En su búsqueda infatigable de la kryptonita que pueda debilitar a “Clark Kent” Sánchez, Casado lo ha intentado todo con resultado más bien fallido, de tal forma que, en las redes sociales siempre implacables, al líder del PP se le empieza a conocer ya como “Pablo Fracasado”. En los últimos tiempos el denostado jefe de la oposición cree haber encontrado la panacea que puede conducirlo directamente a la Moncloa: los indultos que el Gobierno de coalición ha concedido a los presos independentistas catalanes condenados por poner en marcha el procés. Casado ha arremetido contra Sánchez y lo ha acusado de traidor, de felón, de mentiroso, de trilero, de amigo de separatistas y de querer instaurar un “cambio de régimen” en España, entre otras lindezas. Ningún demócrata de verdad defiende sus ideas con semejante crudeza que roza la violencia verbal. En realidad, lo que hace Casado es recuperar la vieja retórica franquista consistente en tratar de convencer a los españoles de que existe una conspiración judeomasónica para destruir a la patria. Sustitúyase al enemigo comunista y judío por los batasunos separatistas y se verá que el truco sigue siendo el mismo.
Sin embargo, si nos detenemos a pensar solo un minuto, llegaremos a la pregunta del millón: ¿qué gana el presidente del Gobierno metiéndose en todo este berenjenal secesionista? Tiene los presupuestos aprobados (no necesita para nada de los independentistas), Ursula von der Leyen le ha dado una palmadita en la espalda, avalando sus políticas económicas, y hasta la patronal de Antonio Garamendi y la Conferencia Episcopal han refrendado su estrategia del diálogo y el entendimiento. Si lo que busca Sánchez es mantenerse en la poltrona, como sugiere Casado una y otra vez, lo lógico sería apartarse del fuego catalán, que quema como un cañón recién disparado y que abrasa muchos votos. Se mire por donde se mire, el relato del dirigente conservador no se sostiene.
Por tanto, la clave será si el culebrón de Casado sobre los indultos puede darle para convencer a una mayoría de españoles y llegar a la Moncloa algún día, lo cual parece difícil. La última manifestación en la Plaza de Colón, a la que acudieron no más de 25.000 personas, según la Delegación del Gobierno (el PP la cifró en cien mil, algo que no se cree nadie) es un claro indicio de que los ciudadanos no están por la confrontación patriótica sino por el acuerdo político. ¿Y qué podemos decir de la recogida de firmas contra los indultos, otra maniobra a la desesperada para destruir a su odiado enemigo? Casado ha llenado España de mesas petitorias y lo único que ha conseguido es acelerar la catalanofobia en España y el antiespañolismo en Cataluña. Es decir, el hombre va sembrando el odio por donde quiera que va, un odio espeso y cainita que se enquista y arraiga. Una máquina de fabricar independentistas que ni Mariano Rajoy en sus mejores tiempos.
El presidente del Gobierno no puede estar pensando en negociar un referéndum de autodeterminación en Cataluña sencillamente porque esa iniciativa solo sería posible si la aprobara el Parlamento por mayoría de tres quintos (ni PSOE ni PP están por la labor). Pero es que, además, si Sánchez atraviesa ese Rubicón por su cuenta y riesgo al día siguiente sería procesado por sedición y probablemente acabaría entre rejas como Junqueras y los suyos. El jefe del Ejecutivo de coalición no tiene necesidad de vender España al independentismo para mantenerse el poder, según el relato repetido machaconamente por Casado. Es evidente que a Sánchez la suerte le sigue sonriendo. Tiene los presupuestos aprobados; la pandemia está en vías de superación tras una exitosa y eficaz campaña de vacunación; la mesa de negociación sobre Cataluña, aunque complicada, promete abrir un nuevo tiempo; Joe Biden le concede unos minutos de su valioso tiempo en las cumbres de la OTAN; y Susana Díaz ha sido vencida por fin. No parece que estemos ante un hombre acabado que necesite amarrarse al mástil de Esquerra Republicana para seguir vivo.
