El dúo Irene Montero/Ione Belarra va a salir del Gobierno de coalición por la puerta de atrás. Aquel gesto cómplice que ambas tuvieron con Feijóo en la sesión de investidura, cuando sonrieron al gallego como niñas traviesas mientras este preguntaba a Sánchez cómo podía ser posible que el Gobierno más feminista de la historia cesara a la ministra de Igualdad, fue toda una premonición. Estaban sentenciadas y el káiser socialista las ha dejado caer.
A Montero la liquida la nefasta redacción de su ley del “solo sí es sí” –una incompetencia que ha permitido la excarcelación de 117 agresores sexuales y las rebajas de condena de otros 1.155–, mientras que a su compañera de fatigas se la llevan por delante sus afirmaciones incendiarias de revolucionaria full time que empezaban a provocar demasiados quebraderos de cabeza y líos al Gobierno de coalición. El colmo fue cuando, sin querer o queriendo, se terminó alineando al lado de Putin al pedir que España no enviara más armas a Ucrania. Pocos la entendieron entonces.
La mayoría de los colaboradores de Sánchez estaban hasta el gorro de Pili y Mili, no solo porque cada vez que terminaba un Consejo de Ministros les faltaba tiempo para salir corriendo y poner a parir a los compañeros en Twitter o criticar a los viejos derechosos del PSOE o meterse con el dueño de Mercadona o con los fachas con toga, sino porque siempre han mostrado una superioridad moral y una especie de insultante arrogancia que tocaba las narices a más de uno, una y “une”. Creían que, por venir de la calle, del mundo del activismo, eran más que nadie. Se veían a sí mismas como los faros y guías que alumbraban a la izquierda española en medio de la oscuridad. Pensaban que porque habían publicado un par de folletos universitarios sobre el feminismo de hoy ya habían ingresado en el panteón de las elegidas al lado de Clara Campoamor y Federica Montseny. Ellas no estaban en política para resolver problemas cotidianos del día a día, qué va, sino para entrar en la historia de España con letras de oro. Escuchándolas disertar y soltar soflamas no podía extraerse otra conclusión que Irene e Ione, las dos íes como rígidos palotes de Podemos, se tenían en tan alta consideración que sin duda pensaban que han significado un punto de inflexión trascendental en el devenir de este país. Antes que ellas nada, después tampoco.
Poco a poco se hicieron acreedoras del título de las más cargantes del Consejo de Ministros y últimamente no había un dios que las aguantara. El día que no faltaban al respeto a fulano o mengano daban alguna lección de izquierdismo posmoderno vegano y trans a todo socio de coalición que pasaba por allí. Eran pedantes de la política, insufribles marisabidillas, plomizas con las que no convenía cruzarse en el pasillo porque ello suponía tener que tragarse una chapa insufrible sobre Simone de Beauvoir. De modo que Sánchez se las pule no tanto por sus ideas más o menos radicales sobre esto o aquello, sino por moscas cojoneras, por pesadas, por plastas que creaban mal ambiente en el gabinete de coalición. Aunque ellas ahora van de víctimas y andan diciendo por ahí que el jefe las echa de malas maneras, lo cierto es que el presidente pasaba mucho de ellas y si se hubieran comportado de una forma medianamente normal, sin dar demasiado la brasa con el rojerío a todas horas y con la sobradez insultante, lo más seguro es que el canciller sociata las hubiese ratificado en el cargo solo por tocarle las bolas al facherío patrio. Pero no, siendo como son, tan tediosas, tan inaguantables, tan absolutamente insoportables, era un riesgo seguir contando con la presencia de ambas dos. Así que cesadas y un problema menos, habrá pensado el premier socialista.
Siendo sinceros, ellas se lo han buscado. Para explicar esta purga no es necesario recurrir a sesudos análisis politológicos como que Podemos ya no existe (se lo ha cargado el mismo que lo fundó, o sea Pablo Iglesias) o que se abre un tiempo nuevo en la política española donde es preciso renovar caras y contenidos programáticos. Había que ser muy estúpido, y desde luego Sánchez puede ser cualquier cosa menos eso, para prorrogar a estas dos que prometían seguir haciendo del Gobierno un gallinero o jaula de grillos. Lo ha dicho muy bien Antonio Maestre: si te metes con el jefe no esperes que te renueven el contrato. Esa es una máxima que se cumple siempre, ya sea en el odioso e injusto sistema capitalista y también en la China comunista.
Pero el colmo de la contradicción de estos dos ángeles de Charlie, de estas dos edecanas del patriarca fundador, es que no hace ni una semana que han votado “sí” a la investidura de Sánchez y ya están despotricando otra vez de él por las esquinas. Si tanta urticaria les produce el inquilino de Moncloa, si tanta rabia les da el patrón y sus políticas conservadoras, ¿por qué no fueron coherentes y obsequiaron al Anticristo de la izquierda española con un sonoro y rotundo “no”? Solo ellas lo saben.
Ahora las polémicas exministras defenestradas rompen con Yolanda Díaz y prometen una oposición dura al Gobierno. Si con este postureo rimbombante esperan recuperar los 69 escaños que tuvieron en el pasado es que son más utópicas e ingenuas de lo que parece. Lamentablemente quedan como dos párvulas en plena pataleta porque les han arrebatado su juguete favorito (el juguete es el ministerio) en lugar de como dos estadistas que marcaron una época. Si fueran congruentes se pasarían al Grupo Mixto a defender sus ideas, pero entonces perderían la asignación de Sumar (ese kilillo y medio) y por ahí no. Ya se sabe que el régimen monárquico del 78 es muy corrupto y nefasto menos cuando se le puede sacar tajada. Así que en el culmen del esperpento van a hacerle la guerra desde dentro a Sumar con el dinero de Sumar. Otra puñalada trapera más a la causa de la unidad de la izquierda tan necesaria ante la ofensiva neonazi. La ministra de Justicia saliente Pilar Llop se lo ha dejado más que claro al polémico dúo en el traspaso de carteras: “En los sitios hay que saber estar, pero sobre todo hay que saber irse”. Ni media palabra más.