La sequía que recorre Europa ha puesto al descubierto nuevas enseñanzas y ha contribuido a esclarecer algunos malentendidos. También una idea global de la escasez. Además de hallazgos arqueológicos remotos o las viejas torres de iglesias ocultas por las aguas de algunos embalses, la sequía ha expuesto el panorama desolador de la inmensa mayoría de los pantanos, pero también el insólito y demoledor vacío de infinidad de pequeños cauces de ríos, hoy sin ni una gota de agua. La sequía ha trascendido por tanto el ojo excitado del paisano local que concibe el agua como bien único, como tesoro personal e intransferible más allá de donde alcanza su vista o su bolsillo. La sequía ha ahogado las vanidades de los influencers que se retratan sobresaltados en la cola del embalse de su pueblo.
El agua, desde su nacimiento hasta su desembocadura y su transcurso a lo largo de miles de kilómetros, es de todos en general y de nadie en particular. De hecho, hace días algunos españoles descubrían -aquí muy cerca- el escondido Tratado de Albufeira, ciudad portuguesa a 50 kilómetros de Faro, la referida por Carlos Cano en su canción María la Portuguesa. “Desde Ayamonte hasta Faro…”
Ese tratado bilateral de buena vecindad obliga y recuerda a España que los ríos que nacen en el interior de la Península desembocan en el Atlántico y, por tanto, también en agosto, el gobierno de España tiene que liberar agua y no racionalizarla en provecho propio.
La sequía nos ha mostrado también decenas de imágenes insólitas de Europa en la que grandes ríos navegables muestran encalladas algunas embarcaciones.
Los ríos, embalsados, son también energía, producción eléctrica, y por tanto economía. Aunque el 80 por ciento del agua tiene su uso en los regadíos, otra parte importante del agua, además del abastecimiento o los fines recreativos y turísticos, sirve para producir luz.
La sequía nos ha aportado nuevos datos, forzados por la escasez de agua: el retroceso drástico en la producción de electricidad. La producción hidráulica supuso apenas el 5% de media de la generación eléctrica en España entre el 1 de julio y el 23 de agosto, frente al 10% del mismo periodo del año pasado, según datos de Red Eléctrica.
La sequía ha provocado estragos en el uso de esta tecnología y ha propulsado al gas como el sustento de la producción energética en España y en el resto de Europa. Más gas, luz más cara.
La sequía ha desnudado también aquel maleficio que le colgaron a las compañías eléctricas: más agua, más beneficio. La realidad es la contraria: el recibo de la luz se ha encarecido notablemente precisamente por no poder disponer de agua y depender del gas.
Las centrales de ciclo combinado, que emplean gas natural para generar energía, aportaron de media el 32% de la generación en el periodo mencionado, cuando en las mismas semanas de 2021 supusieron el 17%.
Todos los factores mencionados han provocado que el precio mayorista de la luz se haya disparado este miércoles en España hasta los 436 euros el MWh, el cuarto más caro de la historia. Los problemas no son únicamente españoles, obviamente.
Otra de las enseñanzas de la sequía. Arroja mucha luz, pero extraordinariamente cara.