Sin embargo, pese a que todo el mundo sabe que el referéndum de autodeterminación es una entelequia, cuando no un imposible, Casado insiste en convertir al líder socialista en una especie de diablo con rabo y cuernos dispuesto a poner de rodillas, ante el monstruo secesionista, a 47 millones de españoles. Obviamente, esta fábula hiperbólica contrasta con la falta de proyecto para Cataluña del Partido Popular. Más allá de poses de opereta, discursos grandilocuentes y salidas de tono patrioteras, a día de hoy los españoles desconocen cuál es la solución que ofrece el presidente del PP para resolver el grave conflicto territorial que se desató en 2010, tras la sentencia del Tribunal Constitucional que enmendó el Estatut de Zapatero. Probablemente, esa falta de programa capaz de seducir a una mayoría de catalanes es la causa directa de los malos resultados cosechados por el PP en cada cita electoral en Cataluña.
Pero si a Casado le ha salido un par de huesos duros de roer en su tortuoso camino a la Moncloa (Sánchez y Abascal) no menos peligroso para él es la aparición de una estrella rutilante en su propio partido que amenaza con eclipsarle para siempre: Isabel Díaz Ayuso. Tras su victoria arrolladora en las pasadas elecciones del 4 de mayo, la presidenta de la Comunidad de Madrid ejerce de candidata de facto a la presidencia del Gobierno de España. No solo se permite intercambiar golpes directos con Pedro Sánchez, puenteando a Casado, sino que marca línea política y funciona como un verso suelto. Ya se ha convertido en algo normal que la lideresa deje a un lado los aburridos discursos locales sobre política doméstica madrileña para sustituirlos por los grandes asuntos de Estado, tratando de atribuirse el papel de gran dama de la derecha española.
Así, durante la última manifestación en Plaza de Colón, Ayuso lanzó una incendiaria batería de preguntas retóricas con las que trató de sugerir al rey Felipe VI que no firmara el decreto de indultos a los separatistas catalanes elaborado por el Gobierno. “¿Cuál será el papel del rey? ¿Firmará los indultos? ¿Le harán cómplice?”, se preguntó Ayuso dando un paso adelante que sorprendió a todo el mundo. Prestigiosos expertos en Derecho Constitucional se llevaron las manos a la cabeza antes de recordar que la Casa Real no puede negarse a tramitar una ley del Gobierno porque eso sería tanto como incumplir la Constitución. De inmediato, Casado tuvo que salir a la palestra para apagar el incendio y de paso poner en su sitio a su delfina, que claramente se había excedido en sus competencias, haciéndole luz de gas al jefe. Cuando el conflicto institucional entre Génova 13 y Zarzuela parecía servido, el mandatario popular se vio obligado a matizar las palabras de Ayuso: “Nada permite conectar los indultos con el interés general. Su responsabilidad corresponde en exclusiva a Pedro Sánchez y su Gobierno. No hay más cómplices que ellos”.
Destacadas figuras del PP desautorizaron a Ayuso, unos explícitamente, otros con la boca pequeña. El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, aseguró que “es evidente que el rey tiene que sancionar” los indultos de los condenados por el procés, mientras que Pablo Montesinos reconocía que la presidenta de Madrid se había pasado de frenada: “Todos sabemos que el rey tiene su papel tasado en la Constitución. Aquí el problema es que Pedro Sánchez ha decidido llevar al límite las instituciones por mantenerse dos años más en la Moncloa”. Es evidente que el episodio entre Casado y Ayuso a cuenta de la medida de gracia vino a demostrar cierta diversidad de voces y corrientes de opinión en las filas conservadoras, además de una clara y evidente falta de liderazgo.
