Franco sigue siendo Dios en los cuarteles españoles

04 de Diciembre de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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La ministra de Defensa, Margarita Robles, asegura que los militares de la Decimonovena Promoción del Aire que en un chat privado pedían fusilar a 26 millones de españoles por rojos “se representan a sí mismos y hacen un flaco favor a las Fuerzas Armadas y al rey”. La enojada Robles, quizá para tranquilizar a la ciudadanía, pretende dar a entender que los reservistas reaccionarios son una minoría en el Ejército, algo así como un pelotón de friquis que no tienen predicamento alguno ni ascendiente o autoridad moral en unas fuerzas armadas modernas y avanzadas, como se supone que son las españolas. Sin embargo, la versión oficial de la ministra, por optimista e ingenua, no se sostiene. Todo el que haya entrado alguna vez en un cuartel y no sea sordo ha podido escuchar comentarios u opiniones inapropiadas o denigrantes contra la democracia, contra la política y sobre todo contra los políticos (que para cualquier nostálgico forman parte de una casta de ineptos y corruptos que pretenden arruinar a la patria).

Creer que un Ejército con los antecedentes históricos del español ha hecho el camino a la democracia sin depurarse de arriba abajo es de una bisoñez sonrojante. Una sublevación, una cruenta guerra civil, una Transición a medio hacer con varios intentos de golpe de Estado y unos altos mandos politizados que a menudo suelen mostrar su admiración por el talento (al menos militar) del Caudillo, tienen que lastrar, de alguna manera, a la institución. Podemos engañarnos, como hace la ministra, o afrontar la realidad en toda su crudeza. No parece que entre los fieros soldados de pelo en pecho de la Legión o Tercio de Extranjeros −una unidad íntimamente ligada a la memoria y obra de alguien como Millán-Astray− haya muchos que lleven la Constitución en el petate, lean a Marx y voten a Unidas Podemos. Hay que ser muy cándido para tragarse ese cuento de la modernidad y el talante democrático de nuestro Ejército por muchas misiones internacionales, cumbres de la OTAN y maniobras conjuntas con los yanquis en las que hayan participado nuestros generales, divisiones y unidades. El pedigrí franquista sigue anidando en los genes de muchos oficiales de la Plana Mayor y de la tropa de a pie, se quiera reconocer o no.

El grupo salvaje del chat de la Decimonovena del Aire en el que se dicen barbaridades como que es necesario un pronunciamiento militar y enterrar las estirpes de los rojos no es el primer incidente protagonizado, en estos cuarenta años de supuesta democracia, por ese amplio sector de la oficialidad que reverencia la obra del patriarca, el viejo general. Ha habido otras muchas cartas secretas, artículos de prensa, cenas de camaradas con el aguilucho presidiendo la mesa, homenajes con el yugo y las flechas, comentarios inquietantes y sugerencias más o menos veladas a posibles conjuras o golpes de timón. Pero es que además tenemos el testimonio de un hombre valiente que estuvo en ese ameno chat y que decidió dejarlo para curarse en salud ante las salvajadas que allí se vertían. Hablamos de José Ignacio Domínguez, teniente coronel del Ejército del Aire retirado, abogado en ejercicio, miembro del Foro Milicia y Democracia y portavoz en el exilio de la Unión Militar Democrática (UMD), cuyo testimonio resulta tan inquietante como revelador: “El franquismo sigue teniendo una implantación grande en el Ejército y Franco continúa como una figura respetada”. “¿En qué medida pervive el franquismo en las Fuerzas Armadas?”, le preguntan los compañeros de Infolibre, que se han anotado el punto del exclusivón. Y la respuesta de Domínguez sigue poniendo los pelos como escarpias, ya que responde que es difícil saberlo porque si en los años ochenta se elaboraban y publicaban estudios de opinión y encuestas sobre la ideología de nuestras milicias hoy han dejado de hacerse.

El valiente Domínguez (a quien las hordas ultraderechistas ya están linchando en las redes sociales por traidor a la patria) nos da la medida real de lo que ocurre tras los muros de nuestros herméticos cuarteles cuando asegura con rotundidad que “en España no ha habido una educación democrática, pero eso no es problema de las Fuerzas Armadas”. Y añade: “El problema es de la sociedad, porque aquí no hay una derecha civilizada. En Europa sí, hay una derecha antifascista: Angela Merkel es antifascista, lo era Sarkozy. Merkel hizo un homenaje a los que dieron un golpe de Estado contra Hitler. Sarkozy, cuando tomó el poder en Francia, lo primero que hizo fue acudir a un homenaje a un joven de la Resistencia, un joven del Partido Comunista; aquí es inimaginable que Rajoy hiciese un homenaje a ningún comunista: para ellos los comunistas son terroristas. Esa es la diferencia”.

Se puede decir más alto pero no más claro.

Ayer mismo, sin ir más lejos, cualquier demócrata asistió con estupefacción al espectáculo que dio el todavía líder de la derecha española, Pablo Casado, a quien los periodistas abordaron a la salida de un acto público para preguntarle qué le parecían los infames mensajes divulgados en el chat franquista de la XIX. El nuevo Cánovas del Castillo de la política española primero enmudeció, acto seguido tragó saliva, luego intentó escabullirse de los reporteros y solo cuando fue a meterse en el coche oficial soltó un tímido y lacónico “pues sí” con la boca pequeña y para el cuello de la camisa, una respuesta que habrá que analizar e interpretar a fondo porque nadie sabe a esta hora qué demonios quiso decir realmente el jefe de la oposición. Lo que se pedía ayer de Casado era que se detuviera cinco minutos ante las cámaras de televisión y condenara sin paliativos y sin ambages las burradas del general Francisco Beca y su tropa de jubilatas nostálgicos. No lo hizo. Y eso que ahora va de activista de la democracia. Como Guaidó.

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