Recientemente, el Secretario General de la ONU Antonio Guterres señalaba que “La era del calentamiento global ha terminado. Ha llegado la era de la ebullición”. Esa, en la que las consecuencias de una realidad manifestada y preavisada nos condena a enfrentar a un hecho incuestionable sobre la veracidad de los cambios que hoy están sufriendo – en algunos casos de manera inexorable – nuestro hábitat, flora y fauna. Y es que, uno sólo tiene que observar los cambios permanentes de una climatología que hoy en forma de permanentes olas de calor, aumento de las sequías, pérdida de cultivos, reducción de los recursos hídricos, incremento de los procesos de zoonosis con la expansión de insectos y enfermedades de otras latitudes o irrupción de fenómenos climáticos bruscos golpean el mundo de manera permanente. Y todo ello, cuando aún las consecuencias del calentamiento global del planeta impulsado por el ser humano a partir de la revolución industrial del siglo XIX todavía no han presentado su peor cara. Esa en forma de amenaza permanente, no sólo para nuestra forma de vivir y habitar la tierra con procesos de aumento de la desertificación y con inviernos árticos, sino para la propia relación de las propias naciones y sociedades entre sí, esas que fruto de la pérdida de recursos vivieran fenómenos migratorios y exilios climáticos nacionales y supranacionales que vendrán a configurar una presión y un proceso de conflictos permanente en las fronteras. Algo que, unido, al aumento de precios de los alimentos y la conflictividad en el acceso al agua con una pérdida de los acuíferos y la dificultad del acceso al riego o la masificación de las metrópolis, entre otros factores, vendrá a generar aún mayor complejidad a ese mundo del futuro que ya hoy nos presenta su realidad. Un planeta, en el que impacto económico será exponencialmente directo a cada una de estas realidades que someterán a una presión directa a nuestras propias sociedades del bienestar.
Así, lo ponen de relieve en relación a España y el mundo informes como el del IPCC que apuntan en el caso de nuestro país a un territorio con poca agua, zonas más desérticas y cálidas o con un aumento del coste económico como consecuencia de las sequías. Un país, España, en el que aumento de la temperatura nos llevará a cifras superiores a los 50 grados en el sur y un aumento de media de cinco grados en todas las capitales al menos durante 79 días al año. Un escenario además en el que las muertes por el calentamiento rondarán de manera directa las 8.000 personas y en el cual las afectaciones respiratorias, de enfermedades contagiosas y como consecuencia de la proliferación de especies invasoras y la zoonosis se verán incrementadas.
Y todo ello, a la vuelta de la esquina, en un 2050 cada vez más cercano para una sociedad en inacción de sus líderes políticos y de sus tejidos económicos y de poder. No valen así hoy, ya los paños calientes y las tímidas políticas de blanqueamiento climático para quienes tienen en sus manos la responsabilidad de las generaciones presentes y futuras.
Aun con todo, hoy, estamos a tiempo de aguantar al menos los cambios que hoy se aproximan y de frenar riesgos como los del colapso de la corriente del golfo, si bien las medidas a implementar: Reducción del los combustibles fósiles, aumento de procesos de movilidad sostenible, aplicación masiva de las energías renovables, el impulso de los procesos de reutilización permanente en todos los sectores, la implementación de la bioeconomía como fuente de riqueza, el impulso a la gestión y recuperación de acuíferos, implementación de acuerdos globales para la sustitución del modelo de producción y consumo que hoy es insostenible en las tasas de recuperación del propio planeta o la gestión óptima de los materiales derivados de sectores tan contaminantes como el textil o la generación de consensos globales para el desarrollo de políticas de protección de los recursos naturales de flora y fauna son solo algunas de las medidas que hoy tenemos por delante. Y que, por desgracia, no dependen solo del buen tino o el juicio de la vieja Europa, sino que requieren del compromiso formal de potencias como EEUU, China, India, Rusia y otras regiones en las que el aumento de la población, el desarrollo de sus sociedades medias o el mantenimiento de sus economías industriales deja poco margen a la preocupación con el futuro cercano que se aproxima y que nos lleva al colapso de nuestro modelo de sociedad. Vivimos hoy un tiempo en el que la tecnología, la investigación y la innovación pueden ofrecer salidas para que el desarrollo de nuestra economía y la lucha contra el cambio global vayan por el mismo camino. El tiempo dirá si el ser humano requerirá del hundimiento en el precipicio como en otros episodios de nuestra historia para tomar conciencia y acción. Si bien, en esta cuestión, tal vez, ni eso sirva para el futuro de nuestro planeta.