La consigna de Ayuso ha dejado de ser “Madrid y libertad” para ser sustituida por “España y libertad”, dejando claro que la lideresa castiza está llamada a empresas de más altas cotas. A base de demagogias, de disparatadas ocurrencias, de un descarado discurso trumpista y de construir un mundo idílico donde la pandemia no existe y se impone la alegre “vida a la madrileña”, la presidenta ha terminado de adelantar por la derecha a Casado. El duelo está servido. Ayuso es el ala dura y falangista del PP; Casado da una de cal y otra de arena. Ayuso le roba votos a Vox en las elecciones (también al PSOE); Casado encalla en las urnas ante el partido de Abascal y no es capaz de recuperar los apoyos perdidos. Ayuso es un incordio para Santiago Abascal en su intento de construir un partido nacionalista fuerte; Casado no da ningún miedo a la extrema derecha. Solo por estas tres cosas, el líder popular debería tener problemas para conciliar el sueño por las noches, ya que ha creado un invento, el “ayusismo”, que se le ha ido de las manos y que ahora se revuelve contra él. Ya hay quien dice que, desde su despacho, el jefe mira con cierta envidia la hazaña o gesta de su pupila aventajada.
El líder conservador observa con cierto recelo el auge fulgurante de Ayuso y se pregunta cuál es la flor de su secreto, cómo lo hace, por qué a él no lo adora el pueblo como a ella. Quizá la respuesta sea que todo político viene marcado, de forma irreversible, por un destino místico, y el destino fatal de Casado es sencillamente ser un segundón. Los que no le votan lo odian por ambicioso, sectario y arribista y los suyos desconfían de él porque es un blando y no da la talla ni logra las victorias electorales de la niña de sus ojos. Es evidente que ha nacido una estrella que promete glorias hasta en el último rincón de España, alguien con más arte y salero para el folclore y la coplilla de la política que él. Del joven triunfador todos se acuerdan, del viejo maestro nadie. Dice Casado que el Madrid de Ayuso es el “principio del fin de Pedro Sánchez”, la “tumba del comunismo”, el “no pasarán” de este distópico mundo al revés donde la derecha posfranquista defiende la libertad mientras la izquierda es reducida a fuerza de bulos y mentiras a la categoría de rancio bolchevismo autoritario. Puede que tenga razón en su análisis el nuevo Cánovas del Castillo. Pero que se ande con tiento y cuidado, no vaya a ser que el vendaval Ayuso se lo lleve por delante a él también.
Casado, la corrupción y los poderes fácticos
Fuentes de Génova 13 apuntan a que, con su disparatada teoría de los indultos y el manido eslogan del “España se rompe”, Pablo Casado está tratando de desviar la atención, lanzar una cortina de humo y tapar los escándalos del Partido Popular, que no dejan de manar de las alcantarillas del partido. En este caso, la pesadilla se llama caso Kitchen, una presunta operación llevada a cabo por el Ministerio del Interior de Jorge Fernández Díaz en tiempos de Mariano Rajoy para robarle información sensible sobre la caja B del PP al extesorero del partido, Luis Bárcenas, y obstaculizar la investigación de la Justicia.
Casado quería llegar a la manifestación de Colón contra los indultos bien maqueado, aseado y perfumado como el gran salvador de la patria frente a los enemigos de España. Sin embargo, una vez más, no pudo ser. Un cisne negro inesperado volvía a entrometerse en sus sueños y ansias de poder. Está visto que hasta ahora la historia no le ha concedido el don de ser “el elegido”. Horas antes de la concentración patriótica en la conocida plaza madrileña, el pasado del PP más corrupto se materializaba de nuevo. De repente, todos los periodistas le asediaban para preguntarle, no por los indultos, sino por las últimas noticias del caso Kitchen, ese maldito nombre que atormenta día y noche al líder popular. Esta vez, el escándalo llegaba en el peor momento para destrozarle el guion. Todo el mundo le preguntaba por las agendas del comisario Villarejo y por el espionaje a Bárcenas. Una lástima. Con lo bien que le había quedado la partitura de la opereta y ahora un asunto del Jurásico cocinado en la Administración Rajoy venía a interponerse en su camino. La fatalidad se ceba con Pablo Casado, con “Pablo Pasado” habría que decir por la recurrencia con la que los asuntos de corrupción de antaño le brotan como setas y le explotan en la cara. Para más inri, en este caso ni siquiera pudo escudarse en que, como sucesor de Rajoy, no tenía nada que ver con aquello, ya que en los años en los que se gestó la Kitchen él ya ostentaba tareas relevantes en la cúpula nacional del partido.
