y compromiso.
Al hacerlo, ¿ha tenido más de sentido homenaje hacia su hermana o ha pecado de cierto egoísmo al hacer literatura con ello y exponer públicamente una historia personal y familiar?
Desde el primer momento, y casi hasta la última página, no dejé de preguntarme hasta qué punto es lícito contar la historia de alguien que ya no está aquí para contrastar esa versión o, llegado el caso, negarla. Creo que al final encontré una respuesta y dejé constancia de ello en el último capítulo. Pero puedo decir que ni partí desde la idea de un homenaje ni tampoco de la intención de aprovecharme de una historia interesante e intensa para sacarle partido. Lo que yo quería era encontrar luz, esperanza, en una historia familiar marcada por la oscuridad y la tragedia y, por extensión, poder verter también algo de esa visión positiva sobre un tiempo que parece haber sido borrado casi por completo de la historia reciente española.
“Esa historia que exigía ser contada no sólo hablaba de una cuestión íntima y familiar, sino que parecía poder representar a una generación y también a una época y a un lugar concreto: los jóvenes que apostaron por la contracultura en la Barcelona de mediados de los años setenta”
¿Quién fue, a grandes rasgos, su hermana Nela?
No creo que la esencia de una vida humana pueda resumirse en cuatro o cinco conceptos o, lo que es peor, en cuatro o cinco adjetivos calificativos. Llegados a un punto, por lo demás, es casi imposible no caer en contradicciones que sólo resultan salvables si uno tiene presente el conjunto al completo. Aún así, diré que mi hermana era una chica inteligente, despierta, inquieta, pero también ingenua, inmadura, cabezota. No encajaba en ninguna parte, al menos en un principio, porque tenía muy claras ciertas cosas y las defendía hasta el punto de partirse la cara por ellas. Le costó mucho encontrar un sitio desde el que empezar a crecer de manera autónoma, lejos de los condicionamientos sociales y familiares. Pero eso también le llevó a no disponer de un buen asesoramiento en una época de cambio en el que la voluntad de transgresión y el desconocimiento se entremezclaban formando un caldo de cultivo bastante peligroso. Fue consumidora de heroína, pero el mero hecho de decir algo así conlleva una etiqueta basada en prejuicios que, de algún modo, parecen anular todo lo anterior que, insisto, también responden a una visión parcial, inevitablemente incompleta.
La mítica película Sonrisas y lágrimas sirve de metáfora perfecta para explicar la historia que nos cuenta en Nela 1979. ¿Por qué?
Tiene que ver con algo de lo que acabo de decir. Sonrisas y lágrimas fue la primera película que vi en un cine, en 1974, de reestreno. Me llevó a verla mi hermana Nela. Siempre me he preguntado cómo es posible que ella, que era la rebelde de la familia, la que con su actitud y sus opiniones ponía en peligro el orden establecido, me llevase a ver una película que aboga, precisamente, por la unidad de la familia desde un punto de vista alegre e incluso buenista. Sirve de metáfora porque, de algún modo, para mí, en la historia que he contado, apunta de manera tangencial hacia transgresión y la ingenuidad que presidió la vida de mi hermana y de toda una generación. Por otra parte, y como explico en el libro, volver a ver esa película en la televisión durante la pandemia fue la espoleta definitiva para iniciar la escritura de este libro.
“Esos jóvenes quedaron en una tierra de nadie marcada, en buena medida, por el desencanto y la frustración al ver que las cosas no iban a cambiar como ellos deseaban”
Usted conoció a su hermana apenas unos años cuando era un niño muy pequeño. Con la Nela que se ha reencontrado emocionalmente tras esta reconstrucción vital vía literatura es bien diferente. ¿Tiene la literatura un poder catártico y sanador que incluso logra que redescubramos a seres queridos de forma sorprendente?
Por supuesto. La palabra, y específicamente la narración literaria, tiene la capacidad de crear vida. No el mismo sentido en que puede pensar en la vida un científico o un médico, claro está, pero sí puede crear vida a nivel simbólico, que es como funciona nuestro pensamiento. El ser humano es un animal simbólico que funciona a base de relatos que le ayudan a afrontar los misterios y las necesidades de la existencia. Sin esos relatos, de todo tipo, no sabríamos cómo desempeñarnos en el mundo. Por eso mismo, no debería extrañar que mediante un relato podamos permitir que se manifiesten en nuestra percepción personas que ya no están o que nunca han estado. A mí, a lo largo de la escritura de este libro, fue eso precisamente lo que me ocurrió: en un momento dado, más que pensar en mi hermana, más que reunir los escasos recuerdos que tenía de ella, vi cómo ella se materializaba en mi percepción, vi cómo volvía a adquirir vida a medida que escribía sobre ella, intentando hacerlo además desde su punto de vista. La palabra permitió que yo pudiese apreciar aspectos de su vida que hasta ese momento no había podido contemplar.
La historia de su familia es también la de miles y miles de migrantes que vieron en Barcelona su nueva tierra de promisión. Allí encontraron el futuro, aquel mismo futuro que también cobijaba trampas mortales como la plaga de la heroína. ¿Nunca fue consciente su familia de que ese peligro acechaba a Nela?
Mis padres supieron que mi hermana consumía heroína de camino a Valencia para recuperar su cuerpo y traerlo de vuelta a Barcelona. A mis padres, como a tantos padres de aquel tiempo en circunstancias similares —es decir, llegados de pequeños pueblos del interior, sin apenas formación y centrados por completo en trabajar—, los cambios sociales y culturales que estaban teniendo lugar en la ciudad, el nuevo modo de comportarse de una parte de la juventud, les pilló completamente fuera de juego. Algunas cuestiones respondían a nuevos paradigmas que ellos no estaban capacitados para entender. Contracultura, underground, espiritualidad, cuestionamiento del materialismo, vida comunitaria, el naciente feminismo… Para ellos era como si les hablasen en otro idioma. Llegaron del pueblo a la ciudad para ofrecerles a sus hijos una vida mejor, entendían que se habían esforzado mucho y que no habían cometido errores importantes y, sin embargo, una de sus hijas, Nela, estaba tan en contra de lo que ellos podían ofrecerle que incluso se fue de casa con apenas 17 años. Pero que no entendiesen lo que ocurría no impidió que se sintiesen culpables tras su muerte, porque en casos así uno no deja de darle vueltas a la idea de que podrían haber hecho algo más.
Nela siempre fue un ser contestatario, libre y rebelde, como correspondía a priori a un joven de la época en ebullición de los primeros años de la democracia. ¿Fue en cierto modo un arquetipo de la juventud de aquella nueva Barcelona?
Como he dicho antes, creo que sí. Pero no de toda la juventud de la Barcelona o de la España del momento, tan sólo de una parte. Los jóvenes que apostaron por la contracultura, por la herencia hippy si prefiere decirse así (a pesar de que no es exacto), tenían una características específicas. No les interesaba tanto el compromiso político, algo más propio de la generación anterior, como la idea de un cambio mucho más amplio y radical en los modos de vida, en las relaciones personales y materiales. Como no tenían una filiación política concreta, precisamente, fueron borrados con relativa facilidad del discurso oficial que se instauró con la llegada de la Transición y de la Movida. Esos jóvenes quedaron en una tierra de nadie marcada, en buena medida, por el desencanto y la frustración al ver que las cosas no iban a cambiar como ellos deseaban. De ahí que fuesen los primeros en llegar a consumir heroína, una droga refugio, ya no comunitaria o de expansión de la consciencia; una droga que en aquel entonces, segunda mitad de los años setenta, todavía era muy escasa y difícil de conseguir en España.