Sigue el ruido de facas en Génova 13. La tensión es máxima y a esta hora nadie sabe cómo va a terminar la guerra entre casadistas y ayusistas. Dice el ABC, nada sospechoso de rojo ni de querer derribar a Pablo Casado, que los chats del partido están que echan chispas, tal es el cristo que se ha organizado. “Vaya un circo que tenemos montado en Madrid”, se lamenta un cargo territorial. “A este paso todo lo conseguido, con el trabajo de todos, se va a ir al garete por lo mismo de siempre”, arremete un militante desencantado. “Alguien tendrá que poner cordura en este asunto”, insinúa otro.
Lo último que ha trascendido –elPP ya es como Langley, sede de la CIA, y allí funcionan todos por topos y filtraciones– apunta a que Casado está dispuesto a apretar el botón rojo nuclear del partido. ¿Y qué quiere decir esto? Que piensa agarrrase a los estatutos como clavo ardiendo para seguir tirando de una gestora que tutele y frene el auge de Isabel Díaz Ayuso. El botón rojo es en realidad un antídoto, una vacuna para contrarrestar el virus IDA que se le ha metido en el cuerpo al PP y amenaza con corroerlo y reventarlo por dentro como una mala neumonía coronavírica. La amenaza de Casado puede interpretarse como un intento de obligar a Ayuso a sentarse a negociar, pero la lideresa insiste en que el congreso regional no se aplace por más tiempo y se convoque ya, cuanto antes, para salir elegida jefa única del partido en Madrid o emperatriz ungida con vinillo de Jerez. La muchacha es que nos ha salido muy caudillista, eso lo aprendió de Aznar.
Fuentes del partido (alguna nos queda todavía) aseguran que si por un casual Casado apretara o apretase el botón rojo de la gestora ese sería el final, todo saltaría por los aires y estaríamos ante un verdadero escándalo, ya que los ayusistas lo interpretarían como una especie de golpe interno para apartar a la delfina del poder del aparato regional. Así que todo va a jugarse en ese instante crucial, trascendental, en que Casado debe decidir si tiene el valor de apretar el maldito botón o lo deja para otro día porque no es plan. Lo que haga el líder del PP no es baladí, ya que a fin de cuentas lo que está en juego aquí es saber si controla el partido, si sujeta las riendas, si le echa bemoles para dar un golpe en la mesa. O sea, su capacidad de liderazgo. Si queda en evidencia porque no tiene la astucia política, la habilidad y el coraje suficientes para meter en cintura al doctor MAR y su criatura victoriosa, que se le han puesto bordes, ¿cómo va a regir los destinos de un país ingobernable como España? Imposible.
De ahí que Casado se encuentre estos días ante su tesitura o examen más importante. Hace solo unas semanas veíamos a un hombre exultante dándose un baño de masas en el congreso de Valencia. Todo fue una pantomima, una falsa tregua, ya que, tal como se está viendo ahora, ni era el auténtico líder del partido ni todo estaba tan atado como parecía. A Ayuso la recibieron al grito unánime y enfervorecido de “presidenta, presidenta”, lo cual a Casado ya le debería haber dado motivos para pensar. Pero el supuesto estadista no se entera de lo que se cuece a su alrededor. Por si fuera poco, el discurso lapidario de la lideresa, con ese tono tan siciliano, con esas maneras tan refinadas y elegantes de mujer del emperador que sabe poner la cicuta en el plato de setas, fue como para sospechar que una turbia conjura se tramaba: “Te quiero decir, Pablo, delante de la gente que más te quiere, de tu mujer, del partido, de tu familia, de los medios, de todo el mundo, te quiero dejar claro que sé que mi sitio es Madrid”. De esta manera, Ayuso descartaba su intención de descabalgar al líder para optar ella a la presidencia del Gobierno de España, pero de alguna forma aquello fue como un epitafio velado, elogio fúnebre o sentencia anticipada, ya que, a los pocos días de su impostado sometimiento al jefe, la lideresa ya estaba malmetiendo otra vez.
De Valencia no salió un partido cosido ni mucho menos y ahí debería aprender Casado de Sánchez, que será lo que quieras, pero cuando se pone a pacificar (ya se vio en la reciente crisis o purga de Gobierno y en el posterior congreso de las paellas) demuestra el mínimo maquiavelismo que se le debe exigir a todo político. Sánchez da cuatro hisopazos de agua bendita felipista, reparte unas canonjías y sale entero del cónclave. El problema de Pablo Casado es que a ver cómo le dices tú a Ayuso que no va a gobernar el partido en Madrid cuando ha ganado unas elecciones de calle y él no gana ni la partida de mus con los colegas de los sábados por la tarde.
Mientras tanto, todos parecen haberse vuelto locos en el PP, que se encuentra a un paso del harakiri y bajo la sombra de la escisión. Sí, el todopoderoso partido fundado por Manuel Fraga Iribarne para perpetuar las esencias del franquismo, el buque insignia de la temible escuadra conservadora, el proyecto que hasta hace bien poco parecía férreo, monolítico e indestructible, al borde del desguace político. Quién lo iba a decir. Los teléfonos arden. Almeida se cuadra obedientemente y se pone a disposición para lo que ordene la jefatura. Núñez Feijóo y Moreno Bonilla mantienen largas charlas y conferencias para intentar encontrar soluciones. López Miras deja de sacar paladas y cubos de basura del Mar Menor por un momento y regresa a toda prisa a su despacho para hacer frente a la crisis. Y hasta el confiado y seguro de sí mismo Mañueco se echa las manos a la cabeza preguntándose cómo han podido llegar a este punto de fusión y confrontación fratricida. De momento hay guerra para rato porque esto no es una simple cuestión de programas o un debate de ideas donde cabrían puntos de acuerdo. Esto es una batalla de odios personales, de gente que no se traga ni puede verse, de egos y de lucha cruenta por el poder. Pero todo indica que Casado le tiene miedo a Ayuso. Y el miedo, amigo, es letal en política.