La dimisión de Íñigo Errejón ha caído como un mazazo en Sumar y justo en el peor momento. El partido de Yolanda Díaz no atravesaba por su mejor momento. Con malos datos en las encuestas, en medio de la polémica por su pacto de vivienda con el PP y cuestionado por su tibieza con el caso Koldo (que es tanto como decir por su sumisión a Pedro Sánchez), el caso de presunto acoso sexual del portavoz a la actriz Elisa Mouliaá puede suponer el final del partido y un durísimo golpe para la izquierda española. El país está en shock al descubrir que ese diputado de cara aniñada y aparentes profundas convicciones ideológicas era un depredador. O como dice la víctima (con la que hay que estar hasta el final y a la que hay que proteger a toda costa): un maltratador psicológico, un psicópata, un monstruo.
Sumar era, hasta la fecha, un proyecto personalista sustentado en dos pilares principales: Díaz y Errejón. De hecho, el hoy sospechoso maltratador fue una apuesta personal de la vicepresidenta y ministra de Trabajo. La confluencia entre el antiguo mundo comunista y la nueva veta socialdemócrata escindida de Podemos pretendía aglutinar a la mayor cantidad posible de votantes en una plataforma transversal. La idea no ha cuajado, hasta tal punto de que por momentos da la sensación de que el partido está en constante proceso de reconstrucción, siempre inacabado, siempre como eterna promesa. Obviamente, el mensaje no ha terminado de calar en ese sector del electorado al que erróneamente se suele identificar con “la izquierda real” y finalmente ha embarrancado. Sondeo tras sondeo, se constata que el proyecto no funciona. Pero el caso Errejón trasciende lo que es la simple desconexión con el electorado para convertirse en una bomba colocada en el corazón mismo de esta fuerza política. El partido que había hecho del feminismo y de la lucha contra la cultura de la violación patriarcal su bandera más visible e impactante, el primer punto de su programa electoral, se encuentra ahora con que uno de sus grandes líderes era un machista recalcitrante, un pulpo que no podía controlar sus impulsos sexuales y que anteponía su santa bragueta a los principios e ideales por los que decía estar luchando. Esa parte de la denuncia en que Elisa Mouliáa describe cómo el diputado la empuja sobre la cama para sacarse su “miembro viril”, sin su consentimiento, manchará a la izquierda española durante mucho tiempo, tanto como la extrema derecha quiera explotar el escabroso episodio. “Otra pancarta más que se les cae”, se ha apresurado a decir la oportunista Ayuso. Qué bien le ha venido el escándalo errejonista a la lideresa para que no se hable de los dos pufos fiscales de su novio Amador.
La impostura de Errejón, la farsa, el fraude, es de tal calado, de tal calibre, que solo es comparable a la estafa del vendedor de crecepelos. Por utilizar un símil, es como si Santiago Abascal se pusiera mañana delante de un micrófono y se declarara un acérrimo detractor del franquismo. Esa declaración se percibiría entre sus bases y votantes como un síntoma peligroso de derechita cobarde, cuando no de incipiente bolchevismo. Y Vox colapsaría sin remedio. Pues algo así es lo que puede ocurrir a partir de ahora con Sumar, convulsionado desde ayer tarde, cuando IE anunciaba su dimisión. El portavoz parlamentario ha traicionado el catecismo fundacional y no solo eso, se ha comportado como un personaje de cartón piedra propio de un partido neoliberal (como él mismo ha reconocido), alguien que en realidad no creía en las cosas que decía. El golpe es demasiado fuerte, ya que supone el mayor caso de hipocresía política y falta de coherencia de la historia de este país. Y afecta de lleno a la esencia misma del yolandismo.
La militancia está desconcertada, noqueada, confusa. Errejón los ha violado políticamente, robándoles la inocencia, y esa brutal agresión tendrá consecuencias en forma de shock postraumático a corto y largo plazo. ¿Puede un partido superar algo así? Cuesta trabajo creerlo, y menos cuando empiezan a surgir voces que recuerdan que las aventuras sexuales del violento seductor eran conocidas desde hace tiempo y nadie le paró los pies. Le va a resultar muy complicado a Yolanda Díaz volver a levantar el castillo de naipes que había construido a duras penas. A partir de ahora, cada vez que un dirigente de la formación salga a darnos una lección de feminismo veremos al espectro Íñigo, el fantasma con rostro de adolescente, disertando muy teóricamente contra el terrorismo machista, sobre la igualdad, la ley del solo sí es sí, el techo de cristal, las estructuras patriarcales y los salarios discriminatorios de la mujer. Será algo inevitable, automático. El votante no podrá dejar de pensar en si lo que le están contando es verdad o solo un rollo muy bien montado, una función teatral representada por otro actor magistralmente metido en el papel. Ahí está el drama de Sumar. Ya no se trata de si Yolanda Díaz conecta o no con grandes masas sociales. Ya no está en cuestión si el partido tiene que escorarse más o menos a la izquierda para diferenciarse del programa liberal del PSOE. La tragedia reside en que una pantomima demasiado descarnada ha quedado al descubierto y en que el intelectual del partido, el cerebro o ideólogo, el eterno universitario que deslumbraba en medio de la bazofia que dan a comer los políticos de hoy, era en realidad un tramposo o embaucador. Tirar ahora de hemeroteca y ver cómo el muchacho se desgañitaba en la tribuna de las Cortes para defender los derechos de la mujer resulta tan patético como espeluznante. El niño depredador ya es historia. El PSOE y Podemos hacen cuentas sobre las décimas que pueden arañarle a Sumar. Esto es el descalabro final de la izquierda.