Casado dice ahora que siempre ha querido colaborar con Sánchez porque "se entiende con él"

01 de Febrero de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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foto Pedro Sánchez con Casado en Moncloa

Aburre tener que hacer columna sobre un hombre como Pablo Casado que siempre practica el doble lenguaje de la retórica, el oportunismo a costa de la pandemia y la deslegitimización del rival político. En este último año, el más difícil para el país desde la posguerra, el líder del PP ha tenido una buena oportunidad para demostrar que era el hombre necesario, el estadista a la altura de las circunstancias, el que se remangaba y remaba el primero junto al resto de españoles para vencer la inmensa tragedia nacional. No ha sido así, aunque a veces haya caído en el postureo fácil de empuñar una pala para achicar la nieve de Madrid. Lejos de aportar soluciones sanitarias se ha dedicado a alimentar la crispación; la guerra judicial o lawfare; el bloqueo de las instituciones y la conspiración permanente para derrocar a Pedro Sánchez. Ni siquiera ha sido capaz de sumarse a unos nuevos Pactos de la Moncloa para la reconstrucción del Estado. A un hombre así, individualista, intrigante, maquinador, filibustero y de poco fiar, no merece la pena escucharlo.

Hoy el eterno aspirante a presidente del Gobierno ha pasado por el programa de Àngels Barceló para mostrar su supuesto perfil moderado. Casado es así: más ultra que Santiago Abascal cuando va a la Cope y centradísimo cuando le toca sentarse ante los micrófonos de la Ser. Debe resultar ciertamente agotador tener que representar ambos papeles simultáneamente –el de populista de la escuela Trump y el de atemperado; el de socio de los franquistas y el de demócrata de pedigrí– para no perder votos en ningún frente abierto. Uno debe acabar con dislexia política, al borde de la bilocación, gravemente afectado por un desdoblamiento de personalidad. Un caso clínico de Jekyll y Hyde, eso es Casado. Pero el hombre parece que lo lleva bien, o al menos transmite esa sensación de segura comodidad cuando se somete a una entrevista.

Toda España ha visto a lo que ha estado jugando el jefe de la oposición durante estos meses de muertos, contagios y pandemias. A la desestabilización, al quítate tú que me pongo yo, al golpismo blando de la escuela Guaidó. Sin embargo, ahora trata de convencernos de que el fallo no ha sido suyo, sino de Sánchez. Casado no paraba de proponer pactos y el presidente del Gobierno se lo rechazaba todo. Casado tendía la mano samaritana y era el malvado líder sanchista el que se la despreciaba. Casado era el bueno, el dirigente socialista el malo, como aquellos dos personajes de Abel Sánchez, la novela con la que tan magníficamente retrató don Miguel de Unamuno el carácter cainita y envidioso del español. En el último giro inesperado, y para tratar de confundir aún más al personal, le ha confesado a Barceló que se lleva bien con su antagonista. “Nos entendemos, conozco a Pedro Sánchez desde hace quince años. Mi relación personal es buena. Respeto al PSOE, es un gran partido, ha hecho la Transición, pero no reconozco a este PSOE”, ha afirmado. Cinismo en estado puro, y no solo porque aún está fresca aquella sesión en las Cortes en la que batió el récord de insultos por minuto contra el jefe del Ejecutivo, sino porque Casado dice respetar mucho a ese partido socialista de antes, al de Felipe González, al de Rubalcaba, al de Bono. Otra mentira más. Cuando los viejos patriarcas socialistas estaban en activo nadie en el PP les concedió nada y, al igual que ocurre hoy con los jóvenes sanchistas, todo eran vilipendios y maniobras para meterlos en la cárcel por traidores a la patria, por los GAL, por los fondos reservados, por cualquier cosa. El PP sigue haciendo la misma política estéril y frentista de siempre, solo que al “váyase señor González” de Aznar le han cambiado el hombre por el de Sánchez para continuar tirando con el programa demagógico-populista.

Nada de lo que ha dicho hoy Casado sobre su talante conciliador, pactista y dialogante es creíble. Nunca ha querido firmar un pacto por la educación porque en la concertada y en el idioma catalán hay un filón que da votos; jamás ha querido renovar el Consejo General del Poder Judicial porque hacerlo suponía soltar el mango de la sartén y dar vía libre a la investigación de la corrupción en Génova 13; y en cuanto al pacto por las pensiones, qué se puede decir a estas alturas si a los populares les pone cachondos fantasear con la idea de acabar algún día con la paguita estatal de los jubilados y que cada cual se arregle con su mochila austríaca y sus planes privados de pensiones.

Pero sin duda lo más infame de todo ha sido su intento de justificar por qué ha estado torpedeando las ayudas europeas, el maná de los 140.000 millones para la reconstrucción de la economía española. A Casado no se le ha ocurrido nada mejor que decir que “no hay transparencia” en las subvenciones comunitarias y que el Real Decreto de convalidación del Gobierno “quita controles administrativos y parlamentarios”. Y para rematar la faena, ha tenido el cuajo de soltar que él ha “apoyado a España todo lo que ha podido en la escena internacional”, pese a que su papelón de informador o chivato de los hombres de negro de Bruselas –a los que ha ido advirtiendo ante un PSOE manirroto con el dinero público– quedará para la historia de la felonía de este país.

De Isabel Díaz Ayuso, lo esperado. Ha vuelto a defender a su delfina madrileña cuando ya ni Núñez Feijóo respalda las ideas de adolescente neoliberal de la lideresa castiza. Dice Casado que ha sido una buena idea abrir el Hospital Zendal cuando toda la profesión médica y sanitaria le pedía inversión en Atención Primaria, en recursos humanos, en material. Es decir, lo contrario de lo que ha hecho Ayuso, obcecada con enterrar lo público y el Estado de bienestar. Eso sí, el hospital que ha costado más de 100 millones de euros “luego se puede utilizar para otros fines”, ha reconocido Casado anticipando nuevos pelotazos con la polémica obra. Y así ha seguido mintiendo, una y otra vez, el jefe de los genoveses. A la mesa de diálogo con Cataluña la califica, en un nuevo intento de falseamiento de la realidad, como “mesa de autodeterminación” (y así de paso nos vuelve a colar el discurso mendaz de que Sánchez ha vendido España a los separatistas). Al mural feminista prohibido por Martínez-Almeida no le da ninguna importancia porque él ha visto al alcalde “discutir con el portavoz de Vox por un tema de igualdad”. Y en lo de Villarejo, la OperaciónKitchen y la policía patriótica del PP, no entra porque el asunto está “judicializado” y “las comisiones de investigación paralelas en medio de una campaña electoral no tienen sentido”. Más patrañas, más confusión, más humo.

Entre embuste y engaño, ha tratado de convencernos de que el PP es un partido “reformista, liberal y centrista”, aunque cuando se le pregunta por sus pactos con la extrema derecha nostálgica y facha tira balones fuera. A los políticos “trincavacunas” que se saltan las listas de espera les pide que dimitan y a Juan Carlos I que haga lo que quiera con su vida y sus escándalos, que para eso es el rey. Definitivamente, escuchar a Casado es una miserable forma de perder el tiempo.  

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