Un nuevo concepto: La singularidad suave

La IA va conquistando a la humanidad día a día sin disparar un solo tiro

07 de Julio de 2025
Actualizado a las 10:23h
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Nuevo Concepto IA

En pleno fragor de debates sobre si la inteligencia artificial (IA) nos arrebatará el trabajo o desencadenará un apocalipsis robótico, Sam Altman, CEO de OpenAI, introduce la noción de “singularidad suave”: un proceso casi indetectable donde la IA se cuela en nuestra vida cotidiana con la sutileza de un ninja digital. No veremos portones metálicos abriéndose a golpe de pistón; más bien, notaremos que nuestro asistente virtual escribe nuestro correo con mejor estilo que nosotros, y acabaremos dejándolo que lo haga.

Altman perfila un cronograma para la próxima década que dejaría boquiabierto al abuelo que todavía jura que Internet es cosa del demonio. Ya en 2025, los “agentes” de IA asumirán tareas complejas para programadores y analistas, ahorrándoles las odiosas reuniones de kick-off y los informes de 50 diapositivas. Para 2026, es decir, de aquí seis meses, estos mismos sistemas habrán descubierto ideas rompedoras en laboratorios de fármacos y energía: un modo muy elegante de acelerar y abaratar la cura de enfermedades sin despeinarse.

Para 2027, Altman imagina robots de propósito general —casi con la mansedumbre de un lacayo británico— organizando almacenes, entregando paquetes y, por qué no, recordándole a tu abuela que se tome la medicina y realizándole un completo chequeo médico diario.

Y en 2030, promisorias pymes de dos o tres personas harán el trabajo de gigantes corporativos gracias a esa multiplicación de productividad de la que habla Altman.

Quizá lo más revolucionario que nos va a pasar no sea la hazaña espacial, sino la próxima vez que tu nevera pida la compra sola y, de paso, te recomiende un vino mejor que el que ibas a comprar.

Pero no todo es rosa digital. La concentración de poder en manos de unas pocas tecnológicas siembra el temor de que la brecha social crezca tanto como el último giga de tu tarifa de datos. Y no digamos la reescritura de la historia por ellas, que eso supondrá.

El desplazamiento de profesionales, ahora cualificados, directamente al paro, plantea debates que van más allá de cambiarse a marketing digital: necesitamos una renta básica, formación continua y jornadas flexibles.

En el terreno de la ética, la ironía es brutal: hemos de exigir legislación global para unos algoritmos que precisamente adoran los vacíos legales. Tendremos que regular, con la segura violenta oposición de la media docena de multinacionales de las IA, qué pueden “pensar” y hasta dónde, o corremos el riesgo de que, un día, al pedir una recomendación cinematográfica, la IA decida que lo mejor para ti es pasar el resto de tu vida preso por terrorista en ciernes.

La singularidad suave no es una amenaza inminente con grandes explosiones, sino un susurro digital que ya nos acompaña: corrige nuestros textos, organiza nuestra agenda y hasta diagnostica (y acierta) enfermedades futuras con una foto.

Reconocerla y trazar sus límites es la única forma de no despertar un día y preguntarnos, con auténtico estupor, quién está realmente al mando.

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