En Junts ya se habla de cortarle la cabeza a Puigdemont

El partido convoca un congreso extraordinario para octubre con el fin de refundar un proyecto, el de la posconvergencia independentista, hoy por hoy agotado

12 de Agosto de 2024
Actualizado el 13 de agosto
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Puigdemont durante su mitin fugaz en Barcelona.
Puigdemont durante su mitin fugaz en Barcelona.

Junts per Catalunya convocará un congreso extraordinario a finales de octubre, coincidiendo con el aniversario de la aprobación de la DUI (Declaración Unilateral de Independencia), según informa el ElNacional.cat. Son las consecuencias de un terremoto, el de la frenética huida de Carles Puigdemont de Barcelona haciendo dejación de funciones y sin tomar parte en la investidura de Salvador Illa, que empieza a dar sus primeras réplicas.

Hoy por hoy, Junts no es nada sino una empresa de eventos o performances más o menos divertidos, más o menos ingeniosos, sobre la independencia, pero que desde el punto de vista político ha acreditado una inutilidad absoluta y total para resolver los problemas de los catalanes en la última década. Tras el esperpéntico vodevil de la pasada semana, en el que Puigdemont se comportó como un mesías fallido (ningún mesías acude a la llamada de su pueblo y acaba dando la espantada poniendo pies en polvorosa, cobardemente, para no ser atrapado por los Mossos d’Esquadra), muchos ciudadanos soberanistas empiezan a preguntarse si este sigue siendo el hombre que necesita el país. Porque como ilusionista y trilero no tendrá precio, pero como político serio capaz de influir en Madrid, deja mucho que desear.

Es cierto que CP sigue teniendo muchos adeptos y acólitos que le siguen como al amado líder de la secta que sigue siendo, pero cada vez hay más voces críticas, más base de la militancia que se plantea hacia dónde va el proyecto posconvergente pujolista (ya adelantamos nosotros aquí que se encamina hacia el abismo de la intrascendencia y hacia una necesaria refundación, o sea, renovarse o morir).

El panorama en Cataluña se ha transformado radicalmente desde las pasadas elecciones. La figura de Salvador Illa, aunque socialista, emerge como nuevo líder en la mejor tradición de la familia tarradellista (pactismo, solvencia, seny y una Cataluña económicamente próspera y fuerte); Junts está fuera de las instituciones (como una formación antisistema); Puigdemont ya no cuenta con la inmunidad del acta de diputado (se le acabó el chollo de Europa); y Esquerra ha dado un audaz paso adelante, consiguiendo cosas tangibles, materiales, que mejoran la vida de la gente (ahí está el nuevo concierto o cupo que el dúo Aragonès/Junqueras le ha arrancado a Moncloa). En ese cambio de tendencia, en ese nuevo contexto o escenario, Junts no pinta nada. Y no hay nada peor para un político que convertirse en irrelevante, en prescindible, en insignificante. De ahí que más de uno en ese partido haya empezado a oler el tufo a putrefacción, el aquí huele a muerto, y se haya convocado un cónclave de urgencia para decidir qué hacer. ¿Qué se va a decidir ahí? Sin duda, y en primer lugar, la renovación de la jefatura. En Junts hay gente que pide pasar página cuanto antes y si es preciso podar la cabeza del tótem, con pelucón y todo, pues hágase. La aventura del procés ha sido muy divertida y muy apasionante, distopía hecha realidad, pero ya. Poca broma con la pela. Las grandes empresas se han largado del país, el PIB regional cae de forma alarmante, la sequía avanza y el polo atractor del Estado ya no es Cataluña, sino el paraíso fiscal madrileño de Ayuso. La patronal ha dicho basta ya al delirio y ha pedido a los cuadros influyentes de Junts que se pongan las pilas para enderezar el rumbo, liquidando el puigdemontismo (ese echarse al monte todo el rato), si no hay más remedio.

El tiempo político de CP ha pasado, pero él, otra vez escondido en su guarida de Waterloo, sigue dando un diagnóstico erróneo y desbarrante de la situación. Impecablemente trajeado en el jardín de su residencia belga, el exhonorable ha concedido una entrevista a TV3 en la que pide amnistía y poder hacer política en “condiciones de normalidad”, un imposible, ya que, por lo que se va viendo, muchos en su partido ya lo dan por amortizado. En su cara a cara con el entrevistador, el Houdini catalán saca pecho de que ha podido “entrar y salir” impunemente de Cataluña, colgándose la medallita de que ha “desafiado a un Estado represor”. Menuda gesta. Pero hombre, Carlas, si todo esto no ha sido más que un teatrillo de variedades orquestado entre Moncloa y la Generalitat, con la participación y conocimiento de los poderes fácticos de este país, para que tú pudieras despedirte honrosamente. Si el Estado hubiese querido echarte el guante de verdad te ponen a dos recios picoletos de paisano, de esos que estuvieron en el País Vasco cuando ETA, te emparedan como un sándwich mixto, te invitan a entrar en un camuflado y no pisas la Ciutadella. Al sainete del jueves junto al Arco de Triunfo se le podrá envolver con el halo de épica que se quiera, pero lo único cierto es que al mitin del mesías asistieron tres mil personas, una participación raquítica muy alejada de aquellos cientos de miles que le siguieron ciegamente en los peores días del 1-O. Es evidente que este hombre ha perdido la noción de la realidad y no se lo reprochamos: han sido siete años de insomnio, de miedos, de caminar por la calle con una retahíla de espías del CNI que le seguían a todas partes, incluso a comprar el pan. Nadie sale mentalmente equilibrado de algo así.

Si la derecha posconvergente quiere avanzar y no quedarse en la temida pantalla azul o de la muerte, o sea, colgada para siempre como un ordenador obsoleto o averiado, ha de dar un paso adelante. Y en esa urgencia histórica, a Junts ya solo le queda un arma eficaz: los siete diputados con los que puede poner a Pedro Sánchez contra las cuerdas. Con ese escaso residuo de poder que le queda ya debe dar un volantazo hacia la realpolitik, rearmarse en la lógica y la coherencia, negociar, pactar y estructurar un independentismo posibilista, serio, pragmático. Sentarse en el diván y superar la charlotada, la pantomima y la farsa. Esa es la primera moción que debería votarse en ese congreso de octubre, tiempo de nostalgias por la revolución que no fue.

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