En definitiva, Casado quiso aparecer en la Plaza de Colón como el gran repartidor de carnés de buenos y malos españoles y como el emisario de las hermosas palabras (unidad de la nación, españolidad, orgullo de raza), y terminó arrollado por un camión de la basura hasta arriba de espionajes, de micrófonos ocultos, de lacayos de las cloacas, de audios ilegales, de fondos reservados, de mentiras, de mafiosidades, en resumen, de inmundicia política. ¿Se puede ser un abnegado patriota que lo da todo por España, como pretende el joven y animoso jefe de la oposición española, y al mismo tiempo guardar un ominoso silencio sobre la corrupción? Imposible. ¿Se puede pretender liderar a una nación con semejante expediente hediondo pululando por los juzgados de Madrid? Se antoja que no. Sin embargo, Casado practica una y otra vez la política del avestruz, el negacionismo de la historia (en este caso de la historia más negra del PP) y por mucho que intenta romper con el pasado no puede porque el pasado siempre vuelve para hacer justicia por tantas tropelías cometidas.
Están siendo días aciagos para el PP casadista, horas negras que se completaron cuando se supo que otro juez de Madrid acordaba la apertura de juicio oral contra el ex ministro de Economía Rodrigo Rato por delitos contra la Hacienda Pública, blanqueo de capitales y corrupción en los negocios por el presunto origen ilícito de su patrimonio. Más veneno, más oprobio para un Casado que jura y perjura que el nuevo PP no tiene nada que ver con el viejo PP.
El tinte aznarista (más bien ultraderechista) que Casado pretende imprimir al Partido Popular rechina en ciertos sectores de los poderes fácticos (banca, patronal e Iglesia) que aun siendo conservadores sienten alergia ante un discurso carpetovetónico. El establishment financiero, por ejemplo, necesitado de estabilidad política para que el dinero fluya de nuevo, está por la labor de superar los años negros del procés mediante el diálogo y el entendimiento. Javier Faus, presidente del Cercle d’Economia, ha avalado los indultos a los líderes soberanistas como forma de buscar una solución al conflicto, la pacificación y el “encaje de Cataluña” en España. En esa misma línea, la medida de gracia a Oriol Junqueras y los suyos también ha sido bendecida por la banca (o sea La Caixa). Hasta Antonio Garamendi, presidente de la patronal española, ha saludado los indultos y los ha calificado como “bienvenidos” si sirven para la normalizar la situación. Bien es cierto que, tras las sorprendentes declaraciones del máximo responsable de los empresarios españoles, el PP y la prensa de la derecha iniciaron una caza de brujas, una agresiva campaña de desprestigio contra él. A Garamendi le metieron una cabeza de caballo en la cama cuando se publicó que se había vendido a Pedro Sánchez a cambio de una condecoración oficial. La presión fue tan brutal que el patrón de los empresarios no pudo soportarla, rectificó sus declaraciones iniciales y rompió a llorar en una rueda de prensa. “Es una injusticia”, dijo cuando trataba de explicar a los periodistas que había vivido los días más duros de su vida. Así se las gasta Casado, que se encargó de enviar un aviso a navegantes para todo aquel grupo social o institución que se atreva a apoyar a Sánchez en su política de negociación con el mundo indepe. “Solo habrá un responsable, que es el presidente del Gobierno, que propone esa medida [los indultos] al Consejo de Ministros, y habrá muchos cómplices, que son solo aquellos que desde partidos políticos están aplaudiendo esta medida y, últimamente también, aquellos que desde la sociedad civil intentan decir que esta medida va dirigida al reencuentro, la concordia y la convivencia”. Una vez más, el líder del PP se enfundaba el mono de faena de repartidor de carnés de españolidad.
