España condena a sus hijos a repetir la pobreza de sus padres

Apenas un 10% de los niños de familias humildes en España logra escapar al quintil superior, mientras el código postal determina en gran medida el futuro económico de los más jóvenes

18 de Junio de 2025
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En el núcleo de toda sociedad próspera, sobre todo la que presume de ser “el motor económico de Europa” late un ideal tan simple como poderoso: el de la igualdad de oportunidades, la certeza de que el origen no debería encerrar a nadie en un destino predeterminado. Sin embargo, para medir hasta qué punto este principio deja de ser enunciado y se convierte en realidad, los economistas recurren a un barómetro especialmente revelador: la movilidad intergeneracional de los ingresos.

Un estudio realizado por los economistas Javier Soria y Octavio Medina analiza, a partir de la combinación de registros fiscales y censales, no solo la probabilidad de ascender en la escala de la renta, sino también los territorios y las políticas que mejor sostienen esa escalera social.

El primer hallazgo alerta de que, en la comparación internacional, España queda rezagada en la franja media-baja. Según los datos, un niño procedente de una familia situada en el quintil inferior de ingresos tiene apenas un 10% de posibilidades de alcanzar en la edad adulta el quintil más alto. Esa cifra contrasta con el 7,5% que registra Estados Unidos y el 15,7% de Suecia, dos referencias extremas que encienden la alarma sobre la suficiencia de las redes de protección social españolas.

Si bien la movilidad creció ligeramente para quienes nacieron a principios de los años ochenta (desvinculando algo más su renta de la de sus progenitores), las trayectorias se tornaron más rígidas a partir de la cohorte de 1983. Para los jóvenes que llegaron al mercado laboral justo en la tormenta de la gran crisis de 2008, el peso de las circunstancias familiares volvió a equipararse al observado en Estados Unidos, revelando un sonoro “efecto cicatrizante” que las crisis económicas imprimen en las vidas de los más vulnerables.

No menos reveladoras son las disparidades territoriales. Frente a la uniformidad que sugiere el mapa español, el estudio desvela que la movilidad ascendente es notablemente más alta en el noreste (con Cataluña y Aragón a la cabeza) y particularmente intensa en las grandes áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona. En cambio, el suroeste peninsular emerge con las cifras más bajas, donde el estancamiento económico de generaciones y la ausencia de oportunidades educativas arraigan la desigualdad.

Para aislar la fuerza que ejercen los barrios sobre estas dinámicas, Soria y Medina aprovecharon un diseño “natural” que explota los cambios de domicilio de las familias: midieron cómo variaba la trayectoria de los niños según la edad a la que se mudaban a zonas con mejores índices de empleo, formación y cohesión social. El resultado fue contundente: casi el 60% de las diferencias interzonales en movilidad obedece a causas directamente atribuibles al entorno donde crecieron, un porcentaje que subraya el papel decisivo del lugar de residencia.

En consecuencia, hay rasgos compartidos en las zonas que más impulsan el ascenso social. El estudio señala combinaciones de mercados laborales dinámicos y con bajo desempleo, industrias que generan empleos estables, altas tasas de acceso a la enseñanza universitaria y profesional, y barrios integrados tanto social como espacialmente. Esa amalgama, concluyen los autores, marca la diferencia entre un espacio que reproduce la pobreza y otro que la frena, ofreciendo vías de progreso que trascienden el mero azar del nacimiento.

El estudio no es solo un compendio de estadísticas. Se trata de un diagnóstico con voz propia sobre dónde y cómo modificar las circunstancias para que la igualdad de oportunidades deje de ser promesa y se convierta en experiencia vital. Los responsables políticos tienen ahora ante sí no un simple gráfico, sino una hoja de ruta: mejorar la educación, impulsar el empleo de calidad, reforzar la integración urbana y garantizar la conectividad social en cada rincón. Solo así, avisan Soria y Medina, el ideal de que el futuro de los niños no dependa del bolsillo de sus padres podrá dejar de ser un espejismo.

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