Sergio Mora (Barcelona, 1975) es un artista gráfico de prestigio mundial. Además de sus trabajos pictóricos y de diseño, ha publicado decenas de libros y cómics, sumando su producción para público infantil y adulto. Hasta el momento, lo gráfico se imponía a la palabra escrita, pero en La chica de Serie B (Autsaider Cómics) podríamos decir que empata. La parte textual gana peso y su universo de surrealismo pop se convierte en novela, con la misma potencia y presencia que sus ilustraciones. Novela ilustrada, eso sí, pero novela a fin de cuentas.
Un relato de humor desinhibido, descacharrante y valiente, en el que cruza la cotidianeidad —es un decir, lporque el componente surreal es abundante en esta cotidianeidad— de la vida en pareja de un director de cine, con la historia de su última película, la de Milicent Patrick. Milicent Patrick fue la creadora del diseño del monstruo protagonista de La criatura de la laguna negra. Su autoría fue ocultada durante años y atribuida, cómo no, a un hombre.
La novela transcurre a un ritmo ágil, plagada de guiños y giros humorísticos en una trama trepidante que no para de crecer. Y tanto sube y tanto crece, que conduce a un desenlace explosivo con remate auto paródico en el que Mora hace al lector partícipe y cómplice, dejándonos una mueca híbrida entre perplejidad y sonrisa.
El texto va acompañado, página a página, de ilustraciones y viñetas que cabalgan con la narración. Imágenes con aire sencillo, evocando a los cómics populares americanos de los años 50, confiriéndole cierto aspecto de novela pulp, de entretenimiento barato, que se conjuga perfectamente con el tono del relato, con la eléctrica y reducida gama cromática y los sorprendentes acontecimientos que se suceden.
Hablamos con el autor sobre su proceso de trabajo, sobre el humor y su manera de entenderlo y ejercerlo.
Aunque estemos hablando de un libro repleto de ilustraciones, es su primera incursión en la novela como tal, ¿me equivoco?
Se puede decir que sí, aunque sigue siendo una novela gráfica. No soy un escritor sino más bien un ilustrador que también escribe. Para mí un escritor es alguien que se dedica a ello todos los días. En mi libro anterior, “Las legendarias aventuras de Chiquito”, la ilustración tenía más peso que el texto. En este caso me he soltado más el pelo y el texto ha ido ganando terreno y se ha equilibrado con la parte gráfica.
¿Cómo ha sido la aventura de trabajar en un formato literario largo?
Lo he disfrutado mucho, la verdad es que escribir cada vez me gusta más. Ha sido mi proyecto más largo y también el más reposado, hasta el momento. Empecé a trabajar en el texto durante la pandemia y en aquel momento catártico surgió el bruto de la historia, pero después lo he ido puliendo sacando ratos durante estos últimos años a la par que trabajaba en las ilustraciones.
El protagonista de su libro —Simón Sagal— se mete en una espiral de censura y malentendidos a raíz de un desafortunado tweet. En su novela encontramos muchos temas sensibles —que no argumentos— que con las sensibilidades actuales a flor de piel, nunca se sabe cómo se pueden malinterpretar, ¿ha pensado en la posibilidad de que se sienta ofendido «algún colectivo de personas, profesionales o semovientes», como le sucede a Sagal, o en este caso corresponde solo a la ficción?
Hoy en día es prácticamente imposible abrir la boca sin ofender a nadie. Vivimos un momento muy extraño y es preocupante, uno puede sentirse ofendido hasta por la manera en que un cupcake mira un cruasán... La ficción es como el humor, si tienes que explicarlo o justificarlo, se pierde la gracia. Yo escribo guiado por mi instinto, y trato de hacer libros que me gustaría encontrar como lector en una librería, pero una vez el libro se publica ya no depende de mí si los lectores se ríen o se encierran en un cuarto oscuro a reflexionar sobre ello, o las dos cosas... o si organizan una manifestación para lapidarme (espero que no sea así).
