El trumpismo maniobra para colocar a un papa de su cuerda en el trono de Roma. Donald Trump sabe que controlando la Iglesia católica tendrá apaciguada la resistencia cristiana a sus políticas deshumanizadas. Y el fascismo posmoderno habrá dado un paso decisivo hacia la instauración de la globalización política, un mundo políticamente uniforme y monocolor bajo el recuerdo nostálgico del totalitarismo, que es el objetivo último del neofascismo. La idea de un planeta dominado por autocracias, con las democracias aplastadas para siempre, es el eje central del proyecto trumpista.
Para dar el golpe definitivo en el Vaticano, Trump ya tiene a su hombre: Raymond Leo Burke, un cardenal estadounidense de 77 años conocido por sus polémicas declaraciones y posiciones políticas. Su nombre ha sonado últimamente como posible sucesor de Francisco. Sin embargo, tiene un currículum que asusta. Durante la pandemia, afirmó que no había que vacunarse contra el coronavirus, alegando que las autoridades pretendían inocular un supuesto microchip (con instrucciones sobre el ateísmo) bajo la piel. Paradójicamente, fue uno de los millones de personas que se contagió.
Burke es un cardenal estadounidense conocido por sus posturas conservadoras y su firme defensa de las prácticas litúrgicas tradicionales. Nació el 30 de junio de 1948 en Wisconsin, y ha ocupado diversos cargos importantes en la Iglesia, incluyendo el de Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica. El cardenal norteamericano es una figura destacada entre los sectores más reaccionarios de la Iglesia de su país, y su relación con Bergoglio estuvo marcada por desacuerdos sobre diferentes cuestiones como las reformas eclesiásticas. En 2023, Francisco revocó algunos de sus privilegios, como su apartamento en el Vaticano y su jugoso sueldo, debido a sus críticas constantes a la dirección del pontificado. Burke se ha caracterizado por ser el martillo y el látigo de las personas LGTBI y se ha mostrado contrario a dar la comunión a los divorciados vueltos a casar. Frente a estos retrocesos, Francisco tomó medidas, que incluyeron destituir al prelado de su cargo como Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y reasignarlo a un puesto más testimonial como Patrono de la Orden de Malta.
El clérigo yanqui no se quedó callado ni quieto. Burke llegó a describir la Iglesia bajo el liderazgo de Francisco I como “un barco sin timón” y no escatimó en agrias críticas. Baste recordar que Burke es uno de los principales defensores de la “misa tridentina”, como se conoce al oficio religioso que se celebra según el ritual anterior a las reformas litúrgicas de 1970: consiste en una misa celebrada en latín y con el sacerdote dando la espalda a los fieles.
Burke nació hace 77 años en una localidad de Wisconsin en el seno de una familia numerosa de seis hermanos. Estudió Filosofía en Washington y luego Teología en Roma, donde fue ordenado sacerdote en 1975 por el papa Pablo VI. Desde joven se conoce su oposición al impulso renovador que supuso el Concilio Vaticano segundo y, del mismo modo, su rechazo a la apertura de la Iglesia católica en cuestiones como la comunidad LGTBI o el divorcio.
Además, también se ha manifestado en contra de dar la eucaristía a los políticos católicos que están en favor del aborto, como el expresidente de Estados Unidos Joe Biden. También se conoce su simpatía con Trump, a quien apoyó en la campaña electoral de 2016 asegurando que este defendía “los valores de la Iglesia”, en especial la defensa de la vida humana desde su concepción. Su posicionamiento a favor del líder republicano contrasta con la del papa Francisco, que se mostró muy crítico con el magnate neoyorquino, sobre todo por su propuesta de construcción de un muro entre México y Estados Unidos.
El 5 de mayo, día del cónclave, promete ser histórico. Está en juego mucho más que un papa, quizá la línea ideológica de la Iglesia católica para la próxima década. Expertos en información religiosa aseguran que de esa fumata blanca no saldrá Burke, como tampoco saldrá ninguno de los demás obispos de la caverna, como Robert Sarah, contrario a los avances sociales, desde el matrimonio homosexual a la eutanasia, pasando por al aborto y el divorcio; ni Angelo Bagnasco, que ha sido presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa y también se ha posicionado contra el matrimonio gay (al que ha llegado a comparar con la pedofilia o el incesto); ni Willem Jacobus Eijk, totalmente opuesto a las “teorías de género” o el húngaro Peter Erdó, amigo de Orbán. No han pasado ni 48 horas desde la muerte de Francisco y ya estamos viendo lo importante que ha sido este papa como dique de contención ante el nuevo fascismo posmoderno. Y a medida que pase el tiempo, cuando toda esta brigada de curas ultras se vaya instalando en los resortes del poder de la Iglesia de Pedro, más caeremos en la cuenta de lo decisivo que era tener a alguien de su perfil al frente de una institución con tanto poder de influencia en todo el mundo.