Esperanza Aguirre sigue con su lenta y progresiva demolición, desde dentro, del casadismo. La exlideresa madrileña ha apostado claramente por Isabel Díaz Ayuso para dirigir los destinos del PP en los próximos años y a esa tarea se ha conjurado con devoción. Aguirre está de vuelta con el sorprendente discurso de que en Génova 13 sobran “niñatos” y “chiquilicuatres”, jóvenes incompetentes con retórica, piquito de oro y másteres en Harvard Aravaca pero que no saben ganar elecciones. En realidad, la polvareda mediática que ha montado la condesa de Bornos tenía un primer objetivo: volver a las primeras páginas de los periódicos y a las tertulias de la radio y la televisión, ya que el teléfono llevaba meses sin sonar y nadie se acordaba de ella (alguien como Aguirre no puede vivir dos días seguidos sin chupar cámara y sin pisar un plató).
Últimamente, bien sea porque la Justicia anda rebuscando en la corrupción de los años del aguirrismo, bien porque su tiempo ya ha pasado, el caso es que la expresidenta andaba algo perdida, olvidada, y tocaba montar una buena para recuperar el relumbrón de los focos. La señora sabía que su bombazo sobre los “niñatos” del PP no pasaría desapercibido y los micrófonos volverían a brotar como setas a su alrededor. Desde ese punto de vista Aguirre, que es un animal político y sabe lo que se hace, ha conseguido lo que quería: atraer hacia ella el polo de atracción mediática, como en sus mejores tiempos, cuando arrasaba en las urnas.
Sin embargo, el episodio no se explica solo desde el punto de vista de lo personal. Había otra intencionalidad clara, otro objetivo: lanzar el aviso a navegantes de que el sector duro, el bunker, el posaznarismo, está más vivo que nunca pese a lo que diga Pablo Casado. Cuando Aguirre ataca a los “chiquilicuatres” del partido no actúa sola, sino que habla por boca de otro, quizá un señor de sonrisa imposible y bigote rasurado que le ha encomendado una misión: encabezar el temido giro a la ultraderecha que se viene atisbando en el PP desde que apareció Vox.
Aguirre, haciendo bueno el dicho castellano aquel de “para cuatro días que me quedan en el convento”, ha retornado para terminar de echar toda la carne franquista en el asador, para teñir de azul falangista el PP madrileño, para ultraderechizarlo y bunkerizarlo. El primer paso en la operación es blindar a la delfina Díaz Ayuso en la presidencia regional del PP (también a su spin doctor de cabecera, Miguel Ángel Rodríguez). El grupo salvaje, como en aquella vieja película de Sam Peckinpah, está de vuelta y va a por todas para terminar de limpiar el PP de supuestos blandos marianistas, los Casado, García Egea, Maroto y Levy, o sea “los niñatos”. Detrás del anuncio de Aguirre, que es una humillación en toda regla para los jóvenes Harvard del partido, hay un aviso a navegantes que no es ninguna broma: que vaya con cuidado quien pretenda gastarle una jugarreta a la niña, a la nueva musa del falangismo patrio, a la ungida y victoriosa IDA, porque es nuestra gran esperanza blanca y ay de todo aquel que se atreva a tocarla.
Aguirre, la superviviente
La mejor prueba de que la advertencia va directamente dirigida contra la dirección nacional es que Aguirre ha convocado una fiesta privada, vía wasap, con los chicos de Nuevas Generaciones, para que quede meridianamente claro que no son ellos los “niñatos y chiquilicuatres” culpables de los males del Partido Popular, sino quienes ocupan los más altos despachos de Génova 13. Obviamente, esta operación se gestó semanas atrás, cuando Díaz Ayuso anunció que no estará en la Convención Nacional del PP, donde Casado pretende darse un baño de multitudes como líder supremo y sentar las bases del proyecto de cara a la reconquista del poder. Ante la decisión de IDA de iniciar un viaje a Estados Unidos precisamente en esos días (y no otros) solo cabe una interpretación: la presidenta de Madrid va a reventarle la fiesta al jefe y a partir de ahí guerra total.
Con toda probabilidad, los barones del partido, sin excepción, van a posicionarse de lado de Casado. No habrá ninguno tan loco como para pronunciarse en favor de Ayuso, de ahí el riesgo de que la presidenta, pese al poder político y mediático que acumula ya, corra serio peligro de quedar aislada, arrinconada, encapsulada en su feudo de Madrid. No sería la primera vez que una seria aspirante a dirigir el PP acaba cayendo en desgracia. Que se lo pregunten a Soraya Sáenz de Santamaría.
Espe Aguirre se ha jugado su última carta a todo o nada. Un órdago en toda regla para seguir viviendo de algún chiringuito o mamandurria algún día, en plan Toni Cantó. Si Ayuso gana, ella gana. Si Ayuso pierde, se hunde con ella. Mientras tanto, la Justicia escarba en los asuntos turbios de su mandato (Gürtel, Púnica, Lezo, Kitchen, Campus de la Justicia y otros). Minucias para una superviviente de aquella charca infecta y llena de ranas que todavía hoy sigue soltando lodo.