A Feijóo ya solo le queda el asalto a la Moncloa

La última movilización del PP contra Pedro Sánchez, plagada de rabia y odio contra los socialistas, no alterará los tiempos de la democracia

09 de Junio de 2025
Actualizado a las 14:45h
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Feijóo durante la manifestación contra Pedro Sánchez
Feijóo durante la manifestación contra Pedro Sánchez

La manifestación del Partido Popular en Madrid no pasará a la historia contemporánea de este país. Meter cincuenta mil personas en Plaza España un domingo, con todo el personal de libranza y paseando por la ciudad, no es ninguna epopeya heroica en la interminable cruzada contra el sanchismo (atrás quedan aquellas concentraciones masivas del no a la guerra, donde se reunieron más de un millón de almas, y las más recientes contra Mazón en Valencia con más de 100.000). Óscar López, con su habitual mala baba, ha calificado la convocatoria como “un gatillazo” en toda regla, pero haría mal el Gobierno en caer en la autocomplacencia. Poco a poco, la extrema derecha está logrando colocar el discurso de que el ambiente político es “irrespirable”, una de esas distopías que tan bien se le dan al mundo reaccionario patrio.

La atmósfera política no es tóxica, tal como pretende Feijóo, al menos no tan letal como lo fue para Felipe González en 1996. Los casos GAL, Roldán, fondos reservados y Mariano Rubio, por poner solo unos ejemplos, fueron asuntos reales, siniestros, terrorismo de Estado. Los sumarios de hoy, los expedientes Begoña Gómez, hermanísimo y fiscal general del Estado, entre otros, no pasan de ser el cotilleo ayusista llevado al Tribunal Supremo, un chismorreo o Sálvame judicial muy bien tramado por Manos Limpias y la caverna judicial con la colaboración inestimable de los digitales de la fachosfera. Solo el caso Koldo tiene entidad suficiente para ser considerado un feo episodio de corrupción. Y aunque probablemente todos los familiares y personajes de la dinastía sanchista serán finalmente conducidos al cadalso (el lawfare o guerra sucia judicial es tan poderoso como maquiavélicamente bien pergeñado) habrá que ver qué pasa dentro de unos años, cuando todo el artificio se venga abajo y la Justicia europea dicte sentencia, restableciendo la verdad y poniendo en valor los derechos constitucionales de los perseguidos que han sido pisoteados en esta caza de brujas ultraderechista.  

Sea como fuere, Feijóo ha decidido comprarle el discurso a Vox. “Mafia o democracia”, rezaba el eslogan de la manifestación convocada por el PP. Por un lado, llama la atención que el partido que ha hecho de la Cosa Nostra genovesa y la Gürtel una gran industria nacional saque a los españoles a la calle pidiendo regeneración, limpieza y moralidad. Por otro, no deja de sorprender que el hombre que se paseaba en el yate de un capo del narcotráfico se ponga a dar lecciones de ética desde el atril. Eso sí, durante toda la protesta, no tuvo el arrojo suficiente para gritar ni una sola vez la consigna infame que él mismo había autorizado. ¿Le dio pudor? Seguramente. De mafia sabe mucho el PP (arrastra más de 30 casos de corrupción y cloacas) y de democracia más bien poco (no hay más que ver cómo se les ilumina la cara cuando se ponen a rememorar las hazañas del Generalísimo).

Nadie sabe cuál va a ser el siguiente movimiento de Feijóo, que se mueve entre su sueño fallido de ser el nuevo Suárez y la corriente franquista que le transmite su entorno más influyente. Escuchar cómo Esperanza Aguirre –gran inventora del ayusismo– defiende la dictadura de Franco, abiertamente y sin complejos, no solo produce vergüenza ajena, sino que supone la triste confirmación de que el Partido Popular ha iniciado una deriva sin retorno hacia el nuevo fascismo posmoderno. Y en esas aguas turbulentas se mueve el dirigente genovés. Atrapado por lo que él quiere que sea el partido y por el rumbo que otros le van marcando. Feijóo es un líder de cartón piedra, un maniquí que colocan ahí mientras Aznar sigue impartiendo línea editorial desde la FAES en pos de la reunificación de las derechas españolas, o sea, la inevitable coalición con Vox. ¿Cómo creer a un hombre como Feijóo que se autoproclama moderado en el centro de Madrid mientras a dos manzanas están los invitados de lujo de Ayuso, los Milei, la motosierra, Rivera y los ultraliberales y criptobros de Íker Jiménez agitando la gran revolución reaccionaria? Imposible invocar la concordia y el no al “frentismo de la ira” mientras cultiva la intolerancia contra el zurdo.

La manifestación de ayer fue la pataleta del que quiere ser presidente cuando no le toca (no hay nada más antidemocrático que eso), además de una ceremonia del odio y la confusión al más puro estilo trumpista (no deja de ser irónico que quienes protestan contra la dictadura sanchista añoren los sangrientos tiempos del Régimen anterior). Después del aquelarre con mucho insulto y nostalgia fascista, cabría preguntarle a Feijóo: ¿y ahora qué? Pues ahora nada, habría que responder. Ahora a seguir retuiteando los bulos machacones que fabrica Abascal, ahora a seguir dándole a la manivela del ventilador de la mugre en las tediosas sesiones de control al Gobierno, ahora a esperar dos años más, con la barbilla apoyada en la mano, hasta que lleguen las próximas elecciones en 2027. Ni siquiera puede instar la moción de censura tras el último insulto de Ayuso a los nacionalistas y a las lenguas regionales. Es así de listo.

La estrategia de la movilización en la calle no le está dando resultado al dirigente conservador (y no es raro, la táctica política no es su fuerte y acostumbra a pegarse tiros en el pie), de modo que hay voces en Génova que aconsejan replantear el plan y la brújula de cara a los próximos meses. Llega el verano, Madrid va a arder de calor y el militante pepero, antes que derrocar el sanchismo, quiere vacaciones como si no hubiese un mañana. El votante del PP suele ser de por sí señorito, no se manifiesta por la Sanidad pública, ni por los derechos laborales recortados, ni por las pensiones y contra las injusticias sociales. El cayetano es activista dominguero (cañas y torreznos para desestresar y liberar tensiones contra el Gobierno que le hace pagar impuestos), pero en pleno agosto no lo sacas tú del jardín con piscina ni con la Guardia Civil. Ni cuatro casos begoños instruidos por el juez Peinado sacan al votante de derechas del cóctel, el yate y el club de golf veraniego. Así se hunda España. Por tanto, no le va a resultar fácil al PP convocar nuevas manifestaciones. En todo caso, tendrá que esperar a septiembre y para entonces es previsible que el fervor patriotero y las ganas de salvar España de las garras del Satán socialista se habrán vuelto a enfriar otro tanto. Es lo que tiene el odio, que va a impulsos. Corre el reloj y Sánchez no cae. A Feijóo ya solo le queda reunir a los negacionistas, conspiracionistas de Qanon, milenaristas católicos, antivacunas y terraplanistas y lanzarlos contra Ferraz, o ya puestos, contra Moncloa. Y, ni aun así, lo consigue el Trump gallego.

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