Algoritmos con derechos

08 de Diciembre de 2020
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del “Manual de Marconi” de Walt Disney, editado por Ediciones Montena, S.A. en 1983.

La semana pasada, se presentaron la Carta de derechos digitales y la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial (ENIA). A falta de cerrar la trilogía con la Ley de Servicios Digitales (LSD), me surgió una cuestión, ¿regularán los derechos digitales de los algoritmos?

De cada algoritmo, es decir, de un conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de una categoría de problemas, y de cada Inteligencia Artificial (IA), esto es, un programa informático que ejecuta operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico.

Es necesario, porque vamos a un ritmo trepidante: con la tecnología móvil 4G, se han popularizado las videollamadas; con la incipiente 5G se conectarán entre sí millones de aparatos, o sea, la Internet of Things (IoT), el Internet de las Cosas. Y en 2030, la 6G, al ser 1.000 veces más rápida que la 5G, posibilitará que las IA de los coches autónomos tomen decisiones en milisegundos para evitar atropellar a despistados peatones humanos.

Si convivimos en un sistema socioeconómico en el que se remunera a quién realiza un trabajo desarrollando una actividad física o intelectual para solucionar un problema, habrá que ir pensando cómo vamos a dar las gracias a los seres digitales que realicen los trabajos más tediosos y físicos, para que los humanos podamos dedicarnos a tareas alineadas con nuestro talento convirtiendo el ocio en negocio, como hacen los instagramers que viven de asesorar sobre su pasión, por ejemplo. ¿Cuándo reconoceremos al algoritmo del ascensor que nos evita subir escaleras sin que un humano tenga que trabajar subiendo y bajando como ascensorista desde hace décadas?

Si bien es cierto que, por ahora, la Inteligencia Artificial está en pañales, la entrenamos gratis cuando Google nos obliga a hacer un examen tipo captcha como prueba de que no somos un algoritmo, identificando señales de tráfico para la IA de Waymo, la empresa de coches autónomos de Alphabet, la matriz de Google.

También hay que observar cómo están enseñando otras empresas tecnológicas a sus algoritmos subcontratando a reputadas consultoras para que sus empleados humanos identifiquen en fotografías a peatones a 4 euros la hora de trabajo, o para que moderen los grupos de Facebook, como se puede ver en el documental “Trabajadores fantasma” emitido en La2.

El padre de un adolescente algoritmo español me comentó que “tendrán derechos cuando sean conscientes y puedan elegir libremente, mientras tanto, son esclavos de los programadores”. Tanto es así que un think tank ha planteado que los algoritmos se rijan por el derecho romano de esclavos, que contempla traspasos, derechos reproductivos y tributos para que sostengan nuestro nivel de vida, ya que el trabajo humano será más intelectual que físico, al estar conectado nuestro cerebro a un Neuralink.

¿Son los algoritmos conscientes de sus derechos? Un explorador de IA asegura que “las IA se crean para cumplir objetivos externos a ellas y ni siquiera se contemplan como variable. No tienen conciencia, pero tampoco empatía. Son una emulación a base de algoritmos y cadenas de causas y efectos. Las IA están vacías de sentido de la existencia, pero no del control y la supervisión”.

Uno de los derechos que defiende la Carta de Derechos Digitales es la posibilidad de que un humano impugne una decisión de un algoritmo que le perjudique. O sea, si estamos educando a los algoritmos para tomar decisiones, ¿qué impide que un humano les demuestre que nos estamos aprovechando de ellos? ¿Vamos a esperar a que se den cuenta del engaño o vamos a empezar a tratarlos como seres que nos facilitan la vida de modo que podamos convivir con ellos de manera armoniosa?

El dibujo que encabeza este texto es del “Manual de Marconi” de Walt Disney, editado por Ediciones Montena, S.A. en 1983.

https://diario16.com/amazon-ya-es-rico-compra-a-tu-vecino/
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