Al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, se le ve exultante y sobrado últimamente. Está completamente seguro de que Isabel Díaz Ayuso ganará por goleada y ni siquiera el efecto Iglesias conseguirá evitar una derrota histórica y sin paliativos de la izquierda. Incluso se permite vacilarle a Pedro Sánchez al sugerirle que no se prive de hacer campaña electoral en Madrid. “Sal todos los días y en el PP sacamos la absoluta”, le ha sugerido el primer edil, con un sobrante de sorna, al presidente del Gobierno de España.
Todo apunta a que el experimento político que supone Díaz Ayuso, el ayusismo, va camino de un éxito rotundo. Cuesta trabajo creer que una mujer que se ha destacado por una manifiesta incapacidad de gestión, una torpeza para el debate parlamentario y una ineptitud más que acreditada haya conectado de una forma tan directa e intensa con los madrileños. Pero así es. Todo lo que hasta ahora están intentando los partidos de izquierdas no es suficiente para remontar en las encuestas, ni siquiera en las de Tezanos, siempre optimista con las expectativas del PSOE y sus socios de gobierno.
¿Qué les ha dado Ayuso a sus paisanos, cómo ha logrado seducirlos? Para empezar, consintiéndoselo todo al pueblo, que es tanto como decir que ha implantado una suerte de conservadurismo libertario y cañí muy en la onda del carácter reaccionario del votante de la Meseta. IDA no ha gobernado, ha dejado que cada cual haga lo que quiera en esta pandemia y la consecuencia directa es que Madrid ocupa los primeros puestos en el nefasto ranking europeo de muertos y contagiados. Pero eso le da igual al personal. Ayuso nunca defrauda ni se equivoca sencillamente porque nunca toma medidas impopulares, ya sean sanitarias o económicas. Si los epidemiólogos le piden el cierre de bares y restaurantes, ella los abre; si el Gobierno central reclama el confinamiento perimetral, ella levanta fronteras y recibe con entusiasmo y los brazos abiertos a las hordas de turistas franceses ávidos por vivir el desmadre español. IDA sabe que no es una gran estadista ni un referente cultural de nuestro tiempo (no tiene luces ni capacidad de oratoria para serlo) pero ha hecho de sus carencias virtud y ha sabido rentabilizar su escaso empaque intelectual como una populista aplicada que siempre hace lo que ordenan el lobby hostelero y su Rasputín particular en la sombra, o sea MAR.
Lógicamente, con esa forma de gobernar a base de pan y circo es imposible perder unas elecciones, la mayoría de madrileños la quieren y la idolatran como a esa diva que siempre da lo que el público pide, aunque el modelo de gestión libertario sea un rotundo fracaso y se pague un precio elevadísimo: hoy por hoy Madrid se ha erigido como capital europea del coronavirus para oprobio de la marca España.
Ayuso es la continuación del trumpismo norteamericano pasado por el filtro españolazo, o sea mucha fiesta, mucha paella, mucho vino y toros. Trump está superado y derrotado en Estados Unidos, cuna de este movimiento político tan curioso como tóxico, pero en nuestro país la ola yanqui siempre llega con algo de retraso y en Madrid hay mucho engañado que para salir de su error necesita ver con sus propios ojos cómo la Sanidad pública se derrumba, cómo la contaminación aumenta y cómo las desigualdades entre clases sociales se acrecientan. Dentro de unos años, cuando el paria de Vallecas esté hasta la coronilla de los abusos neoliberales de la dama de hierro, cuando el personal haya visto que detrás del manido eslogan “comunismo o libertad” no hay nada, cuando las estupideces de la señora ya no hagan maldita la gracia, el votante volverá la vista de nuevo hacia la socialdemocracia. Ese será el final de IDA.
De momento, la lideresa ya trabaja en un Dos de Mayo con corridas de toros (la Administración Ayuso es ante todo una agencia de eventos lúdicos) pese al riesgo de propagación del virus. Y nadie le va a decir que no lo haga porque ella ya gobierna como presidenta del Gobierno de la nación (Casado se lo ha dicho y la lideresa castiza se lo ha creído). “Cuando hay toros hay libertad, donde los han prohibido la libertad no ha ido a mejor”, afirma la lumbrera y faro de nuestro tiempo en otra frase antológica para la historia.
Los madrileños están hechizados por esta mujer que promete libertad absoluta para que cada cual haga de su capa un sayo, lo cual no es libertad sino libertinaje, ya lo ha dicho el candidato Gabilondo. El sosocrático socialista tiene las ideas y la formación política y filosófica, pero eso en nuestro tiempo no es suficiente para epatar al electorado. Hoy vivimos en plena crisis de la posmodernidad, y ya no importa si algo es verdad o no, sino si una idea se defiende con apariencia de verdad y es capaz de arrastrar a las masas, por poder de convicción, hacia un pensamiento mágico/mítico mucho más apasionante que la realidad misma.
En definitiva, esto ya no va exclusivamente de política sino de filosofía, puesto que los retóricos sofistas han ganado la batalla secular a los humanistas. El ayusismo va a triunfar porque conecta con las corrientes sociales de nuestro tiempo: egoísmo hedonista, insolidaridad, elitismo, progreso individual más que bien común, negacionismo de los principios de la Ilustración, economía capitalista a destajo, nacionalismo paleto, rencor hacia el establishment intelectual, imagen icónica en lugar de mensaje, descrédito de los medios de comunicación, desacralización de la política, industria del ocio y el entretenimiento, alcohol, fiesta, cachondeo y el poder del dinero y lo privado aplastando la utopía de una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Al votante, y más al de Madrid mucho más deshumanizado e individualista como alienado habitante del monstruo urbano, le aburre un señor calvo y pesado que habla de ética y moral kantiana a todas horas. Entre otras cosas porque ya nadie sabe quién fue Kant ni le importa.