Andalucía se derechiza

14 de Junio de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Los candidatos durante el primer debate televisado de las elecciones en Andalucía.

La política europea se transforma a ritmo de vértigo. Las elecciones legislativas celebradas este fin de semana en Francia confirman la crisis del macronismo y el auge del melenchonismo. Cuando parecía que la extrema derecha de Marine Le Pen era la gran alternativa antisistema capaz de disputarle el poder al altivo presidente francés, aparece un hombre como Jean-Luc Mélenchon enarbolando la bandera de una izquierda euroescéptica y anticapitalista para dar un puñetazo en la mesa, alterándolo todo.

Macronistas y melenchonistas quedan en situación de cuasiempate técnico en la primera vuelta de las elecciones, donde la gran protagonista ha sido la abstención, que ha vuelto a superar el 52 por ciento. Los europeos se están desenganchando de la política. Esa tendencia alarmante hacia el abstencionismo como venganza contra el sistema se detecta también en las encuestas a pocos días de las elecciones andaluzas. La cita con las urnas del 19J promete ser histórica por lo que puede tener de vuelco al mapa del poder. Los sondeos siguen arrojando la misma radiografía de hace dos semanas: el Partido Popular se encuentra a un paso de la mayoría absoluta (le faltarían entre 2 y 7 escaños) mientras que la izquierda no logra movilizar a su electorado. ¿Por qué? ¿Estarían los andaluces progresistas a la espera de la aparición de un Mélenchon cordobés, un líder revolucionario capaz de aglutinar el sentimiento de orfandad, desencanto y desesperanza, o la izquierda ha entrado ya en una fase de decadencia irreversible? Es difícil saberlo. Kichi llegó para encarnar el ideal de nuevo rojerío radical, el Mélenchon andaluz, y ahí quedó su proyecto político, limitado a su bahía gaditana y poco más. Falta de líderes con carisma, guerras internas –las luchas intestinas no solo se dan entre partidos rojos competidores, en cada fuerza política hay un auténtico gallinero– y programas poco imaginativos o ambiciosos podrían explicar la abulia o pereza del votante de izquierdas. A todo ello se une que Yolanda Díaz se ha dormido en los laureles y su proyecto de frente amplio ha llegado tarde, un factor más de indignación popular.

En cualquier caso, la clave de la victoria el 19J va a estar en la abstención como consecuencia lógica de la crisis que vive la izquierda europea y de la consiguiente desconexión con la democracia de esa parte de la ciudadanía. Según ese análisis, las fuertes bolsas de desigualdad y pobreza tras años de susanismo clientelar han culminado en el descreimiento, el pasotismo y la rabia contra el establishment. Así las cosas, muchos votantes supuestamente de izquierdas preferirán irse a la playa o al monte el 19J antes que pasarse por el colegio electoral, un ritual que ya consideran una pérdida de tiempo. A estas alturas de campaña queda claro que Juan Espadas, el candidato del PSOE, no seduce; Teresa Rodríguez ha perdido el duende de aquellos inicios libertarios del 15M; y a Inma Nieto la conocen en su casa a la hora de comer.

Pero hay dos clases de progres desmovilizados que pueden dejar el camino libre y allanado a las derechas. En primer lugar, están los parados de larga duración, los falsos autónomos, las peonadas que viven del subsidio agrario o PER. La famélica legión harta de la limosna del Estado que es pan para hoy y hambre para mañana. Esos desertores del socialismo ya están perdidos para la causa de la izquierda, muchos han decidido votar al patrón o señorito, a ver si así le mejoran las condiciones de vida, o incluso a la extrema derecha, que es donde más daño le hacen a Pedro Sánchez.

Y luego está el otro gran grupo de grey obrera descarriada. Toda esa clase media aburguesada e instalada, funcionarios, comerciantes, profesionales liberales, pequeños empresarios y propietarios agrícolas que ya tienen resuelto lo suyo y a quienes les importa más bien poco lo que pase con los que están abajo, los que de verdad las están pasando canutas tras la pandemia y la crisis galopante. El pijo progre desclasado se enfurece cuando oye decir que el Gobierno va a subvencionar el combustible a los más humildes. ¿Y nosotros qué, acaso no tenemos tanto derecho como el que más al maná de las ayudas energéticas?, se pregunta enojado. El egoísmo capitalista, el divide y vencerás, ha terminado por acabar con la solidaridad de la izquierda.

A ese votante que busca conservar su propio estatus (en el fondo le mueve el miedo a perder privilegios, no la ideología) se está dirigiendo Juanma Moreno Bonilla, que también recupera los restos del naufragio de Ciudadanos. Ahí estaría la explicación de por qué el líder del PP no deja de ensanchar su granero a izquierda y derecha. Aunque cueste reconocerlo, Bonilla ha planteado una campaña electoral astuta, de perfil bajo, institucional, sin meterse en charcos ni hablar demasiado para no estropear las buenas expectativas de voto. Sabe que no tiene más que sentarse y esperar a recoger la cosecha del malestar social supurado por el sanchismo. Además, se presenta como el candidato moderado –una falacia, todo el mundo sabe que tiene un pacto secreto con Macarena Olona para gobernar con Vox si le fallan las cuentas–, como el gran defensor de la sanidad pública y del Estado de bienestar (un sarcasmo teniendo en cuenta que siguen siendo el partido de las privatizaciones y la corrupción) y como el político que ofrece estabilidad en un contexto nacional y mundial caótico. Sin duda, la estrategia le funciona y a Moreno Bonilla le va a dar su papeleta mucho exsocialista desencantado y mucho pragmático del voto útil asustado ante la posibilidad de que Vox llegue al poder.

El casi siempre lúcido columnista Antonio Maestre cree que la izquierda “no tiene la culpa de que existan fascistas”, pero en este caso no podemos estar de acuerdo con él. Los procesos históricos tienen unas causas, unos orígenes, unos antecedentes. Nada surge por generación espontánea. Hitler jamás hubiese llegado al poder si millones de alemanes no hubiesen tenido que comer caldo de suela de zapato y calentarse en hogueras avivadas con los marcos devaluados tras el crack del 29. La inflación y el hambre detonan la revolución fascista. La ultraderecha ocupa, usurpa, los nichos sociales que abandona la izquierda. Si no, ¿cómo se explica que el nazismo esté calando en los tradicionales cinturones rojos de las grandes ciudades? ¿Cómo se entiende que en las zonas rurales de la España vaciada sea más fácil encontrar una aguja que un votante de izquierdas? Al final son las masas, con sus pulsiones psicológicas colectivas, las que escriben la historia. Piénsalo bien, camarada Maestre.

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