El covid-19 está transformando el mundo, también la fisionomía de las ciudades, como es el caso de Salamanca. Este verano, generalmente una temporada alta en una urbe turística y con una buena vida cultural en esta estación del año, la ciudad de Salamanca luce triste, casi abandonada y carente de la energía, fuerza y vitalidad de otros años, sobre todo debido a la ausencia de turistas y a la cancelación de los cursos de español para extranjeros. A ese cuadro se le añaden las pésimas comunicaciones entre la capital de España, Madrid, y Salamanca por los cambios derivados a causa de la pandemia en el curso de los trenes y autobuses. Por ejemplo, los trenes, que antaño te llevaban desde Madrid a la ciudad universitaria en apenas una hora y media, ahora tardan tres horas y hay un horario menos habitual, convirtiendo en casi una tortura viajar hasta la capital charra.
Luego Salamanca ha perdido sus bares, restaurantes y casi todos sus lugares de ocio, o si están abiertos, como todavía hacen algunos heroicamente, apenas tienen clientes y muchos de los habituales, en una ciudad envejecida y convertida como de alto riesgo por el elevado número de casos y fallecidos a causa del covid-19, ni siquiera se atreven a asomarse por esos negocios por el miedo a contagiarse. Por ejemplo, fui hasta el Casino de Salamanca, cuyo bar es toda una institución casi medular de la vida salmantina, y me encontré el vacío más total. No había ni clientes ni casi personal para atender a los escasos supervivientes de este tsunami que en forma de virus nos ha dejado a todos desolados, perdidos y desorientados por casi un año que ya se nos hace interminable.
Además, como en el resto de las ciudades europeas, numerosos bares, restaurantes, hoteles y pequeños negocios han cerrado sus puertas, quizás algunos para siempre y otros temporalmente. ¿Quién sabe cuándo terminará esta incertidumbre? La ruina que se asoma entre las calles de Salamanca es global y tiene mucho que ver con el rumbo que tome este virus maldito que destrozó a miles de vidas en el camino y dejó bien maltrecha a nuestra economía, apenas saliendo todavía endeble y enferma de la crisis del 2008 y sus terribles efectos colaterales.
Salamanca tiene ahora otro aire, otro sabor bien distinto al de otros veranos, en que abundaban los jóvenes estudiantes, los turistas, los mochileros y los salmantinos afincados en el exterior, y, en su lugar, este año se hace bien visible el vacío sonoro de sus calles, plazas, iglesias y terrazas. Apenas hay turismo, muchos hoteles han echado el cierre y también muchos bares y restaurantes aparecen con el cartel de cerrado. La crisis en el sector del turismo, del que mayoritariamente vive una ciudad que apenas cuenta con industria, es evidente y acuciante.
Se habla mucho en estos días de que todos tendremos que reinventarnos tras la crisis provocada por el covid-19 y la propagación de la pandemia por todo el mundo, algo que también tendrán que hacer nuestras ciudades cuando definitivamente (¿?) se haya superado la crisis sanitaria y volvamos a la verdadera y cierta normalidad, un escenario al día de hoy bastante lejano debido a que todavía no hay una vacuna para frenarla. Ni tampoco se atisba en el horizonte cercano la vacuna, la crisis va para largo y más nos vale cargarnos de paciencia.
Nuestras ciudades, muy dependientes del turismo en su gran mayoría, tendrán que poner en marcha otras alternativas y centrarse en otras formas de crecimiento económico. No será fácil para ciudades como Salamanca, absolutamente dependientes del sector servicios -o sector terciario de la economía-, y la crisis que se asoma será grave, provocando un seguro y altísimo desempleo, el cierre de miles de empresas y la consiguiente caída en nuestro producto interior bruto, tanto per capita como en el total.
La plaza Mayor de Salamanca, como emblema de los nuevos tiempos que nos esperan, aparece con sus terrazas vacías, casi sin gente, apenas algunos lugareños paseando y un cierto aire funeral que no tiene nada que ver al de otros años, cuando todavía ni siquiera habíamos oído hablar del covid-19 y desconocíamos que éramos felices. El día es triste, pero la noche es silenciosa, aburrida y casi tediosa, habiendo perdido el brío y la fuerza que tuvo en otros tiempos. De aquella energía juvenil de antaño, desbordante y trepidante, ya no queda nada y el covid-19 parece habernos afectado hasta en nuestra psicología, en nuestra forma de entender la vida y relacionarnos con los demás. Ya no hay ni rastro de la mítica movida de la noche salmantina. Solamente con darte un paseo por Salamanca entenderás que algo ha cambiado en nuestras vida quizá para siempre y apenas sin darnos cuenta.