Pablo Casado está diciendo cosas raras, incoherentes, extrañas. Y no es que no estemos ya acostumbrados a las ocurrencias de este estadista de medio pelo que, durante la pandemia, en lo más crítico de la historia de España, ha sacado lo peor de sí mismo como persona y como político. Es que constatamos con preocupación que su mal va a peor.
Ayer, en una entrevista para El Mundo, llegó a asegurar que el país está “en default”, o sea quebrado, en la más absoluta ruina, técnicamente liquidado. ¿Pero de dónde saca Casado sus cifras oficiales para llegar a semejante apocalíptica conclusión? Sin duda de cuatro economistas neoliberales que le bailan el agua y que están todo el día dándole al Twitter, en sus ratos libres, entre clase y clase en la universidad. De cuatro gurús desfaenados que, para generar alarma social, desestabilización y zozobra en los españoles, hacen puntos con el jefe para trincar en el futuro un carguete, un ministerio o la presidencia del CIS, que puede quedar vacante tras la caza de brujas contra Tezanos y ese despacho es una bicoca.
No hay ninguna base real para concluir que España está al borde de un rescate financiero de Bruselas, tal como sugiere Casado, una parca portadora de los peores augurios y vaticinios para nuestro país. Por fin dejamos atrás la recesión generada por la pandemia, el PIB va como un tiro (un crecimiento del 6 por ciento no es moco de pavo), los 27.600 millones de euros en ayudas de la UE ya están aquí, la actividad económica se reactiva de nuevo y el escudo social, con todas sus carencias y deficiencias burocráticas, ha funcionado (nunca antes a lo largo de nuestra historia se destinó tanto fondo público a cuestiones sociales como los ERTE, la renta mínima vital y bonos y prestaciones). Es cierto que el paro sigue alcanzando cifras impropias de un estado occidental avanzado, pero eso es lo de siempre, por ahí no hay ninguna novedad. Desde la llegada de la democracia en 1978 el desempleo ha sido el gran cáncer de nuestra obsoleta economía y ni los sucesivos gobiernos del PP ni del PSOE han logrado acabar con él. De modo que por ahí Casado tiene motivos para estarse calladito y no sacar tanto pecho.
Y pese a que la mayoría de los indicadores económicos son positivos, el presidente popular sigue diciendo disparates que nos hacen temer lo peor, como que sufra un grave delirio o se haya metido demasiado en su papel de ultraderechista para contrarrestar el auge de Vox, emulando así a aquel Béla Lugosi que acabó creyéndose el Conde Drácula. Hace solo unos días quedó en evidencia ante toda España cuando dijo aquello de que “si tienes un trabajo y una nómina, puedes acceder a un alquiler”, una frase que quedará para la historia y que es la mejor prueba de que el líder popular vive muy alejado de la realidad del país. Casado debe creer que todos los españoles tienen la suerte de llevar una vida cómoda y confortable como él. Lamentablemente, no es así. La mayoría de los trabajadores de este país se pasan la vida en el tajo, pero no pueden plantearse no ya comprar una vivienda, que eso es ciencia ficción por los precios de unos pisos que parecen construidos para ricos, sino vivir de alquiler en cualquier cuchitril.
Lógicamente toda esta penosa situación es consecuencia de la reforma laboral que alumbró su predecesor en Génova, Mariano Rajoy, quien instauró el contrato basura, el pluriempleo, el despido libre, el minijob o minimierda y los salarios tercermundistas como pilares generales de la economía. Consecuencia directa de aquellas políticas es que hoy soportamos los mayores índices de desigualdad de toda Europa, una sociedad de esclavos que se desloman trabajando de sol a sol a cambio de jornales miserables. Esa es la sociedad que le gusta a Casado. Ese es el modelo que le pone cachondo. Tómate algo Pablete, y de paso date una vuelta por Vallecas para constatar de primera mano cómo viven tus paisanos.
El último desatino que ha lanzado a los cuatro vientos en el periódico amigo es que él apuesta por liberalizar todo el suelo posible para que haya mucho más terreno “disponible” para las constructoras. Como si así se solucionara el problema de la vivienda de los españoles. ¿Pero acaso no ve este hombre que esa recetilla aznarista solo trae más especulación, más fondo buitre y más corrupción? ¿Es que no ha tenido bastante trinconeo y butroneo municipal en los últimos años de burbuja inmobiliaria? Pues aún así insiste en la jugada que ha llevado a su partido a la Audiencia Nacional por banda organizada, al descalabro y a perder el Gobierno.
Definitivamente, hace tiempo que este personaje vive en Marte. O quizá sea que no está preparado para una misión tan compleja como gobernar España solo reservada para estadistas curtidos de verdad. O ambas cosas a la vez, lo que explicaría el trastorno por una peligrosa combinación de carácter selenita y espíritu de joven patriota inmaduro afectado por el síndrome de Peter Pan. En cualquier caso, ya no cabe ninguna duda: sus ideas erráticas y febriles son producto de alguien que ha perdido el norte y que necesita urgentemente a Freud y un diván. Demasiadas noches sin dormir pensando en que Santi Abascal le come la tostada. Demasiadas horas angustiándose porque Vox le roba a la parroquia. Todo eso le ha pasado factura. Cuidado que puede acabar como Napoleón. Con un bicornio en la cabeza y la mano en el pecho.