La Iglesia y Casado
Algo parecido le ocurrió con la Iglesia católica. Cuando el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Luis Argüello, apoyó públicamente el diálogo con los líderes soberanistas catalanes, siempre que se haga “dentro de la ley”, Casado debió preguntarse cómo era posible que el lobby conservador por excelencia pudiera rebelarse contra su persona. No se podrá decir que Argüello no fue meridianamente claro en su exposición sobre el embrollo catalán cuando aseguró que los obispos, al igual que están por “romper con actitudes inamovibles”, aceptando la clemencia del Estado con los sediciosos, también reclaman “la aplicación de la ley y que se respete la justicia”. De esta manera, el presidente de la CEE no solo se situó, sin ambages, de lado de los obispos catalanes proindultos, sino que lanzaba una apuesta clara “por el diálogo”. Desde el final de la Guerra Civil, desde Franco hasta Mariano Rajoy, la curia católica española siempre se había posicionado, incondicionalmente, en el bando de las derechas. “¿Entonces por qué demonios los obispos se me encampanan precisamente a mí cuando eso no ha ocurrido con ningún otro líder del PP?”, debió preguntarse Casado. Una vez más, la explicación está en el fuego amigo, en las corrientes internas discordantes que no terminan de aceptar el liderazgo del político palentino como gran referente y aglutinador de ese movimiento nacional ultrapatriótico, al estilo de Marine Le Pen en Francia, que es el “casadismo”.
Los montajes antisanchistas de Casado han estado a punto de costarle muy caro a los españoles, tanto como 140.000 millones de euros. El líder del PP se ha empeñado en trasladar a la Comisión Europea la imagen de una España bananera, un país dominado por un régimen chavista antidemocrático, despilfarrador y corrupto que no respeta la legalidad vigente ni los procedimientos de la Justicia. Una sanción a España por erosionar el Estado de derecho, tal como pretende Casado, no es ciencia ficción. El pleno de la Eurocámara aprobó en abril del pasado año, por amplia mayoría, el proyecto normativo que permite suspender o recortar ayudas de la Unión Europea a países que socaven derechos fundamentales o no atajen la corrupción o el fraude con los fondos europeos. Con esa normativa, la UE intenta evitar que ayudas concedidas a partir de 2021 vayan a parar a países con “deficiencias democráticas generalizadas”.
Por tanto, la Comisión puede concluir que el Estado de derecho está amenazado en un país determinado de la UE si aprecia una mala praxis en la ejecución o el control de las ayudas por parte de las autoridades nacionales o estas minan las investigaciones contra el fraude fiscal, la corrupción u otras infracciones que afectan al presupuesto europeo. También en el caso de que a los tribunales independientes se les corte las alas o se interfiera en la labor de la Justicia. Dependiendo del alcance de la infracción, la Comisión podría adoptar medidas como suspender los compromisos, interrumpir los plazos para el pago de las ayudas, reducir la financiación previa o suspender las transferencias de fondos. A día de hoy, Casado sigue trabajando a destajo para que Bruselas meta a los españoles en esa lista negra de países morosos, corruptos y de poco fiar. Qué patriota tan formidable.
A día de hoy, el presidente popular tampoco ha conseguido rentabilizar el espinoso asunto de la crisis con Marruecos, es más, incluso se ha metido en algún que otro charco, nunca mejor dicho. En medio del conflicto migratorio sin precedentes, cuando el rey Mohamed VI decidía abrir la frontera, dejando entrar a miles de marroquíes en la playa del Tarajal y desencadenando una crisis humanitaria sin precedentes, Casado se posicionaba abiertamente a favor de Marruecos. Así se las gastan los patriotas del estéril cainismo ibérico: son capaces de todo, incluso de aliarse con el extranjero, traicionando a su propio país si es preciso, con tal de derribar al Gobierno y llegar al poder. Típico rasgo de arribista, de maquiavélico oportunista.