Una sociedad que no se puede reírse de sí misma es como una olla exprés sin válvula de escape... Reírse de uno mismo es una señal de salud emocional colectiva. Nos permite descomprimir la tensión, evitar que la gravedad de los problemas nos hunda y, de algún modo, recordarnos que estamos todos en el mismo barco.
Si piensas en el argumento de cualquier comedia verás que a los protagonistas, básicamente, les suceden barbaridades de todo tipo, y eso es precisamente lo que nos hace reír, cuanto más desastrosa sea la situación, más risa nos provoca. El humor nos toca donde más duele, justo en esos nudos de tensión que acumulamos cada vez que vemos las noticias y pensamos que el apocalipsis tiene departamento de prensa y que estamos atrapados en una pesadilla.
Cuando podemos hacer chistes sobre nuestras contradicciones, nuestras fallas o nuestros problemas, estamos admitiendo que no somos perfectos, y eso nos vuelve más empáticos, más relajados y, sobre todo, más resilientes. Cuando una sociedad no se toma demasiado en serio, también es menos propensa a polarizarse. Hay una especie de humildad en el hecho de reírse de uno mismo, y eso nos protege de caer en la rigidez del pensamiento único, de la intolerancia, y de creer que todo tiene que ser blanco o negro. Porque, al final, cuando podemos reírnos de nuestros defectos, significa que hemos empezado a entenderlos, y ese es el primer paso para poder mejorarnos.
Además, el humor actúa como una herramienta crítica, un termómetro social que señala dónde están los problemas sin agobiarnos con la solución inmediata. A veces, hacer una broma es más poderoso que dar un discurso, porque nos ayuda a abordar temas difíciles desde un ángulo más digerible.
“Ha sido mi proyecto más largo y también el más reposado, hasta el momento. Empecé a trabajar en el texto durante la pandemia y en aquel momento catártico surgió el bruto de la historia”
En la novela combina dos tramas principales, la historia de Milicent Patrick, y la relación de una pareja que atraviesa un insólito momento vital. ¿El relato nació así, combinado, o uno se coló en el otro, o cómo fue?
La idea de hacer un libro alrededor de la figura de Millicent Patrick me rondaba por la cabeza hacía ya muchos años, de hecho, en el libro de “Chiquito” ya hablaba de mi deseo de explicar esta historia, pero me faltaba un componente para poder abordarlo de una forma en la que pudiese aportarle un enfoque personal que me permitiese enmarcarlo dentro de mi imaginario. En aquella época se me había metido en el cuerpo el veneno de la escritura, trabajaba en varios proyectos al mismo tiempo. Había temas de fondo que eran recurrentes como la empatía, y en ese proceso surgió una idea que hizo nacer al personaje de Simón Sagal como catalizador del libro. De alguna manera, esto de hacer tramas cruzadas se está convirtiendo un poco en “marca de la casa”; tomo una historia real y la revisto de ficción.
En su obra hay una serie de personajes icónicos que aparecen de manera recurrente, casi por sorpresa, como es el caso de Botijoman, que en este caso tiene una justificación verdaderamente divertida.
Botijoman es mi personaje fetiche y suele aparecer cuando le da la gana en mis proyectos en general- Puedes encontrarlo en algunos de mis libros, o en alguna de mis pinturas, o como una escultura de edición limitada o de repente en el forro de una chaqueta de Gucci, o en una decoración del chef José Andrés o infiltrado en una botella de cava… Y en sus apariciones nos va dando pistas de cuál es su personalidad y se va formando su universo.
Parte de la trama de La chica de Serie B trata sobre la llegada al mundo de un bebé y cómo repercute en la vida de sus padres. Si no me equivoco tiene usted un hijo de corta edad, ¿fue su llegada el motor de esta novela y sus reflexiones?
Cuando empecé a trabajar en la novela mi hijo Antón no había nacido todavía, pero mi mujer y yo sí que teníamos muchas ganas de tener hijos y aproximadamente un año después Laura se quedó embarazada. Como los deseos y los miedos muchas veces suelen ir de la mano, imagino que sí que puede haber alguna forma subconsciente de exorcismo en la parte de ficción por el hecho de llevar al personaje de Sagal a situaciones límite y hasta grotescas. En todo caso yo trato de dejar hablar al instinto y a no psicoanalizarme demasiado. Vi un documental sobre Spielberg en el que desgranaban cómo en todas sus películas aparecía de forma recurrente y con mucho peso la figura de la madre. Y cuando le preguntaban sobre el tema, decía que no se paraba a psicoanalizarse porque sino no haría las películas que hace.
