La inteligencia artificial, esa panacea tecnológica que algunos gurús venden como la solución a todos los males (y la excusa perfecta para justificar despidos masivos), ha llegado para quedarse. Sin embargo, la perspicacia de algunos empresarios ante esta "revolución" roza lo cómico, si no fuera porque sus decisiones afectan a la productividad y, lo que es peor, a la seguridad de sus propias empresas.
Prohibir el uso de la IA: El "avestruz digital"
Prohibir herramientas como ChatGPT es la estrategia estrella de aquellos líderes que prefieren enterrar la cabeza en la arena digital antes que afrontar la realidad. Porque, claro, si no lo vemos, no existe. Esta brillante idea, digna de un meme, solo consigue que sus empleados, esos seres rebeldes con acceso a internet en sus casas, sigan usando la IA a escondidas. La "IA en la sombra" florece, como una mala hierba, en los rincones menos esperados de la empresa.
Se estima que más del 70% de los empleados que tienen acceso a herramientas de IA las utilizan de forma no oficial si la empresa no ofrece alternativas o directrices de uso claras. Un porcentaje que, sospechosamente, coincide con el número de directivos que creen que sus empleados solo usan el correo electrónico para comunicarse profesionalmente.
Ignorar la "IA en la sombra": Negligencia con denominación de origen
La ceguera voluntaria ante la "IA en la sombra" es un deporte de riesgo practicado por aquellos que confían más en su intuición (que les dice que "eso de la IA es una moda pasajera") que en la lógica. Mientras ellos siguen con sus PowerPoints del siglo pasado, la información confidencial de la empresa viaja alegremente a través de modelos de lenguaje externos, sin que nadie supervise si está siendo utilizada para entrenar a la competencia o, peor aún, para escribir poemas de amor no solicitados.
No invertir en IA: La tacañería "innovadora"
¿Para qué gastar en versiones de pago con garantías de seguridad cuando podemos seguir con la versión gratuita que, total, "hace lo mismo"? Este razonamiento, propio de un contable con alergia al futuro, ignora convenientemente que los datos de la empresa en estas versiones gratuitas son el "quid pro quo". Es como ir a un restaurante y sorprenderse de que te cobren la comida después de decir que solo querías "probar un poquito".
No formar a los empleados: El "sálvese quien pueda" tecnológico
Formar a los empleados en el uso seguro y eficiente de la IA es, para algunos, un gasto innecesario. Total, "ya son listos y sabrán cómo usarlo". Esta fe ciega en la capacidad autodidacta de la plantilla contrasta con la preocupación que muestran cuando el becario no sabe cambiar el cartucho de la impresora. El resultado es un caos digital donde cada uno hace lo que le parece, con las consecuencias de seguridad que esto conlleva.
No desarrollar una política de datos: El anarquismo digital corporativo
¿Normas sobre qué datos pueden moverse y dónde? ¡Qué burocracia! Para algunos líderes, la idea de una política de datos suena tan atractiva como una auditoría sorpresa un viernes por la tarde. El resultado es una alegre danza de información sensible a través de la red, sin que nadie sepa realmente dónde acaba ni quién la está bailando.
No abordar las preocupaciones de seguridad: La "confianza ciega" en la nube ajena
Las fugas de datos, esos pequeños "accidentes" que nunca le ocurren a uno, son vistas por algunos como un problema lejano, algo que solo pasa en las noticias. Esta actitud de "aquí no va a pasar, porque quien se fija en nosotros" se combina con una fe ciega en la seguridad de las plataformas externas, ignorando alegremente los términos y condiciones (los servidores están en Amazon o Google) (esa letra pequeña que nadie lee, pero que siempre tiene sorpresas, ya que las copias para recuperación son una suscripción a parte).
Creer que las normas son "sugerencias": Especialidad del Empresario Iluminado
Y llegamos a la joya de la corona del pensamiento empresarial "innovador": aquel espécimen que considera que las obligatorias regulaciones son meros "consejos" para él, pero no para el resto de los mortales; así, su empresa, por alguna razón cósmica o divina (probablemente ambas, en su egocéntrico universo), está exenta de cumplir.
Este tipo de líder, a menudo engalanado con la arrogancia de quien se cree un visionario incomprendido (cuando en realidad es solo un infractor reincidente), opera bajo la firme convicción de que las leyes y normativas son para "los otros", para las empresas mediocres que no tienen su "genio disruptivo". El RGPD, la normativa de protección de datos, las directrices sobre inteligencia artificial y ciberseguridad de la UE... todo eso son nimiedades burocráticas que no aplican a su "unicornio" (que probablemente no sea más que un burro desnutrido con purpurina).
Este empresario, con una fe ciega en su propia infalibilidad y en la capacidad de su equipo para "innovar" saltándose cualquier estándar de seguridad o legalidad, suele argumentar que "las normas frenan la creatividad" o que "ya nos apañaremos si pasa algo". Su desdén por el cumplimiento normativo es directamente proporcional a su ego y a su desconocimiento real de las implicaciones legales y financieras de sus actos.
En resumen, la estrategia de algunos empresarios con la IA se podría resumir en cuatro pilares: negación, tacañería, fe ciega y soberbia. Una combinación "innovadora" que, sin duda, les garantizará un lugar privilegiado en los anales de la historia empresarial... como ejemplo de lo que NO se debe hacer. ¡Que sigan así!