“¿Cómo de flipao debes de ser para montarte un decorado tipo Moncloa?”, se pregunta un tuitero. “Pero Alberto, ¿qué haces fingiendo que estás en la Moncloa? Por dios, no te hagas más daño”, sugiere otro. Y un tercero asegura: “Feijóo, o cómo encarnar el querer-y-no-poder una vez tras otra. Hoy, copiando un decorado”. Son solo algunos ejemplos de lo que opina buena parte del pueblo sabio sobre él, sobre el presidente en la sombra o in pectore, sobre el autoproclamado pero eterno candidato Alberto Núñez Feijóo.
Béla Lugosi se metió tanto en el personaje de Drácula que terminó creyéndose su papel y hasta durmiendo en un ataúd. Este va por el mismo camino del desdoblamiento de personalidad y ya se ve a sí mismo como el hombre fuerte que, ninguneando al otro, al sociata, dirige ya, de facto, los destinos de la patria. No hay más que ver cómo, el otro día, apareció ante las cámaras de TVE para soltar uno de sus habituales sermones sin chicha ni limoná. El Kennedy gallego (así lo llaman por aquellas latitudes lluviosas) se plantó ante un escenario propio no ya de la Moncloa, sino de la Casa Blanca. Las columnas con capitales neoclásicos, la puerta de roble blanco que parecía traída exprofeso de Downing Street, las dos banderas perfectamente planchadas –la española y la de la Unión Europea–, y el atril con un par de micros de última generación conformaron una puesta en escena propia de los grandes cancilleres y estadistas. “¡Si hasta llevaba la misma corbata verde que Pedro Sánchez!”, ironizó el humorista Dani Mateo en El Intermedio.
Es evidente que Feijóo anhela, con todas sus fuerzas, ser presidente del Gobierno de España, por mucho que él diga que no, que pudo serlo y no quiso para no mezclarse con los indepes, aunque diga que está aquí de paso, solo por hacernos un favor a los españoles. Si no soñara con esa meta política no haría estas tonterías performánticas, estos happenings, este teatrillo experimental trumpizado que da vergüencita ajena y que hace sonrojar a los lagartos. El hombre tiene montado un buen berenjenal en Galicia, o sea un cirio de padre y muy señor, ya que le están brotando como setas los contratos a dedo regalados por la Xunta a toda su parentela de hermanísimas, cuñadísimos y primísimas, un clan enriquecido con el maná del dinero público. Algo de lo que, claro está, el señor nunca habla. Él es más de marear la perdiz con Venezuela. Dar la matraca con Maduro es una cortina de humo que le viene fenomenal para no aclarar al país todo lo que está ocurriendo en el siniestro caciquismo gallego.
Las gentes de la derecha española presumen de no ser nada intervencionistas, de practicar el libre mercado a calzón quitado, pero a la hora de la verdad son más intervencionistas que nadie, mayormente cuando se trata de intervenir para colocar a la familia en las instituciones. Los españoles tienen derecho a saber qué pasó con tanto chaparrón descarado de adjudicaciones, con tanto escándalo a dedazo, con tanto nepotismo, enchufismo y clientelismo. Lo normal es que se abriera un sumario judicial sobre el caso Eulen (así se llama la compañía benefactora ligada a la familia Feijóo), aunque fuese con carácter prospectivo, de cara a la galería o por justificar el expediente, siguiendo la moda judicial que triunfa este verano, o sea el juez Peinado style. Se podría abrir una comisión parlamentaria, una inspección, una auditoría regional, unas pesquisas de los hombres de negro de la UE. En fin, un algo para que pareciera que estamos en una democracia con todas las garantías. Sin embargo, nada se mueve. En el Poder Judicial hay órdenes estrictas de hacer la vista gorda con todo lo que tenga que ver con el eterno candidato, con la gran esperanza blanca de la derecha española para derrotar al sanchismo. Y tiene bula papal hasta para montarse en el yate de un narcotraficante como si nada.
En el PP se han puesto todos manos a la obra para tapar las miserias del autoproclamado presidente Feijóo con el asunto venezolano, pero no porque estén preocupados por la causa de la libertad en Latinoamérica (que a ellos se la trae al pairo), ni por los miles de inmigrantes desplazados en una inmensa diáspora de la que apenas se habla, sino porque entienden que ese tema es dinamita pura contra Sánchez. Creen que identificando al presidente español con el autócrata del chándal del otro lado del Atlántico tendrán las próximas elecciones ganadas. El problema es que, como nadie salvo Margallo lee libros en ese partido, los prebostes populares se han hecho una buena torrija mental a cuenta del complejo asunto de Venezuela y no se ponen de acuerdo ni siquiera en quién es el principal candidato opositor. ¿Es Guaidó (del que nunca más se supo), es María Corina Machado, es Edmundo González Urrutia, que ha pedido asilo político en nuestro país? ¿Quién demonios es el héroe de esta revolución a la que tenemos que sumarnos?, se preguntan en Génova. Nadie en las huestes populares se aclara con el culebrón venezolano y si ayer era Feijóo quien exigía a Sánchez un reconocimiento explícito de la victoria de Edmundo, hoy González Pons tacha al exiliado poco menos que de vendido y apuesta por Corina, la musa que a él le gusta. Todo en el PP es caos ideológico, demagogia barata y pura charlotada.