En La chica de Serie B recoge convencionalismos sociales y tópicos de toda índole a los que, hábilmente, da la vuelta, evidenciando contradicciones, sinsentidos… aprovechando para bromear incluso sobre los recursos narrativos de la propia novela, que sería casi como cuestionarse o reírse de uno mismo. Me parece una genialidad.
Se trata de un artefacto kistch, si te fijas, es algo habitual en mi trabajo en general, el hecho de trabajar a partir de tópicos dándoles una nueva vuelta de tuerca o nuevos contextos. Los tópicos son muy buena materia prima porque son reconocibles, nos resultan familiares y cuando los ponemos en nuevos contextos producen un efecto sorprendente. Por otro lado, en mi trabajo, también suele haber siempre un componente auto paródico. Los artistas a los que yo admiro saben reírse de sí mismos.
En sus múltiples proyectos artísticos y de diseño trabaja con marcas de prestigio mundial, grandes instituciones y organismos, pero no deja de lado su vertiente comiquera o underground. ¿Cómo es trabajar con una micro editorial alternativa, como Autsaider Cómics?
Autsaider es una pequeña gran editorial. Probablemente sea la más pequeña, o una de las más pequeñas y también de las más “políticamente incorrectas”, lo que significa que probablemente sea también una de las más libres y la libertad es algo muy valioso. Yo he publicado con muchas editoriales en el pasado, editoriales de todo tipo, grandes y pequeñas y puedo decir que a día de hoy, Ata es mi editor preferido. Es el editor que mejor ha entendido mi lenguaje y con el que me he sentido más cómodo trabajando. Él es también dibujante y guionista, lo cual hace que sea muy fácil entenderse con él. En la parte literaria me ha ayudado mucho a sacarle brillo al texto, tiene mucho ojo y mucho tacto para localizar dónde puede haber posibles mejoras y en la parte gráfica, es un crack con los temas de imprenta, papeles, acabados, colores…Y muy cuidadoso con los detalles. Siento que se toma cada libro como un “hijito” y mima mucho todo el proceso, cosa que en las editoriales grandes es más complicado porque todo es mucho más burocrático. El trato con Autsaider es totalmente de tú a tú y eso se agradece mucho.
Entre sus muchos proyectos, en una especie de prefacio en la novela, anuncia la posibilidad de hacer una película sobre La chica de Serie B, ¿hay algo de cierto en eso?
Es una posibilidad real, por supuesto, pero es una posibilidad que no depende solamente de mí, sino de que una productora se enamore del proyecto y tras una iluminación mística se decida invertir una suma indecente de dinero en producirla. Si el cine llama a mi puerta yo le abriré de par en par, por supuesto. El cine es el arte total. Cuando escribía la historia lo hacía casi como si fuese el guión de la película que veía proyectándose en mi imaginación y creo que cuando lo lees produce ese efecto, como lector, te imaginas la película.
El libro podría perfectamente convertirse en película, incluso en más de una, ya que en la historia hay películas dentro de las películas.
Mi cultura es más cinematográfica y televisiva que literaria. Si lo pienso, no he leído tantos libros como los que debería leer alguien que se atreva a escribir más de dos líneas y publicarlas, pero me he visto “todas” o casi todas la películas y series del universo. Yo tenía como referencia para el libro el tono del cine de palomitas de películas con premisas narrativas ochenteras como las de “Regreso al futuro”, o “La muerte os sienta tan bien”, “Big”... ese tipo de cine de entretenimiento. Imagino la película “La chica de Serie B” como una síntesis alquímica entre el cine de Robert Zemeckis y el de Berlanga... Aunque quizá ese viaje sería “Un Viaje imposible” o quizá no... ¿Quién sabe?