Casado jura y perjura que cuando se ve a solas con Sánchez ofrece su mano tendida para llegar a acuerdos esenciales por el bien de la nación. Sin embargo, llegada la hora de la verdad, lo cierto es que conspira, intriga, crispa, tensiona, sabotea y trata de hundir al Ejecutivo de coalición. En lugar de condenar la maniobra del sátrapa marroquí sin coartadas ni medias tintas, que era lo que pedía el trascendental momento histórico que vivió este país con el asalto a la frontera sur, Casado intentó convertir a Sánchez en el enemigo a batir. De esta manera, lo acusó de haber dado asilo a Brahim Ghali –el líder del Frente Polisario que ingresó en un hospital de Logroño por motivos humanitarios–, de ser el culpable del “efecto llamada” de miles de inmigrantes y de haber dañado las relaciones diplomáticas con Estados Unidos (el “amigo americano” que históricamente siempre le sale rana a España porque de una forma o de otra termina dando protección y amparo a su aliado africano Marruecos). Al final, Casado terminó exigiendo comisiones de investigación y hasta un debate sobre el estado de la nación, con moción de censura incluida, para poder gritar desde la tribuna aquello tan aznarista de “váyase, señor Sánchez”. Patético y triste.
Lo que queda de la crisis con Marruecos, cuyo detonante directo es el contencioso por la soberanía del Sáhara Occidental) es que Casado ha terminado comprándole el discurso al rey de Marruecos y ya trabaja en sintonía y consonancia con sus embajadores, visires, emisarios y servicios de inteligencia. Hay sobradas pruebas de la traición del líder conservador. Apenas seis días antes de que estallara la crisis migratoria en Ceuta, Casado anunció su decisión de ponerse en contacto con dirigentes de partidos marroquíes, entre ellos Reagrupamiento Nacional Independiente (RNI), para compartir impresiones sobre la hospitalización urgente del líder del Polisario. El RNI reclama nada más y nada menos que la devolución de Ceuta y Melilla al reino de Marruecos. Fue otro golpe bajo a la patria que Casado tanto dice amar. Que el referente de la derecha española decida dialogar con los portavoces de Mohamed VI antes que ponerse sin ambages de lado del legítimo Gobierno de España resulta preocupante, además de esperpéntico. ¿Qué será lo siguiente que haga Casado en su intento de derrocar a Sánchez, malvender Ceuta y Melilla a los estadounidenses para que vayan instalando sus bases militares, como hizo Franco en su día con Rota y Morón de la Frontera? ¿Apoyar una Marcha Verde de miles de marroquíes sobre territorios españoles como la que se produjo en 1975 sobre la colonia del Sáhara? ¿Abrir una jaima en Génova 13 a modo de Fitur arabesco para que los traficantes de personas y mercaderes del hachís del rey alauí puedan hacer pingües negocios en Europa? Todo es de un despropósito difícil de entender. El líder del PP quizá no lo sepa, pero en su odio antisanchista va camino de convertirse en el nuevo rifeño que trabaja en la sombra, en el nuevo Abd el-Krim que aguarda el momento propicio para asestar el golpe final a España.
El giro a la derecha casadista no gusta en el sector moderado del PP. Tanta dureza y tanta deslealtad con el Gobierno socialista ha sorprendido a barones como el gallego Núñez Feijóo, representante de ese conservadurismo razonable y a la europea que se resiste a echarse al monte junto a los ultras. Más allá de estrategias más o menos acertadas, el eterno candidato a presidente del Gobierno está quedando como un caso clínico de ambición personal desmedida que no puede reprimir ni por un solo instante su ansiado sueño de ocupar la Moncloa algún día. Él quiere jugar a los grandes estadistas, aparentar que es un personaje de dimensiones históricas, un hombre egregio y de talla universal que será recordado por su talento y su generosidad política, pero está muy lejos de resultar creíble. “Me duele España”, ha dicho teatralmente –emulando a aquellos flemáticos parlamentarios reaccionarios de la Segunda República–, en uno de los últimos debates en el Congreso de los Diputados. Ya no cabe ninguna duda. Todos los síntomas llevan al mismo diagnóstico: lo que le ocurre en realidad a Casado es que está ciego de poder.